Carlos Bonfil
A casi siglo y medio de distancia, esa situación parece no haber cambiado sustancialmente, ni en el plano cultural ni en el político, como atestigua la polémica reciente en torno de la aprobación de una nueva constitución en Chile, sobre todo en lo relacionado con los derechos de la población mapuche. La estrategia narrativa elegida por el cineasta pudiera parecer, en un primer momento, desconcertante. Se trata de una mirada al pasado intercalando voces del presente, tanto occidentales como indígenas, en el registro puntual de la construcción de una vía ferroviaria en la que participa, a petición expresa del presidente José Manuel Balmaceda, el ingeniero belga de 24 años Gustave Verniory (Alexis Mespreuve), quien consigna la faena en sus notas para un diario titulado Diez años en Araucanía,1889-1899, texto en que se basa de modo muy libre la película.
La libertad aludida reside sobre todo en la estructura del filme,
para nada lineal, interesada en establecer vasos comunicantes entre un
valioso material de archivo y las voces de indígenas que en nuestros
días refieren la persistencia de una empresa neocolonial disfrazada de
impulso civilizatorio y progresista. No se trata, en rigor, ni de un
documental etnográfico ni tampoco de un alegato de denuncia. Agüero
procura la inmersión de sus espectadores en un territorio agreste e
inmemorial, reticente todavía a una deriva de modernización depredadora.
Y lo hace conjugando libremente los tiempos históricos y los
testimonios directos con una ficción azarosa que, más que profundizar en
la dimensión sicológica o moral de un solo personaje (el protagonista
Gustave), se aplica a mostrar las contradicciones, las glorias efímeras e
infinitas bajezas, de quienes lo rodean; también sus apetencias
desmedidas y las turbias relaciones de poder que mantienen entre ellos y
con sus subordinados. Habría sido interesante adentrarse aún más en el
personaje de Verniory, quien supo convivir, pese a todo, con bandoleros rotos
chilenos dispuestos a arrasar con cualquier rastro de presencia
indígena, y con los propios mapuches agraviados que lo estimaban,
volviéndose luego, por su labor civilizatoria en la construcción de la
vía férrea, el gringo loco de cuatro ojos, héroe y salvador del pueblo de Temuco
.
Toda esta gesta, entre verídica y delirante, se acerca a los itinerarios históricos propuestos por los argentinos Lucrecia Martel en Zama (2017) o Lisandro Alonso en su compleja y fascinante Eureka (2023), cinta que se abordará con detenimiento en el momento de su estreno. En tanto, Ignacio Agüero rompe ahora con las convenciones del relato histórico y aporta la nota intimista del personaje a la vez testigo y náufrago en una épica dramática que, como extranjero, le toca vivir y que por momentos lo rebasa y avasalla. Al espectador el reto de sumergirse, sin mayores asideros, en esta novedosa apuesta del cine chileno.
Foro Internacional de Cine. Cineteca Nacional Xoco.
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