Carlos Bonfil
La Jornada
Fotograma de la película del director francés Arnaud Desplechin
Crónica de un amor fallido. El realizador Arnaud Desplechin, uno de los talentos más vigorosos del cine francés actual, propone en Mis mejores días (Trois souvenirs de ma jeunesse, 2015) una variación de su narración más emblemática, aquel segundo largometraje suyo, poco conocido en México, Comment je me suis disputé… (ma vie sexuelle), de
1996. En esa cinta se refería la atribulada relación amorosa de Paul
Dédalus (Mathieu Almaric), profesor de filosofía, con la joven Esther
(Emmanuelle Devos), quien después de 10 años de vida en común con él se
sentía insatisfecha y sin opciones para terminar la relación. El
recuento de las aventuras eróticas del maestro universitario –su
inestabilidad sentimental, su insatisfacción laboral, su crisis de los
treinta años– ofrecían en esa cinta y en el microcosmos representado por
el propio Dédalus (laberinto), un reflejo sugerente de las
incertidumbres políticas y culturales en la Francia de fin de siglo.
Ahora, 20 años después, Paul Dédalus (un Mathieu Almaric ya
quincuagenario) aparece como un antropólogo nómada y todavía inestable,
atribulado por una curiosa historia de duplicación de identidades, pues
en su lejana adolescencia había ofrecido en la Unión Soviética su
pasaporte a un judío ruso disidente para migrar sin problemas a Israel.
Al regresar de un largo viaje de ocho años, las autoridades migratorias
francesas ponen ahora en duda su identidad y le informan de la
existencia de un personaje homónimo, nacido el mismo día, mes y año que
él, y fallecido recientemente en Australia. A su inestabilidad crónica,
Dédalus debe añadir ahora su muerte virtual y la sospecha que pesa sobre
él de haber sido antes un espía ruso.
Esta pequeña trama ocupa los dos primeros segmentos narrativos (Infancia, Rusia), de las tres partes, con un epílogo, que constituyen la cinta Mis mejores días, y conserva el espíritu de misterio de su primer largometraje, de inspiración hitchcockiana, La centinela (1992), donde había ya la referencia a la figura de un hombre equivocado perseguido por la fatalidad. En Esther,
la tercera parte del relato, más sustanciosa aún, se evoca el viejo
amor de Paul Dédalus (un Quentin Dolmaire de 19 años) con Esther
(estupenda y sensual Lou Roy-Lecollinet), para registrar, desde el
melancólico punto de vista del Mathieu Almaric ya maduro, lo que fuera
el verdadero despertar sentimental de la pareja.
A través del protagonista que interpretan Almaric y su alter ego juvenil
Dolmaire, el realizador Desplechin, interesado siempre en cuestiones de
la identidad y el devenir histórico, busca esbozar y afinar el retrato
de una generación europea que a los 20 años asiste al colapso de las
ideologías y de sus certidumbres morales, con el fondo de un suceso
histórico que la película destaca, la caída del muro de Berlín. También
alude a la crisis no menos relevante del cuestionamiento de la
revolución sexual de los años 70, cuya permisividad ha dejado a Paul
Dédalus sin asideros firmes para construir y mantener una estabilidad
emocional al lado de la joven Esther.
La factura artística de Mis mejores días evoca el tono del cine de la Nueva Ola francesa, desde Jean Eustache (La mamá y la puta, 1968) hasta el melancóli
co
François Truffaut con el itinerario afectivo de su Antoine Doinel. Hay
caprichos estilísticos en la fotografía que remiten lo mismo a la
nostalgia (utilización del iris para destacar ciertos aspectos de la
narración) que a una modernidad un tanto gastada (empleo de la pantalla
dividida para agilizar el relato y contrastar puntos de vista), y sobre
todo el recurso a la figura del narrador omnisciente a través del cual
el Paul Dédalus maduro se dirige al espectador para librarle su
confidencia íntima. Filmada en Roubaix, ciudad natal del cineasta en el
norte de Francia, hay también en la película la mirada a la vez
extasiada y temerosa de desengaño del joven de provincia que cifra en la
conquista de París y su universo de mujeres una victoria personal que
al mismo tiempo se le antoja incierta. Paul perdido en su laberinto;
Desplechin cada vez mejor cronista de su propia generación desencantada.
Se exhibe en la Cinética Nacional y en salas comerciales.
Twitter: @Carlos.Bonfil1
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