“Yo no pertenezco a ninguna escuela, yo trabajo en mi rincón”. Henri de Toulouse-Lautrec.
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“Mi hijo no tenía ningún talento”.
(Y sí, su padre).
La Goulue, cartel de Toulouse-Lautrec para publicitar el Moulin Rouge.
La Golosa bailaba y bebía de mesa en mesa de las copas de sus clientes, de allí su sobrenombre. Un día – esa mujer que bailará por siempre en la obra del artista - abandonó el Moulin Rouge y eligió dedicarse a las ferias. Bailarina y después domadora de leones. En el cartel posa junto a Valentín, marchante de vinos. Cuentan que antes de morir (en la miseria) La Golosa le preguntó al sacerdote: “¿Me va a perdonar Dios? Soy La Golosa”. La imagen de esta “pecadora” (según ella), ha recorrido los museos del mundo. Ha adornado decenas de miles de muros y está en México en el Palacio de Bellas Artes hasta el 27 de noviembre, como parte de una vasta muestra de más de cien obras de Tououse-Lautrec: dibujos, fotografías, litografías, óleos y videos, propiedad del Museo de Arte Moderno de Nueva York.
Henri de Toulouse- Lautrec nació en el castillo du Bosc (1864), en una familia de la nobleza francesa, de allí la partícula “de” que antecede a su apellido. De pequeño le llamaban “petit bijou”, (“joyita”) y existen cantidad de fotos que nos llevan hacia los años de su infancia. Practicaba equitación, caza, estudió dibujo. Su padre fue un hombre egoísta y ausente que prefería sobre todo la caza, famoso por excéntrico y que al parecer no fue capaz de crear un vínculo con su hijo mayor, tan frágil y propenso a las enfermedades. Henri creció con su madre y en constantes visitas a su abuela.
Todo parecía mostrar que seguiría una vida de “distinguida y cultivada ociosidad”, recorriendo sus campos a caballo. Nada más remoto de la vida que eligió. A los trece años y después de dos accidentes sin demasiada importancia y que en él resultaron graves, descubrieron que padecía una enfermedad en los huesos. Tuvo que abandonar la equitación. Sus piernas dejaron de crecer.
Montaje de Maurice Guibert (1900) “Henri de Toulouse-Lautrec como artista y como modelo”.
“El beso en la cama”.
La noche. Y las bellezas de la intimidad femenina de noche y de día como en “El baño”, esa obra bellísima que nos recuerda tanto los encantos de Degas. Una casa de citas, una trabajadora de espaldas con sus medias negras aún puestas. Al borde del desnudo en una escena de suavidad, de pudor y de silencio. “Dos amigas”, la escena de mujeres que conversan en una cama. “El beso en la cama”. “La cama” en la que duermen un hombre y una mujer. La intimidad que se espía y se devela. La ternura en una casa de citas. El pacto de amor entre Toulouse- Lautrec y las trabajadoras sexuales. Tan secreto y tan público.
Henri de Toulouse- Lautrec trabajó muchísimo y bebió muchísimo. Cuentan que el bastón que lo ayudaba a caminar estaba siempre lleno de alcohol. Sus limitaciones físicas fueron su desgracia y el detonador de una obra por momentos tan brutal y por momentos tan suave. Murió el 9 de septiembre de 1901 a los casi 37 años. El aristócrata que eligió desclasarse, que encontró en los personajes de la noche, en su marginalidad, en sus desamparos, el cobijo para su propio desamparo. El que nunca quiso “pintar bello”, sino “verdadero”. Allí nada más, tan cerquita: en Bellas Artes.
Para antes o después de la visita a la exposición, la película del director John Huston: “Moulin Rouge” (1952), la vida de Henri de Tououse-Lautrec.
(No la encontré con subtítulos en castellano).
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