9/07/2010

Corrupto y asesino

Pedro Miguel

Osea que nos hemos convertido en un pueblo corrupto y asesino. Ése es el problema, según dice la voz de la Arquidiócesis de México: Desafortunadamente nos damos cuenta de que somos un país que grita mucho para exigir que nuestros hermanos mexicanos sean respetados en Estados Unidos, pero poco o nada hacemos para respetar y cuidar a quienes transitan en iguales o peores condiciones a lo largo de nuestro país. Como si en México no existieran la solidaridad, la movilización, la rabia ni la denuncia, y no hubiera organizaciones –religiosas, en muchos casos, católicas, algunas de ellas– dedicadas a aliviar, en la medida de lo escasamente posible, los sufrimientos de migrantes centro y sudamericanos, campesinos reprimidos y cercados, mujeres perseguidas por ejercer sus derechos, obreros despedidos a la mala y evangelizados a toletazos de la Policía Federal, deudos de niños y jóvenes asesinados por la codicia de exponentes oligárquicos o por afanes inocultables de limpieza social, niños abusados por empresarios, curas o gobernadores adictos a la carne infantil.

El retrato del pueblo corrupto y asesino es la versión arzobispal del repetido dicho de Calderón: la sociedad en su conjunto es responsable por la situación de violencia que padece el país. Como si hubiera sido la sociedad la que cometió la magna estupidez (en su acepción de superlativo de crimen, y también en la otra) de declarar la guerra a la delincuencia sin haber realizado previamente un trabajo de inteligencia, depurado corporaciones policiales corrompidas y al servicio de las mafias, echado un ojo a las condiciones sociales que crean el caldo de cultivo para la proliferación delictiva y, sobre todo y ante todo, sin disponer de la mínima legitimidad política que diera sustento ciudadano a esa cruzada sangrienta.

Pues fíjense, señores del arzobispado, que no: el pueblo de México, en su gran mayoría, no es ni corrupto ni asesino. Por el contrario, es trabajador hasta el exceso, noble hasta la tolerancia al abuso, solidario y amoroso, cívico y civilizado.

No va a negarse que en años recientes han proliferado en sus filas los asesinos y los corruptos; no se desconocerá, tampoco, que el sicariato, el narco, el tráfico de personas y el secuestro conforman ya, gracias a la extinción del Estado promovida por el ciclo neoliberal Salinas-Calderón, grandes sectores de la economía. Pero esos fenómenos indeseables y acuciantes han sido impulsados desde el mismo poder público que les gestiona a ustedes controversias constitucionales, que garantiza la impunidad para sus pederastas, que los libra de todo mal ante tribunales, que se hace de la vista gorda cada vez que ustedes delinquen, que les regala cientos de millones de pesos del dinero público –dinero laico, así revienten– para edificar monumentos cristeros, que les encubre y hasta les apapacha sus insolencias; en suma, que los incluye y que tiene nombre histórico: la Reacción.

El pueblo mexicano, en su gran mayoría, es víctima, no cómplice, de los asesinos, de los corruptos y de ustedes, panoplia de poderes fácticos que van de Televisa al Arzobispado, que mangonea al país por medio de uno de sus feligreses explícitos, ése que ahora pretende socializar su responsabilidad por la violencia reinante. Muy agradecido debe estarles por esa ayudadota para disolver su mea culpa en un pecado colectivo tan nefasto como inventado, y digno del castigo bíblico de Sodoma y Gomorra: esto nos pasa por ser un pueblo corrupto y asesino, con el agravante de haber edificado la jalada de un Estado laico. Por eso se abaten sobre nosotros las tropas de los cárteles, por eso en los retenes militares se acribilla a familias enteras –ayer, en Nuevo León: dos muertos–, por eso mueren calcinados los bebés en una guardería a cargo del gobierno, por eso se pierden millones de puestos de trabajo, por eso la inflación, por eso la miseria: porque somos corruptos y asesinos.

Pues fíjense que no: si este país no se ha disuelto en la barbarie es porque su pueblo no ha sucumbido a la mentira, la corrupción y la violencia; porque se gana el pan en la forma que puede y, mientras sea posible, legal; porque, a pesar de todo, celebra la vida y el amor; porque se enorgullece de sus gestas históricas de liberación contra los poderes coloniales, oligárquicos y clericales; porque se organiza contra el creciente autoritarismo antidemocrático del momento actual; porque practica una ética social sin necesidad de la prédica injuriosa de ustedes; porque su espiritualidad es más profunda y extensa que un librito de catecismo, y porque les ha perdonado éstas y otras ofensas. No se confundan.

Detrás de la Noticia | Ricardo Rocha

Bicentenario fodongo

Sí, ya sé que la palabreja no existe. Así que ni la busquen en el Diccionario de la Real Academia. Allí lo más parecido que encontré fueron dos términos: fofo, cuyos sinónimos son: esponjoso, inconsistente, blando, hueco, flácido, obeso y gordo. No andamos tan mal si se trata de encontrar definiciones para el aniversario que nos espera.

La otra palabra oficial cercana es mucho más de uso común: descuidado, es decir, al que le falta la dedicación y el cuidado que debe poner a las cosas; sus sinónimos más próximos serían omiso, negligente y desaliñado.

La verdad es que creo que todas estas acepciones definen contundentemente las actitudes oficiales respecto a las obligadas celebraciones de este 2010. ¿A poco no?

Pero espérense tantito. Que hay por ahí un valiosísimo Diccionario de Mexicanismos de Don Guido Gómez de Silva. Y, ¿qué creen? Que trae una definición que me reivindica con los eventuales extravíos de mi memoria: fodongo, es todo aquel sucio, desaseado y perezoso. Que me parece que, siendo vocablos tan desagradables, son todavía más precisos para describir a este gobierno federal que ya no sabe cómo lamentar la mala suerte de verse obligado forzosamente, no solamente a conmemorar, sino a festejar dos hechos históricos en los que simplemente no cree. Y por lo tanto no valora.

Porque, díganme si no, señoras y señores, ahí está la clave de todos los desatinos y desaciertos que este pobre gobierno ha padecido —o incluso ha provocado a propósito— para soslayar y sabotear cuanta ocurrencia ha habido para los dichosos festejos: el arco que terminó en estelita de luz que se achicó en tamaño pero creció en presupuesto de 200 a 690 millones de pesos y que siempre no estará listo la próxima semana sino hasta dentro de catorce meses; la sucesión irracional de comités organizadores; la ridícula convocatoria para la canción más chafa de todos los tiempos; la asignación a capricho a una empresa australiana de 800 millones para un show high tech de luces y láser, todo metido en un fideicomiso escandaloso que ya se elevó a mas de tres mil millones y que desde ahora está bajo sospecha.

En pocas palabras, este gobierno nunca tuvo ni tiene ganas de festejar ni Independencia ni Revolución. No está en sus orígenes ni en su destino.

Y todavía el maestro Lujambio tacha de mezquinos a quienes nos atrevemos a criticar este vergonzante margallate. No, señor secretario. A los que nos hierve la sangre por este país no se nos puede acusar de mezquindad. Lo que pasa es que no se nos da festejar con los fodongos, como ustedes comprenderán.

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