6/11/2019

Crónica de un "secuestro"


Dolia Estévez
El Canciller Ebrard encabezó la delegación mexicana en EU. Foto: Embajada de México

Washington, D.C.—Después de siete dramáticos días, en los que México estuvo al borde del abismo, el gobierno de López Obrador aceptó desplegar 6 mil efectivos de la Guardia Nacional en la frontera con Guatemala y acelerar la instrumentación del programa “Quédate en México” para combatir los flujos migratorios. A cambio, Trump retiró su amenaza de imponer aranceles punitivos a todas la exportaciones mexicanas a partir de ayer lunes.
El pacto se alcanzó al cabo de una maratónica reunión de casi 12 horas el viernes, en el séptimo piso del Departamento de Estado donde se ubican las oficinas del encargado de la diplomacia del país más poderoso del mundo. Precedida por Marcelo Ebrard, y con el apoyo de Martha Bárcena y personal especializado de la Embajada de México, la delegación llegó a las 8:55 de la mañana confiada en que no se prolongaría más allá del almuerzo. Era el tercer día consecutivo de negociaciones en las que, según Ebrard, se había avanzado.
Al llegar, antes de ingresar a la sala de acuerdos, fueron despojados de celulares, laptops y aparatos electrónicos presuntamente para evitar grabaciones secretas. Esto forzó a Ebrard a tener que salir cada vez que tenía que llamar a AMLO.
Fuentes estadounidenses y mexicanas consultadas que pidieron no ser identificadas dijeron que zanjar diferencias probó ser mucho más complicado. Describieron la negociación de “dura” y “dificilísima”. Sin laptops y celulares, los mexicanos tuvieron que hacer uso de documentos, escritos y datos memorizados para sacar adelante la insólita negociación.

Los negociadores estadounidenses–Pat Cipollone, consejero jurídico de Trump, John Creamer, encargado de negocios en México, James McCament, número dos del Departamento de Seguridad Interna y el Embajador Michael McKinley, asesor del Secretario de Estado–iban decididos a exprimir a Ebrard para forzarlo a suscribir un tratado permanente de “tercer país seguro”.
El ambiente en el salón era tenso. Hubo un momento en que ambos lados pensaron que la negociación iba a colapsarse y que no habría acuerdo. Pero los estadounidenses temieron que si la tronaban corrían el riesgo de hacerle un daño irreparable a la relación. Se dieron cuenta que Ebrard no iba a dar su brazo a torcer. Al menos no esta vez. Recularon. Aceptaron la contrapropuesta mexicana de ampliar el programa “Quédate en México” bajo la condición de que si en 90 días no logran reducir drásticamente los flujos migratorios, el “tercer país seguro” regresa a la mesa.
El equipo mexicano. Foto: Embajada de México
Luego vino el reto de buscar un “equilibrio” en la redacción de la declaración conjunta entre los cuatro puntos acordados–Guardia Nacional, Quédate en México, plazo de 90 días y desarrollo regional. Estados Unidos se oponía a incluir el desarrollo económico en Centroamérica–tema prioritario para AMLO–como una de las metas. Terminó cediendo pero sólo si se planteaba como reiteración de lo acordado en la declaración de diciembre de 2018 que, hasta ahora, es letra muerta.
Ebrard estuvo en consulta permanente con López Obrado a pesar de que le quitaron el celular. Los estadounidenses hicieron lo propio con asesores de Trump en la Casa Blanca y con el Secretario de Estado Mike Pompeo, quien aparentemente llegó hacia el final y conversó a solas con el Canciller mexicano.

Alrededor de las 6:30 pm, la Oficina del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado, a cargo de la relación cotidiana con México, se compadeció de los hambrientos mexicanos. Compraron sándwiches y ensaladas en la cafetería de la planta baja y se los llevaron al piso siete. Hasta ese momento habían comido sólo galletas y cacahuates de las maquinas en los pasillos.
Imposible descartar que el despojo de celulares y las 12 horas de encierro en las que estuvieron incomunicados y sin comer, haya sido parte de la estrategia de máxima presión contra Ebrard y su equipo.
Mientras, afuera, en la entrada diplomática sobre la Calle C, un nutrido grupo de reporteros, camarógrafos y fotógrafos nos habíamos congregado desde las 9 de la mañana para el proverbial “stakeout”. Transcurrían las horas sin saber qué estaba pasando adentro. La seguridad no nos dejó entrar ni para usar el baño. Se negaron a ponernos escolta. Pocos quisimos movernos de la pequeña área acordonada a la que nos confinaron por si salía Ebrard. Un alma caritativa nos mandó una buena dosis de cacahuates y nueces. Personal de la Embajada de México secundó el gesto con botanas.
La luz llegó cuando empezaba a oscurecer. A las 8:31 de la noche, Trump anunció ufano que había acuerdo y suspendía “indefinidamente” la amenaza arancelaria. Minutos después Ebrard salió de su cautiverio para confirmarlo. Dijo que era un acuerdo “equilibrado” que neutralizó “propuestas y medidas más drásticas”. Y que el despliegue de la Guardia Nacional y “Quédate en México” eran políticas que ya estaban en curso. Se congratuló de haber logrado desactivar una bomba de tiempo con el potencial de hacer añicos a la economía mexicana y partes de la estadounidense.

La mano dura de Trump funcionó. Una opción distinta hubiera sido no aceptar negociar con la pistola en la sien. México es un país soberano no el patio trasero de Trump. Pero las instrucciones de AMLO para Ebrard eran otras. “Hablar quedito”. “Sin balandronadas”. “Amor y paz”. Queda la duda de si el “berrinche” de Trump, como lo llamó Nancy Pelosi, fue sólo “bluff”. Lo sabremos si y cuando México se atreva a poner a prueba al bully del vecindario.
México cumplió los dos objetivos mínimos que se fijó cuando Ebrard voló de emergencia a Washington: evitar la imposición de aranceles y rechazar un acuerdo de “tercer país seguro”. Más que victoria fue un profundo alivio. El gobierno de México hizo lo que creyó más conveniente para los intereses nacionales. Negoció de buena fe. Estados Unidos no. México logró lo menos peor.
Twitter: @DoliaEstevez

No hay comentarios.:

Publicar un comentario