11/18/2010

Deuda perversa


Rosario Ibarra


¿La deuda perversa? Tal vez mejor sería decir la deuda de los perversos, de quienes hundieron a cientos de hogares en la más dolorosa de las tristezas... ¡y qué digo cientos, si ya suman miles!... y no se puede ya hablar sólo en tiempo pasado, porque el dolor aposentado en miles, sí, en miles de hogares mexicanos ha cundido como mala hierba.

Al iniciar estas líneas, me corroía el alma el dolor intenso y la profunda tristeza por la ausencia de mi hijo Jesús, que me arrebató la prepotencia perversa de Luis Echeverría el 18 de abril de 1975 y que pasó a ser parte de la lista de las víctimas que al pasar los años fueron bautizados como detenidos-desaparecidos, porque los malos gobernantes, para acabar con el descontento popular, recurrieron a ese crimen de lesa humanidad en América Latina, la misma tierra dolida que el apóstol cubano José Martí bautizó como Nuestra América, y a la que el genio de Nicaragua, Rubén Darío, describió en una de sus poesías como “la América del grande Moctezuma, del inca, la América fragante de Cristóbal Colón...”.

El dolor intenso y la profunda tristeza viven desde hace 35 años en mi espíritu, pero han crecido por las historias gemelas de la mía, de padres a los que —igual que a mí— les han arrebatado a sus hijos en esta tierra llamada México, que ha perdido la fragancia de la que escribía el poeta inmenso, porque este suelo al que queremos y llamamos patria, hoy hiede a muerte desde el río Bravo hasta el Suchiate, y a las desapariciones forzadas, ese crimen de lesa humanidad (hay que repetirlo), el fraudulento gobierno lo llama vulgarmente, levantones, y lo achaca al indefinible “crimen organizado”, tratando de eludir de estulta manera, la responsabilidad que le corresponde.

La gente, el pueblo de México, que no es tonto, que sabe lo que está pasando con un mal gobierno y que abomina de un Díaz Ordaz, de Echeverría Álvarez y de todos los de la larga imposición del partido que se cobijaba con los colores de la “enseña patria” y ahora no quiere al otro; el que puso en su bandera los de la Virgen María, en su afán de que este noble y generoso pueblo mexicano se sintiera protegido por “la santa madre de Dios”, pero que ha ido demostrando, (con honrosísimas excepciones), que resultaron iguales, y este dolido pueblo suele decir, decepcionado: “No, mano, resultó igual el pinto que el colorado”.

La comunicativa gente de este país deja oír sus voces por doquier y mientras los varones “cuatean” en los sitios donde suelen reunirse casualmente, las mujeres “comadrean” en las aceras mientras barren fuera de sus casas y se dicen lo escuchado en radios o canales de televisión y, la verdad sea dicha, están muy bien informadas y sus criterios para resolver problemas y conflictos, ¡palabra de honor!, (como suelen expresar mis queridos coterráneos) tienen más categoría que los de algunos en altos puestos de gobierno, y hoy, para mí es preciso decir lo que desde hace muchos años he pensado y expresado, y por lo que muchos me han calificado con malignidad inaudita como “populista”, pero creo que sin la participación de esa “masa” despreciada por muchos, nada se podrá lograr en esta dolida tierra a la que muchos hipócritamente dicen querer... hace falta tan sólo (que a decirlo con todas sus letras) no resulta sencillo: hacer que el verbo organizar sea conjugado en todas sus inflexiones de modo, tiempo, número y persona, lo que sin embargo se puede lograr, es que con un individuo del género que sea, se empeña en conseguirlo, se darán pasos gigantescos por que la justicia impere en esta dolorida tierra... por eso, es preciso, es urgente y necesario que —sin hacer a un lado esa proclividad de nuestra raza— de buscar un “héroe”, un dirigente, un líder, un apóstol o llámesele como se quiera, es necesario que el pueblo entero sea el que logre lo que a muchos se antoja imposible: el que los dirigentes sean sólo parte del conglomerado inmenso del pueblo que sufre, que aporten lo que saben, que expresen sus consejos, pero que no traten de mover al pueblo según los intereses que a cada uno muevan a su favor... que no se olviden de que el pueblo manda... y de que es el que puede vencer a los que no nos pagan ni nos pagarán con nada la DEUDA PERVERSA.
Dirigente del Comité ¡Eureka!

A Estados Unidos: entrega total

Jorge Carrillo Olea
Como maldición recurrente surge la información de que personajes extranjeros vinculados con tareas de inteligencia actúan en el país. Nos hemos acostumbrado a que los medios mencionen la presencia de reales o supuestos miembros de la CIA, de la DEA o de la FBI. Nunca se hace referencia a la posible presencia de otros extranjeros que tengan las mismas funciones.

De décadas atrás viene esa realidad oculta para la opinión pública de lo que ha sido la presencia de individuos de inteligencia extranjeros en el país. Esta situación durante la guerra fría se originó y fue verdaderamente singular. México, por su cultura de amplias libertades que privaba, era el perfecto medio de cultivo para las labores de inteligencia de ambos bloques e incluso de los países no alineados. Así se fue haciendo normal esta presencia y actividades, aunque nunca se reconoció oficialmente.

La Secretaría de Gobernación tomó partido, se alineó en el bloque encabezado por Estados Unidos y lógicamente identificó como adversario al bloque soviético y sus satélites. La relación diplomática oficial con esos países era normal aunque mostraba ciertas rispideces de vez en cuando, más que nada para simbolizar una especie de dureza, recordar que recién que Echeverría entró al poder expulsó a varios funcionarios soviéticos acusándolos de espionaje. Nadie protestó.

Agentes de inteligencia de Estados Unidos como ya se dijo, de la Unión Soviética y sus países satélites de Europa Central, de Israel, China, Cuba y hasta de algunos países latinoamericanos, iban y venían a sus anchas cumpliendo sus funciones, no teniendo a México como objetivo, que nuestro país nada tenía que ocultar que fuera de su interés. El prodigio de México era la libertad con que estos agentes se movían e intercambiaban información. El moderador de estas operaciones era el director de la DFS, después subsecretario, Fernando Gutiérrez Barrios, quien afectuosamente se refería al núcleo de agentes estadunidenses como nuestros amigos; parecía que esta era la clave para identificarlos.

La situación llegó a vergonzosos extremos de servir –sí, con esa palabra– a todos los intereses estadunidenses. Se intervenían teléfonos que ellos indicaban, nuestro gobierno no se enteraba del contenido de las cintas, frecuentemente por contener diálogos en idiomas infrecuentes. Se filmaba para los amigos a todo el que entraba a la embajada de la URSS. Había un grupo de agentes mexicanos a su servicio y se les prestaba asistencia en seguridad que complementaba en ciertos casos a la del embajador.

La obsecuencia era total hasta 1985, en que desaparecida la DFS, se empezó a regular la relación hasta cierto punto, ya que la profundidad que había alcanzado ésta por años y años demandaba un proceso pausado.

A raíz del surgimiento abierto y beligerante del narcotráfico también creció la presencia de agentes de la DEA y de la FBI. Seguramente algunos otros departamentos estadunidenses de la comunidad de inteligencia también operaban desde México. Un ejemplo del cambio de situación sería que el sistema de comunicaciones de alta confidencialidad que operaba en el tercer piso de la embajada fue retirado, y reinstalado en los recintos del recién creado Centro de Planeación para el Control de Drogas (Cendro).

Los excesos continuaron por parte de la DEA hasta que llegó el momento en que el secretario de Relaciones Exteriores Fernando Solana demandó su expulsión. El presidente Salinas, más cauteloso, optó por establecer por vía de un decreto la normatividad a que debieran esos agentes someterse. Eso fue verdaderamente una bomba en el Departamento de Justicia en Washington. Se retiró a los agentes su calidad de miembros de los servicios consulares acreditados en México, se fijó su número y las regiones en que cada uno de ellos podría tener presencia. Se les prohibió el uso de armas y la participación en operativos que había sido habitual.

Ya de manera más sólida, al crearse el Sistema Hemisférico de Información del Cendro, como órgano de inteligencia de alta tecnología del gobierno mexicano, se les incorporó en condiciones de igualdad a todos aquellos países que eran miembros del sistema, principalmente Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Argentina y Chile, que eran aquellos países donde el narcotráfico tenía una presencia relativa.

Mucho más se podría escribir sobre el mismo tema. Lo que nunca se sospechó en aquel entonces es que pausadamente, a lo largo de las administraciones de Zedillo, Fox y Calderón, estos propósitos de ejercicio de soberanía dieran marcha atrás de manera contundente. Zedillo nulificó al Cendro, al Sistema Hemisférico de Información, y con ello a la conducción por parte de México de toda esa urdimbre de agentes que operaba en México y en los países ya señalados. Estados Unidos dividió para vencer.

Fox y Calderón siguieron la misma huella y así las huestes de agentes de todas las agencias estadunidenses fueron creciendo y penetrando áreas altamente sensibles del gobierno de México y a las redes del crimen organizado, principalmente en su modalidad de narcotráfico, al grado tal que se volvió a las prácticas de los años 60-70, donde los eficientísimos recursos estadunidenses obtenían la información que necesitaban para su interés y compartían con México lo que ellos autónomamente decidían. Finalmente con Calderón, Estados Unidos logró lo que por años persiguió: consolidar en México un centro de espionaje.

Así estamos hoy, y esto se demuestra con la cínica instalación en los niveles superiores de un edificio sito en el número 265 del Paseo de Reforma, al lado de la embajada. Es tan ominosa y avasalladora esta muestra de superioridad por parte de ellos, y de sumisión por parte de Felipe Calderón, que verdaderamente es inútil describirla y valorarla. Así estamos en manos de estos gobiernos autodenominados del cambio. ¡Y vaya que han dado un esquinazo!

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