3/10/2018

Te ven en la calle y te gritan mugrosa: sin educación y por su cuenta, mujeres luchan por recuperar su vida

Jóvenes en situación de calle sufren discriminación por ser mujer, consumir drogas y vivir en la calle, además de cargar con un estigma social muy fuerte por parte de sus familias, sus comunidades e incluso las instituciones que les dicen todo el tiempo que son malas mujeres y malas mamás, evalúa la asociación civil El Caracol.

Desde niña, Maribel abandonó su casa por problemas de violencia y convirtió las calles de Ciudad de México en su nuevo hogar.
“Toda mi vida fue de encierro en anexos y casas hogares, a veces en la calle, hasta que me aburría y me iba a algún albergue, pero seguía cotorreando; me gustaba drogarme”, cuenta.
Embarazada de su primer hijo a los 18 años, Maribel decidió abandonar las calles. Cantando en el metro logró juntar dinero suficiente para rentar habitaciones en hoteles de paso; ahora, cinco años después, edad que tiene su hijo mayor, sus ingresos le alcanzan para pagar renta en una casa de interés social.
Con un bebé de meses cargado en la espalda y otro de cinco años sujetando su mano, Maribel recorre todos los días diferentes líneas del metro entonando una canción que le recuerda la etapa más difícil de su vida, cuando consumía drogas y vivía en las calles de la ciudad.
El universo para él no tiene enigmas, lo ha conocido al derecho y al revés; sus viajes locos eran puras fantasías, su combustible era el activo todo el mes…
Actualmente, unas 6,754 personas viven en las calles de Ciudad de México, de las cuales un 12.73 % son mujeres.
Las principales causas por las que estas personas han llegado a las calles son: problemas familiares (39 %), problemas económicos (28 %) y adicciones (14 %), según los resultados preliminares del Censo de Poblaciones Callejeras 2017, elaborado por la Secretaría de Desarrollo Social capitalina (SEDESO).
Entre los problemas familiares, que son la primera causa por la que las personas llegan a vivir a las calles, destacan la expulsión del núcleo familiar (34 %), violencia (33 %), abandono (24 %) y abuso sexual (7 %).
Este grupo de población se encuentra en el lugar 17 de los 41 “en situación de discriminación en la Ciudad de México”, según la Encuesta sobre Discriminación en la Ciudad de México, del Consejo para Prevenir la Discriminación (COPRED), aunque experimentan diferentes formas de rechazo y violencia por cuestiones como su situación de pobreza, su nivel educativo, su apariencia o su género.

En la calle, las mujeres la pasan peor

En los 24 años de trabajo que ha realizado la asociación civil El Caracol, que apoya y orienta a personas de poblaciones callejeras, “vimos que en las calles los hombres la pasan muy mal, pero ellas la pasan mucho peor”.
Desde hace diez años la asociación comenzó a diseñar estrategias de defensa legal de mujeres que pedían apoyo por situaciones de violencia.
“Nosotros ya hablábamos de que sufrían diferentes tipos de discriminación: por ser mujer, por consumir drogas y por vivir en la calle, pero además nos dimos cuenta de que ellas cargan con un estigma social muy fuerte, y es que sus familias, sus comunidades e incluso las instituciones les dicen todo el tiempo que son malas mujeres y malas mamás”, explica Luis Enrique Hernández, director de El Caracol.
De acuerdo con una encuesta realizada a mujeres pertenecientes a poblaciones callejeras en 2017 por El Caracol, ocho de cada 10 señalaron haber vivido situaciones de menosprecio, gritos, humillaciones e insultos por parte de sus parejas, su comunidad, compañeros de trabajo, autoridades del gobierno y desconocidos.
A seis de cada 10 las han amenazado con quitarles a sus hijos, y a cinco de cada 10 se los han quitado, lo que las lleva a emprender procesos legales para recuperarlos, en los que las autoridades les exigen como requisito contar con condiciones que para ellas son difíciles de cumplir, como contar con una casa y con condiciones económicas estables.
Como respuesta a este tipo de problemáticas, expuestas por las mujeres ante el jefe de gobierno capitalino durante una audiencia pública celebrada en 2017, la SEDESO echó a andar el proyecto “Hogar CDMX”, que ofrece un espacio para vivir a familias completas a bajo costo, y da servicio de guardería para que los padres y madres puedan trabajar sabiendo que sus hijos están en un lugar seguro.
Sin embargo, reconoce la titular del COPRED, Jacqueline L’Hoist, para que las condiciones de esta población mejoren hace falta trabajar con las personas en situación de calle, para que accedan a regularizar sus documentos oficiales, y con la sociedad, en general, para que no los criminalicen ni estigmaticen por su condición económica, sus adicciones o su apariencia.

Somos seres humanos con diferentes oportunidades

Karla, de 31 años, tiene cuatro hijos; desde hace años trabaja en el metro vendiendo dulces u otros productos, con lo que obtiene dinero para pagar la renta de una casa.
“Estuve un tiempo en la calle, a veces me quedaba con una amiga y todos los días tengo que estar trabajando con mi hija de menos de un año colgada y con mi mercancía; ando de arriba para abajo en chinga”, cuenta.
A Karla, las situaciones de violencia que vivía en su hogar la llevaron a decidir salir a las calles y consumir drogas, hasta que impulsada por el deseo de recuperar a una de sus hijas, quien está bajo el cuidado de su abuela, decidió buscar otro lugar para vivir y dejar las adicciones.
Karla explica que, en ocasiones, algunas personas se han acercado a ella para cuestionarla por su trabajo y por su apariencia; sin embargo, dice, “para buscar un trabajo formal necesito papeles y no los tengo”.
Para ella, vivir en la calle y ser mamá es algo “triste, porque luego hay personas que te hacen sentir mal; te ven en la calle y te gritan ‘pinche mugrosa’, o le dicen ‘piojosos’ a nuestros hijos”, lo que a su juicio se debe a que no son sensibles a que “también anhelamos y pensamos; somos personas, nada más que con diferentes oportunidades y diferentes vivencias”.
De acuerdo con El Caracol, la baja escolaridad es un rasgo común en este tipo de población y se traduce como uno de los principales obstáculos para que mejoren su condición de vida.
Los datos del Censo de Poblaciones Callejeras de la Ciudad de México revelan que el 9 % de las personas que viven en la calle no saben leer ni escribir, un 11 % no tiene estudios y el 29 % solo cursó algún grado de la primaria.
Otro 23 % cursó hasta la secundaria, 10 % estudió el medio superior y solo un 3 % de ellas ingresaron a alguna carrera universitaria.
Además, el 55 % de las mujeres no cuentan con identificación oficial para acceder a un trabajo formal o a programas de gobierno.

La vida después de las calles

Maribel y Karla son dos de las 15 mujeres cuyas familias se encuentran acompañadas por El Caracol en un proceso de “vida independiente”, que es el nombre que recibe el seguimiento que dan a quienes han logrado salir de las calles.
Cada dos semanas, personal de El Caracol las visita en sus casas para saber cómo se encuentran y si sus hijos continúan acudiendo a la escuela, si tienen amigos en la comunidad y la manera en la que se relacionan.
Enrique Hernández comenta que “esos son los indicadores que vemos que van mejorando, aunque sigan en empleos informales, porque para nosotros ya es un avance muy importante, y una prueba de todo el esfuerzo que ellas hacen, el hecho de que hayan abandonado las calles”.
Aunque, reconoce, no es sencillo: las familias que acompañan en su proceso de vida independiente han tenido que llegar a donde están con sacrificios personales, pues debido a la falta de la regularización de sus documentos oficiales no son candidatas para acceder a programas sociales de apoyo para ellas o sus hijos.
Maribel dice que le gusta cantar y que continuará haciéndolo para ganar dinero en el metro, pues aunque le gustaría tener un empleo distinto, de esos que anuncian “en folletos que me dan en la calle”, no tiene los estudios que solicitan para contratarla.
Con apoyo de su pareja, quien se dedica a vender dulces y pulseras en el metro, saca a sus hijos adelante, y dice que “gracias a Dios” le alcanza para lo necesario: comer y vestir a su familia.
Karla, por su parte, dice que sueña con “estar algún día con toda mi familia, con todos mis hijos y mi pareja”.
“Mi meta es recuperar a mi hija, y a los que tengo, darles lo mejor de mi, mi esfuerzo, buscar un empleo estable y enseñarles valores para que nunca se olviden que venimos de abajo”, expresa.
Para ella, lo importante es inculcarles a sus hijos que “así hayamos avanzado y el día de mañana, Dios quiera, tengamos una casa propia y un carro, jamás se les olvide que hay gente que no tiene nada”.
Esta publicación fue posible gracias al apoyo de Fundación Kellogg.

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