7/22/2008

Quién, pues, cree, a estas alturas, en la inocencia del sistema capitalista ?


El capitalismo : sistema invariablemente opresor y genocida ¿Quién, pues, cree, a estas alturas, en la inocencia del sistema capitalista; en su promesa eterna de progreso para todos; en la igualdad y la fraternidad que pregona?

Manuel Moncada Sonseca

Un personaje de la historia nicaragüense (*), definía a la escuela como “una república infantil en la cual los niños son los ciudadanos”; añadiendo que, al igual que en la república, en ella no se deben hacer diferencias entre ricos y pobres: “No establece el maestro diferencias entre ricos y pobres, humildes o poderosos. A todos juzga por igual cuando cometen faltas o se descuidan en sus lecciones” (1). Evidentemente, no es justo que un maestro establezca un trato diferenciado entre niños ricos y pobres; sin embargo, decir que no se debe hacer ninguna distinción entre ellos a escala social o individual equivale a negar las contradicciones entre unos y otros, así como la lucha inevitable que entre ellos se entabla. Por lo demás, es indudable que comprendía a la escuela como eslabón esencial para inculcar la conciliación de clases entre los niños.

Según esta concepción, desde la misma escuela se debe suponer la igualdad entre ricos y pobres, pero no a partir de la fortuna, sino del trato que la ley debe brindar a unos y otros a la hora de juzgarlos, con base en su comportamiento respectivo. Estamos, pues, frente al supuesto de la igualdad de todos los hombres ante la ley. Pero no se trata sólo de esa igualdad. A juzgar por lo que escribía el mismo personaje, se trataba también de una igualdad de bienes. Decía que al Estado le compete “proteger [a] las personas y sus bienes, amparando así los derechos de todos”. Estimaba, así, que en la sociedad todos los hombres, sin excepción, poseen bienes, o que dichos bienes son, podemos asumir, comparables entre sí: la casa del rico con la del pobre (sí acaso la tiene); la ropa del primero con la del segundo y así sucesivamente.

Y no exageramos nada cuando sostenemos que el autor del que hablamos planteaba la idea de que todos los hombres son poseedores de bienes. Para más, sostenía que cada individuo nace poseyéndolos; luego, los tiene mientras permanece en la escuela y, de igual forma, ocurre cuando llega a ser adulto, momento en el cual “posee todo lo que con su propio esfuerzo ha adquirido, lo que ha heredado de sus padres o parientes, lo que ha recibido de donación o por compra”. Estamos acá frente a una igualdad abstracta entre los diversos bienes: desde el biberón de la infancia -pasando luego por el tajador y el lápiz del alumno de escuela, y la ropa poseída en todos los tiempos, incluidos los harapos- hasta las grandes posesiones de tierra, almacenes, bancos y grandes fábricas, bienes utilizados siempre para explotar el trabajo ajeno, base real del bienestar de pocos.

A propósito de lo que acabamos de ventilar, la derecha -que todo lo enreda adrede- pone de ejemplo hasta una bicicleta como expresión de propiedad privada, que es tal, se dice, si el poseedor de la misma puede intercambiarla, darla como garantía, regalarla o destruirla, si así lo decide. Pero una bicicleta no es propiedad privada, sino propiedad personal o individual, si su uso está desligado de la explotación de mano de obra ajena. Igual ocurre con cosas más complejas como la casa en que se vive y es propia o el vehiculo del que pueda disponer un individuo o una familia. Así las cosas, estamos ante una forma de propiedad que no guarda relación alguna con lo que el marxismo llama propiedad privada; por la que entiende la propiedad que se destina a explotar la mano de obra ajena para obtener plusvalía o -si se prefiere- ganancia.
Por ello, en relación con lo que planteaba el autor referido, se sabe que la propiedad que defiende el Estado capitalista es esa que sirve para explotar el trabajo ajeno.

Comparar, igualar o identificar esta propiedad con cualquier otro bien poseído de forma particular, tiene como propósito ocultar no tanto la existencia de ricos y pobres, como las causas reales que dividen a la sociedad en unos y otros y, por consiguiente, que de los bienes poseídos no todos pueden servir como medio de explotación y enriquecimiento. Tras bastidores queda, entonces, cómo es que unos cuantos hombres, con poco o sin ningún esfuerzo, acaparan gran cantidad de bienes, en tanto que la mayoría, por ingentes que sean los esfuerzos laborales que despliegue a lo largo de su vida, jamás adquiere nada.

Lo que Marx sostuvo y lo que la actualidad revela

Marx argumentaba que en 70 años (de 1770 a 1840), en la sociedad inglesa, la productividad de la jornada de trabajo había aumentado en 2700 % que, por tanto, en 1840, en un día se producía veintisiete veces más que en 1770, sin que ello significara, para nada, que el obrero inglés se hubiera vuelto veintisiete veces más rico que entonces (2). Por el contrario, el salario del mismo había bajado para esa época en mucha mayor proporción de lo que había subido el precio de los cereales (3). Podría pensarse, no obstante, que lo expresado por Marx es simplemente historia y que el fenómeno que él acusa se encuentra superado. Pero la realidad actual separa cada vez más a ricos y pobres, tanto a escala local como internacional. Conozcamos algunos datos al respecto.

El Wall Street Journal, señala: “Las ganancias de las empresas que procesan granos, venden fertilizantes, fabrican maquinaria agrícola y proveen semillas a los agricultores se han disparado. Algunos fabricantes de alimentos procesados tampoco se pueden quejar. Estas firmas cosechan los beneficios de un aumento en la demanda global de alimentos y granos en momentos en los que los suministros apenas satisfacen la demanda”. Y entre las compañías que han anunciado resultados fabulosos se encuentran las corporaciones que se reparten el comercio mundial de cereales: las estadounidenses Cargill, Archer-Daniels-Midland (ADM) y Bunge, y la francesa Dreyfus. Se mencionan, de igual forma, grandes empresas del sector de alimentos, como la Nestlé (suiza) y Danone (francesa). Por su parte, Cargill comunicó “beneficios netos de 1.030 millones de dólares (+86 por ciento), ADM publicó ventas por valor de 18.710 millones de dólares (+64 por ciento) y ganancias de 517 millones (+42 por ciento), Bunge informó sobre ventas de 12.469 millones de dólares (+70 por ciento) y ganancias netas de 289 millones, y Dreyfus explica […] que hace años su volumen de negocios está superando los 20.000 millones de dólares” (4).

Las grandes petroleras también se han beneficiado a lo grande. La Shell, en el 2007, percibió ganancias por 27 mil 600 millones de dólares; significa que cada hora de este año, dicha compañía percibió 3 millones de dólares. Pero fue la Exxon Mobil la que más beneficios obtuvo, con 40 mil 600 millones de dólares. Por su lado, la BP dio a conocer un aumento del 53% en sus beneficios. No obstante, justo el mismo día en que esta compañía anunció sus beneficios, su consejero de dirección, Tony Howard, anunció el despido de 5.000 trabajadores en el 2008. Como contraparte, en el Tercer Mundo, la mayoría de los trabajadores vive con un sueldo mensual de apenas 25 dólares (5)


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