1/14/2012

Contra el silencio: un buen periodismo





Por Sara Lovera
Periodista desde hace 40 años, fundadora de Comunicación e Información de la Mujer AC(CIMAC), fue directora del suplemento Doble Jornada, y actualmente es corresponsal de Servicio de Noticias de la Mujer de Latinoamérica y del Caribe(SEMlac) en México; integrante del Consejo del Instituto de las Mujeres del Distrito Federal; conduce y codirige Mujeres en Movimiento y participa en la Mesa Periodistas de Capital 21, el canal por internet de la Ciudad de México. Es editorialista de Antena Radio, MujeresNet, Cuadernos Feministas, y Proceso digital. En 2005 fue nominada al Premio Nobel de la Paz.


* ¿Cómo debe ser el periodismo? ¿Con quién es el compromiso? La autora profundiza en la importancia y necesidad de un tipo de periodismo que no deje morir la tradición profesional de hablar con la gente, un periodismo más humano.

Hay tiempos en que más vale mirar el horizonte desde una perspectiva amplia y abarcadora, que encerrarnos en nuestras cortas ideas. Los tiempos de México exigen eso, desde cada lugar y cada profesión, actividad o militancia.

Nada ha traído de bueno al mundo lo que conocemos como dogmatismo o cortedad de miras. Una de las desgracias de la desigualdad en América Latina, que enfrentamos en México, es el silencio. No sabemos casi nada de lo que sucede a las personas, a las comunidades y a los grupos de cara a la miseria, la discriminación o la estulticia que nos va hundiendo en establecimientos estancos. No vemos más allá de nuestras narices o intereses.

En cambio, el mundo es amplio y profundo. Lleno de luces y abatido por profundos pozos de opacidad. Mientras la gente trabaja, lucha, piensa, desea, se preocupa por sí y por su entorno. Vive.

En México el periodismo está dedicado a informar sobre la violencia y la política; sobre todos esos lados oscuros que nos han ido hundiendo en el silencio. No sabemos nada de la vida interna en una escuela primaria, menos de las conversaciones en clase de las y los jóvenes de bachillerato.

Desconocemos los pensamientos de quienes transcurren entre una parada del metrobús en la ciudad de México y su último destino, de hasta 45 o 50 minutos; no miramos los rostros ni interrogamos a la multitud de funcionarias y funcionarios públicos en las ventanillas de trámites. Nos ocupamos cada vez menos de las y los humanos.

Las y los periodistas decretan rápidamente sobre sus representantes en las cámaras; sobre los integrantes y las pocas integrantes en los gobiernos, en la administración y menos sabemos qué piensa y sucede a la gente que sólo aguanta el terror de los sicarios, de las policías y los militares. Tampoco nos ocupamos de esos policías, militares y sicarios, de dónde vienen o a dónde van, qué sienten.

El periodismo nacional decreta sobre ideas y acartonadas guías ideológicas. Desgasta todas su energías en seguir la pista de los jefes o jefas de grupos políticos o de organizaciones sociales. Nunca nos preguntamos por quienes conforman esos grupos.

Tal vez por ello es tan refrescante un tipo de periodismo que no quiere dejar morir la tradición profesional de hablar con la gente, no importa el lugar, el rango, la responsabilidad o su definición ideológica. Es una lucha silenciosa, también, contra el muro de las imágenes preconcebidas o de los guiones de preguntas y respuestas construidas en esos establecimientos estancos.

Quienes comunican, desde los foros, los espacios o los despachos organizados, en sociedad civil o como funcionarias o políticos o políticas, tampoco tienen en mente a quienes sirven o pretenden representar. Hablan de luchas y combates, de propaganda que se va filtrando en las páginas de los diarios, en los despachos de las agencias de noticias, en las imágenes y sonidos de los medios audiovisuales y luego se anuncia el tiempo, el movimiento de las bolsas y se pasa a otra cosa, siempre a los deportes.

Y el periodismo de la gente, como se llaman algunas ediciones especiales, siempre está lleno de prejuicios, de respuestas a preguntas comunes, como si se tuviera que respetar una guía limitada, a veces, la vida íntima de los artistas de las telenovelas, del número de divorcios o enamoramientos. También se inclina a saber sobre y el dinero, los lados opacos de humanidad, que pareciera contener móviles inconfesables.

Se llevan y se traen, sólo en la superficie, las vidas de quienes tienen un espacio público. Nadie sabe cómo fue realmente como se constituyó una organización, ni se profundiza en las experiencias humanas de quienes armaron un día la protesta por la discriminación, la exclusión sexual o la cadena de demandas económicas.

Por ello sorprende y refresca ante esta vida circunscrita a la sorda lucha por el poder que haya periodistas de antaño, que no sólo investigan y llegan a descubrimientos magnificados por la primera plana y el escándalo, y a veces, la justicia.

Esta semana estará circulando una edición especial de la revista Proceso, denominada "Heroínas Anónimas", con textos y relatos también escritos por mujeres. Leí en la página web de la revista tres historias espléndidas, sin el recoveco de lo bueno o lo malo; sin la queja de víctimas en frío o la ligereza de los datos.

Leí a las periodistas Marcela Turati, Anne Marie Mergier y Cristina L'Homme, recuperando las voces de varias mujeres que narran desde su propia vida los detalles de la discriminación en Francia, la lucha por la paz que hacen las Mujeres de Negro -una organización mundial- y cómo enfrenta el pueblo Mapuche su antiguo tránsito de sobrevivencia ante el deseo de desaparecer a esa etnia en Chile.

Tres textos de otros que seguramente tiene el Especial que ya circula, me han devuelto la confianza y la seguridad de que otra cosa se puede hacer en el periodismo llamado feminista. Estos relatos y escritos periodísticos me recordaron un excelente reportaje publicado en el diario español El País, sobre la jefa de estado de Island

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