12/02/2010

Héroes desaparecidos


Rosario Ibarra

Los actores principales de la Independencia y la Revolución, aquellos que entendieron con justeza las posibilidades últimas que abrieron estos movimientos, no fueron los triunfadores. Hidalgo y Morelos, quienes, como dice el historiador Friedrich Katz, encabezaban un movimiento radical, campesino y agrario —a diferencia de otras luchas independentistas en América—, no vivieron el fin de la guerra, ni dicho fin hizo justicia a sus ideales. Un siglo después, los auténticos líderes de la Revolución, Zapata y Villa, fueron asesinados por Carranza y Obregón, a quienes el nacionalismo revolucionario institucionalizado consideró iguales a sus víctimas.
Pero los suyos no fueron fracasos. Sus idearios influyeron la estructura del Estado y, más tarde, se vieron reflejados en la Constitución de 1917. Con Lázaro Cárdenas, parte de esa sed de justicia se vio calmada. Otra cosa es la realidad actual, donde hay cada vez más desigualdad, y la Carta Magna ha sufrido un embate sin cuartel.
Así como la Revolución institucionalizada logró asimilar a los personajes más aguerridos de la historia, también los desaparecía. La clase gobernante ha adoptado nuevas estrategias, una de ellas es la “desacralización” de las figuras históricas. No es saludable —se nos dice— darles una dimensión sobrehumana. Así, por ejemplo, en la serie Gritos de muerte y libertad, Hidalgo queda como el sanguinario autor en la masacre en la toma de la Alhóndiga de Granaditas, contra —se sugiere— civiles indefensos. Se prefiere a este Hidalgo y se desdibuja al que decretó la abolición de la esclavitud y pedía la devolución de las tierras a los indios.
En la misma serie, Vicente Guerrero es un buen salvaje, afecto a treparse a los árboles y fácilmente seducido por las promesas de Iturbide y no aquél que instauró la Junta del Balsas y que le decía al realista: “...decídase usted por los verdaderos intereses de la nación y entonces tendrá la satisfacción de verme militar a sus órdenes y conocerá un hombre desprendido de la ambición e intereses...”.
Entre lugares, fechas y circunstancias en que se ganaban o perdían batallas se escapa la dimensión humanista de hombres como Francisco Xavier Mina, quien luchó por la independencia de España frente a Napoleón y de México frente a España, su país de origen.
Prefieren los festejos a la conmemoración. El show banal y caro de héroes deportivos como Michael Phelps a figuras que agiten, aunque sea un poco, la memoria colectiva. Debemos más a la revolución de Zapata y su lucha por la tierra que a la causa maderista de sufragio efectivo, no reelección. La razón: para el 25 de noviembre de 1911, en que se proclama el Plan de Ayala, era claro que Madero había traicionado las esperanzas populares. Los zapatistas no sólo lucharon por la tierra, también la repartieron.
Poco se han estudiado los vasos comunicantes que hubo entre el zapatismo y el magonismo, otro gran desaparecido. El movimiento que se gestó alrededor de los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón prefigura el alzamiento revolucionario y lo precede en hechos y en ideas.
Son muchos los hechos que hablan de una historia no contada que daría una luz diferente a la Revolución. La Junta Organizadora del PLM, en la que participaban los hermanos Flores Magón, Librado Rivera, Juan Sarabia y Práxedis Guerrero, aprovechó la red de clubes liberales, formados a instancias de Camilo Arriaga y que, como los líderes del PLM, fueron transitando a posiciones de abierta confrontación con la dictadura porfiriana y con el sistema mismo.
Los magonistas fueron insurrectos mucho antes del Plan de San Luis y realizaron acciones militares con años de anticipación. También adoptaron otras formas de lucha, que se vieron reflejadas en las huelgas de Cananea y Río Blanco. Alternando fracasos y éxitos, los magonistas realizaron levantamientos en varios lugares, entre ellos en Janos, Chihuahua, donde fue asesinado el poeta y luchador social Práxedis Guerrero.
Flores Magón hablaba así de su compañero de lucha: “Práxedis era el alma del movimiento libertario... era el hombre más puro, más inteligente, más abnegado, más valiente con que contaba la causa de los desheredados, y el vacío que deja tal vez no se llene nunca”.
Hijos de Teodoro Flores, los hermanos Flores Magón aprendieron de él un precepto muy simple de sabiduría indígena que los guiaría del liberalismo al anarquismo: “todo es de todos”. El anarquismo magonista se alimentó de la idea de la comunalidad de la tierra, opuesta a la propiedad privada que el propio Juárez no entendió que no podía imponerse a los indígenas sin socavar su cultura. Queda también por visibilizar la participación de mujeres y pueblos indígenas en esta lucha.
El academicismo rehúye la mitología de los héroes; su búsqueda de la verdad histórica es aséptica. El poder también le saca la vuelta al significado de las luchas, que quisiera enterrarlas bajo 200 años de oropel y fuegos artificiales. Su miedo no anda en burro, sino en carro alegórico. Su futuro de privilegios lo quisieran milenario y al pasado le hacen shalalá. Es el pueblo mismo el que voltea al pasado y ve una continuidad histórica de despojo, y atesora esos símbolos en su verdadera dimensión, profundamente humanista y emancipadora. Voltean al pasado, porque esos héroes del pasado le enseñan a mirar el futuro por hacer. No siempre, pues 500 años de enajenación ideológica dejan huella, pero para eso sirve el mito, para condensar las aspiraciones más profundas de una cultura. Se guarda instintivamente, sin saber para qué, hasta que llega el momento de utilizarlo.
Dirigente del Comité ¡Eureka!

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