3/21/2016

El juego de los números



Hermann Bellinghausen
La Jornada
Más por las malas que por las buenas nos han convertido en cuentachiles. Y si dijéramos que la cuenta va del tres al cuatro, pero enfrentamos cifras astronómicas para la escala humana que nunca son enchílame la otra, sino hechos relevantes, graves, dignos de atención detallada. ¿Importa la diferencia entre 200 mil o 150 mil desaparecidos, 20 o 21 feminicidios, 200 o 300 mil asesinados, masacres de 43 o 46 o 10, secuestros 40 por ciento más, o menos? ¿Entre los miles o 2 miles de millones que nos birlan los bancos foráneos, los políticos ladrones, el fisco, las empresas que se nos ríen en la cara? Aunque cada quien en lo individual guarde el agravio asestado a su vida en el México de ahorita, a la hora de mirar el panorama nos imponen un juego de números que distrae, abruma o apendeja. Lo que esperan los de arribota es que se le acaben los filos a nuestras palabras.

Por eso las pervierten tanto. Basta escuchar sus emisiones televisivas y emanaciones propagandísticas, o leer a los articulistas e informadores del régimen. Ya no pretenden que les creamos, sólo apuestan a que no importe. ¿Cuánto por la vida de cada secuestrado en Tierra Blanca? ¿Cuánto por los lingotes de oro que sacó la minera San Xavier del cerro de San Pedro? ¿Cuánto por los muertos que dejó el oro en San José del Progreso o Carrizalillo? Los millones de Moreira en España, ¿eran pesos, dólares o euros? La muerta de ayer, ¿fue en Morelos, Ecatepec, Cancún o Acapulco? Uno se hace bolas. Además no es correcto insistir en Ciudad Juárez, pues se ahuyenta al turismo.

Nos obligan a enumerar. ¿Estaban con Ali Baba en su reciente cumpleaños los 40 ladrones, o faltó alguno? La cantidad de presos por consigna o venganza política. Cada día se torturan ¿10 o 20 personas? en calles, separos, patrullas, cárceles, estaciones migratorias. Son cientos ¿o miles? las hectáreas enajenadas a tal o cual comunidad con la ley agraria en una mano y un brazo criminal armado para la otra. Las mineras, eólicas, petroleras y constructoras están de plácemes como quiera, aunque les toque aguantar la letanía de los derechos humanos (tan estorbosos, como dirían la señora Miranda de Wallace o Rogelio Ortega Martínez del Yunque y el peñanietismo subterráneo) ¿Dónde están sus voces ante la asquerosa actitud de las autoridades migratorias con los hondureños y salvadoreños; de las autoridades policiacas con estudiantes, profesores o ambientalistas? Cuando se confirma una industria de secuestro y muerte dentro de las prisiones que ellos mismos sueñan con llenar de ratas y ratones, ¿dónde dejaron el micrófono?

Maravilla la ligereza con que se tilda de pillos a los defensores de derechos de envidiables profesionalismo y calidad humana, quienes, amparados en su investidura internacional, investigan, obtienen conclusiones y las dicen sin que los encierren o desaparezcan. La jauría sigue creciendo, pero sólo muerde el aire, y eso empeora la furia de los canes.

Mencionemos las presiones mexicanas. Tratemos de no ser cínicos. Recordemos que muchos (hay quien sostiene que la mayoría) de los presos en el país son inocentes o fueron procesados con vicios. Que la tortura para obtener confesiones es generalizada, aunque de eso ni números haya, pues el Estado no reconoce jamás sus procedimientos irregulares (otros: paramilitares, escuadrones de la muerte, siembra de evidencias, soborno, amenaza, boots maliciosos en las redes). En pocas semanas hemos visto cómo funcionan las cárceles. En Topo Chico fue posible una batalla campal entre delincuentes y contra los demás reclusos sin que nadie interviniera. El penal de Piedras Negras fue convertido en un rastro de seres humanos con eficacia nazi y tolerancia absoluta de la estructura policiaca y penitenciaria. La cárcel de Matamoros se rige por autogobierno y son los criminales armados hasta los dientes quienes gobiernan; depredan a la población femenina, extorsionan en masa y matan a quien sea, dentro o fuera del penal. Sin ir más lejos: el fatídico traslado de reclusas a un nuevo penal en Morelos que devino aquelarre de agentes violando, torturando y matando mujeres hace unos días.

Sigamos llevando la cuenta para replicar a funcionarios o columnistas cuando regatean nuestras cifras, las relativizan o desmienten. Ya mostró Elías Canetti en Masa y poder el papel de la inflación y la trivialización del número en la degradación de una lengua y un pueblo; sus efectos en la pérdida de sensibilidad, la deshumanización cómoda y la distracción, pues cuando no nos reprimen nos entretienen, nos mienten o nos hipnotizan lo mismo con malas noticias que jubileos religiosos a todo trapo.

La lucha es por conservar las palabras y su sentido. Cada nombre de los desaparecidos debe seguir vivo. En cada agravio el perpetrador y la víctima deben tener nombre y apellido. La violación y el abuso han de llamarse en voz alta. Palabra por palabra, necesitamos mantener a la verdad con vida.

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