1/02/2012

CINE : Líbano


Carlos Bonfil

El hombre es acero, el tanque es sólo hierro. Este lema que aparece en las primeras imágenes de Líbano, primer largometraje escrito y dirigido por el israelí Samuel Maoz, sería probablemente la incitación más contundente al heroísmo bélico, de no tener a lo largo del relato una gran refutación irónica. Los cuatro protagonistas del filme, encerrados en un tanque desde el cual observan impotentes una violenta espiral de atentados y escaramuzas en un barrio libanés en junio de 1982, son conscriptos israelíes muy jóvenes e inexpertos, presas de la confusión y el pánico, a merced de órdenes contradictorias que no logran comprender.

Son los primeros días de la invasión israelí al territorio libanés, episodio de la primera gran guerra, y para los soldados todo parece incierto, desde los motivos de la contienda hasta la identidad de los enemigos y los aliados posibles, sin mencionar la confusión de lenguas y dialectos, elementos todos que los reducen a un estado de vulnerabilidad casi absoluta.

Líbano es una reflexión desencantada y amarga sobre los estragos de una guerra absurda, vista a través de la mirilla del tanque atrapado en los combates en una ciudad devastada.

Hay para el espectador el recuerdo de la delirante poesía visual en la cinta de animación Vals con Bashir (2008), del también israelí Ari Folman, situada en los mismos territorios, pero sobre todo la sensación inquietante de verse atrapado por espacio de hora y media en un espacio claustrofóbico, el interior del tanque en el que transcurre toda la historia, presenciando las angustias y vacilaciones de los soldados inexpertos, adoptando su propio punto de vista en los momentos mismos en que observan la desesperación e impotencia de la sobreviviente de un atentado que busca entre los escombros el cuerpo de su hija de cinco años, o el dilema angustiante del soldado que viendo aproximarse un vehículo posiblemente enemigo, y que divisando a los tripulantes no se decide a disparar, desobedeciendo las órdenes de sus superiores y provocando con su confusión la muerte de un soldado de su propio campo.

Estos combates interiores de los protagonistas la cinta consigue trasladarlos al ánimo de los espectadores creando sensaciones de estupor y desasosiego que se agudizan con los movimientos de una cámara que es a la vez la lente del propio tanque bélico; acercamientos, panorámicas, detenimiento súbito, vuelcos bruscos, texturas infrarrojas que crean una atmósfera espectral, como si el campo de batalla se hubiera convertido en paisaje de fantasmagoría, límite entre la vida y la muerte, proyección del miedo de los personajes.

Una película de guerra sin héroes ni villanos, con el conflicto como oscuro telón de fondo, pretexto para sacar a flote las flaquezas morales y los desvaríos anímicos del hombre llamado a ser el héroe de una misión incomprensible.

Cuando en una escena un falangista de la milicia cristiana, supuesto aliado del ejército invasor, le describe con crueldad a un prisionero sirio, detenido en el interior del tanque, las torturas a que habrá de someterlo a la llegada al destino final, torturas que incluyen la ablación de un ojo para mantener el otro intacto, capaz de presenciar la amputación de los genitales y el descuartizamiento del resto del cuerpo, todo en un lenguaje incomprensible para los soldados israelíes que imaginan un diálogo de clemencia, los horrores de la guerra llegan al límite del absurdo.

Cuando el falangista resume en hebreo lo dicho en árabe acompañándolo de una recomendación amable: Trátenlo con cuidado, es un prisionero de guerra, el absurdo se vuelve ironía despiadada. Este manejo del absurdo y la ironía hacen de Líbano una notable exploración del doble lenguaje del heroísmo bélico, mismo que el realizador de la cinta, antiguo combatiente en la batalla referida y por lo mismo relator sensible y desencantado, conoce de primera mano.

Alguna vez el realizador estadunidense Robert Altman evocó, casi en sordina, el drama de la guerra vivida como un angustiante compás de espera, como elemento detonador de las miserias y debilidades humanas, y lo hizo también con cuatro personajes jóvenes e inexpertos encerrados en una caserna, en espera de su envío al frente de Vietnam. La cinta, hasta donde sé, jamás exhibida en México, procedía de una obra teatral, y su título fue Desechos (Streamers, 1983).

Lo que hoy propone Líbano no es ya el juego dEe masacre presentado por Altman, sino su extremo opuesto, la búsqueda de la fraternidad de los contrarios, el humanismo que contempla a partir de los absurdos de la guerra la imperiosa necesidad de un entendimiento civilizatorio.

Líbano se exhibe esta semana en Cinépolis Diana y en la Cineteca Nacional.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario