11/19/2010

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La Muestra

De dioses y de hombres

Carlos Bonfil

Los hombres nunca hacen tanto daño ni obran con tanta felicidad como cuando lo hacen de manera religiosa. Pascal. Esta cita clásica, proferida por un monje cristiano en De dioses y de hombres (Des dieux et des hommes), de Xavier Beauvois, es un señalamiento moral de los excesos y violencias del fundamentalismo.

La nueva cinta del también realizador francés de No olvides que vas a morir (1995) y El pequeño teniente (2005), evoca un hecho real, la matanza en 1996 de siete monjes cristianos en un convento enclavado en las montañas del Magreb argelino, a manos de un grupo de rebeldes integristas. De ocho religiosos, cuya rutina diaria de meditación y plegaria describe detalladamente el relato, sólo uno pudo sobrevivir. Los demás aceptaron su suerte de manera estoica y con una fuerte dosis de misticismo, luego de las advertencias que les instaban abandonar el convento y regresar a Francia, a exponerse a una suerte trágica.

El director explora los últimos días en la vida de estos monjes, pero se concentra ante todo en dilucidar sus dilemas morales y la convicción cristiana que les confiere una gran determinación frente a la desgracia.

La cinta de Beauvois sugiere una oportuna reflexión sobre la sinceridad del compromiso religioso y la sencillez de la vida conventual, en oposición a la doble moral de jerarquías eclesiásticas inclinadas por el fasto y el comercio con los poderosos. Los monjes en el convento de Nuestra Señora del Atlas no sólo viven alejados del sectarismo y la intolerancia, sino que sellan un pacto tácito de fraternidad con la comunidad musulmana.

Su retiro espiritual cumple también funciones sociales, es dispensario médico y también centro de meditación y de plegarias. Hay lugar para el diálogo interno y para la comunicación con el resto de los seres humanos, al punto de que un religioso puede mostrar inclinación amorosa por una joven argelina, y el asmático hermano Luc (un Michael Lonsdale formidable) entregarse con piedad sincera al cuidado médico de los lugareños.

La armonía espiritual reina en el lugar y la cámara registra con elegancia y discreción los cánticos y rituales diarios del monasterio, como esa última cena, acompañada de un movimiento de El lago de los cisnes, de Chaikovski, que es un emotivo recorrido por los rostros de los monjes antes de la ofrenda final que será su sacrificio.

Cuando el grupo de rebeldes integristas asesina a varios trabajadores extranjeros, sobreviene la zozobra que rompe con la calma del convento. Los monjes vacilan en abandonar el lugar o compartir la suerte de los musulmanes amenazados. Surge la duda espiritual (¿Por qué guardas Dios tanto silencio? ¿Por qué la fe es tan dolorosa?), misma que va disipándose con serenidad asombrosa. El poder de decisión, prerrogativa humana ligada a la noción del libre albedrío, triunfa sobre el temor y las flaquezas. El padre superior (Lambert Wilson) propone una imagen franciscana para explicar la decisión final (Las flores no cambian de lugar para recibir mejor la luz del sol).

De dioses y de hombres es, más allá de su vocación de pastoral fílmica, un alegato contra la intolerancia y los integrismos religiosos. En este sentido la espiritualidad de sus protagonistas, comprometida con la suerte política y social de los hombres, adquiere una relevancia moral inusitada.

Su llamada es muy importante

Leonardo García Tsao

Foto
Ryan Reynolds es el protagonista de Sepultado, de Rodrigo Cortés

El concepto de ser enterrado vivo ha sido utilizado en la ficción para imaginar situaciones espeluznantes. Edgar Allan Poe le sacó provecho al tema y, en el cine, son numerosas las películas que lo han planteado como el más extremo peligro del protagonista. Hasta ahora, la más perturbadora había sido la holandesa Spoorlos, conocida por su título en inglés The Vanishing (George Sluizer, 1988) que, sin duda, fue un punto de referencia para los creadores de Sepultado.

El segundo largometraje del español Rodrigo Cortés abre con imágenes evocadoras de la escena climática de Spoorlos: un hombre despierta en la oscuridad total, prende su encendedor y descubre, con horror, encontrarse en un ataúd enterrado bajo tierra. En este caso, no se trata del crimen de un sicópata, sino de una venganza de guerra. Paul Conroy (Ryan Reynolds) es un camionero estadunidense, secuestrado por la resistencia en Irak después del ataque al convoy en que participaba. Sus captores exigen cinco millones de dólares de rescate.

Claustrofóbicos absténgase. Sepultado no ofrece otra perspectiva que el suplicio de Conroy en lo que, armado de un celular, intenta comunicarse con las posibles autoridades que pudieran salvarlo, así también con sus familiares para despedirse. No obstante el personaje cuenta con suficiente señal hasta para hacer llamadas de larga distancia a Estados Unidos (habría qué averiguar cuál es su compañía servidora), su frustración es la de cualquier ser humano enfrentado a un infierno de contestadoras automáticas, conmutadores y llamadas en espera. Menos mal que no se le tortura con un menú de opciones múltiples.

Cortés mismo ha declarado ser atraído por el reto hitchcockiano de limitarse a un solo ambiente, sin ofrecer escenas paralelas en el exterior que pudieran servir de respiro. Es mérito suyo –y del actor Reynolds– el sostener el interés con crecientes complicaciones según las cuales Conroy pasa por la desesperación, la rabia, la resignación y la histeria. El director y su fotógrafo Eduard Grau han respetado no sólo la concepción del espacio sino de la iluminación. La poca luz que alumbra a Conroy proviene sólo de fuentes específicas, una lámpara de mano y dos barras fosforescentes, además del encendedor y el celular. En atención a ese realismo, la imagen vira al negro total en varios momentos.

El propio director ha declarado que no le interesaba el trasfondo político del premiado guión de Chris Sperling –uno de los pocos estadunidenses en una producción básicamente española– y eso tal vez ha atenuado su potencial. Muchas connotaciones podrían haberse derivado de la metáfora de un ciudadano ordinario, literalmente atrapado en una guerra que no podría resultarle más ajena. Pero el conflicto se trivializa al grado de reducir la postura de la insurgencia iraquí a la voz villanesca de un negociante, de obvio acento hispano.

Aún así, Sepultado evoca con suficiente dramatismo hechos recientes directamente ligados a esa guerra. La angustia de Conroy es similar a la de los cientos de personas que quedaron atrapadas en los pisos superiores de las Torres Gemelas que, condenadas a morir, sólo podían despedirse por un celular de sus seres queridos, o ser atendidas por los servicios de emergencia con voces falsamente tranquilizantes. La burocrática indiferencia con la que los funcionarios, oficiales o privados, responden a las súplicas de Conroy es quizá el detalle más inquietante, en tanto veraz, de la película, más allá de la resolución eficiente de un gimmick narrativo.

Sepultado

(Buried)

D: Rodrigo Cortés/ G: Chris Sparling/ F. en C: Eduard Grau/ M: Victor Reyes/ Ed: Rodrigo Cortés/ Con: Ryan Reynolds y las voces de José Luís García Pérez, Robert Paterson, Stephen Tobolowsky, Samantha Mathis/ P: Versus Entertainment, The Safran Company, Dark Trick Films, Studio 37. España-EU, 2010.

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