1/03/2012

MICROCRÉDITOS Y MUJERES, ¿DEUDA ETERNA?

Ejido La Constancia, Sinaloa. Sin la gravedad de la India –donde más de 60 personas se suicidaron– el sobreendeudamiento por microcrédito empieza a permear como fantasma en los pueblos de México. Especialistas y protagonistas del sector no dejan de advertir señales. Piden un marco regulatorio que genere transparencia y controle la proliferación de las microfinancieras. En 2001 sólo había nueve. Diez años después unas 800 instituciones operan a lo largo de la República. Hay clientes que tienen hasta tres créditos con diferentes prestadoras, sin que una sepa de la otra porque no reportan historiales de crédito. En México, 80% del sector lo integran las mujeres. De modo que la deuda está a su nombre.

Un trapeador se hace con tela blanca o colorida, alambre resistente y un palo de madera. En una máquina de filo mediano se forman tiras hasta conseguir una mata. Todo se une a mano.

Se busca que la unidad sea irrompible. Que la mecha quede bien peinada, sin enredos. Una vez logrado, al trapeador se le otorga una leve caricia. Luego, se integra en una docena.

Por lo menos, así se hacen los trapeadores más famosos de esta región. Y los más vendidos: más de 60 docenas al mes. Desde la cadena de las ferreterías Malova, propiedad del gobernador Mario López Valdez, hasta las tiendas de abarrotes integran la cadena de clientes del taller Prolisini.

El taller es así: reina un orden austero, colman el suelo montañas de mechas blancas y azules, y el aire trae polvo fino.

No se sabe cómo empieza una vocación, pero la empresaria Francisca Luz Izaguirre Pacheco es capaz de cortar mecha, ensamblar, peinar y distribuir en su camioneta esos trapeadores que este año han ganado por segunda vez el premio de calidad otorgado por Fondo Nacional de Apoyo de Empresas en Solidaridad (Fonaes). Ella, cuando está en el taller, jamás olvida la caricia posterior.

Es la misma Francisca que hace 30 años decidió ya no ir a la secundaria. Esa mujer en cuya niñez se clavó una frase: “Se está que-dan-do biz-ca. Se está quedando vi-ro-la”. A quien la retinitis pigmentosa le quitó la vista en un robo gradual, poco a poco y sin concesiones; desde los siete años. Es difícil identificar el momento definitivo en que llega la oscuridad, pero existe un día en que todo se borra. Sin dolor. Y ya no quedan ni sombras.

El siglo cambió y en este ejido, de maíz y fruta, al lado de la carretera del Valle del Fuerte, empezó un tiempo maldito en el que nada se vendía. En esa época hasta Francisca tuvo que irse a Arizona. “Fue porque ya no hallaba qué hacer”. Después, pudo haberse quedado sin más límites que las rosadas paredes de su casa con portal. Pero no. A sus 40 años, admite que se debe a ese microcrédito a fondo perdido solicitado en 2005 al Fonaes.

Está casada, tiene dos hijos y es dueña de una historia famosa. Al crédito lo liquidó el pasado 29 de noviembre y está a punto de dar empleo directo a los trabajadores que hoy laboran a destajo.

“Cada semana, me hablan de varias financiadoras. Quieren que crezca”, dice la hacedora de trapeadores más famosa de la región. “Pero yo les digo que no y no. Y es que en una de esas una puede perder todo nomás por endeudarte con otras financieras. Sí me da temor. A muchos les ha pasado. A muchos de aquí mismo”.

Emprender en Constancia

Hace 10 años a esta región agrícola llegaron las microfinancieras. Del gobierno federal, del estatal, y las privadas. Los letreros en los tableros de la cancha de basquetbol, en el centro del pueblo, son la crónica más fiable de que aquí hay una oferta clara para fundar negocios: “Banco Compartamos”, dice. Alguna vez, en 1994, en esos mismos cuadrados dijo: “Solidaridad”.

Constancia, que siempre había vivido de la tierra, de pronto se vio abatido. Lo golpeó la violencia del narcotráfico que lo cruza de principio a fin. Lo dejó desolado la migración hacia Arizona. El acaparamiento de maíz de las grandes empresas obligó a los pequeños agricultores a guardar en bodegas. Muchos años vieron cómo se pudrió todo. Y nada mejoraba.

Constancia se convirtió en escenario idóneo para el sector de los microemprendedores. Hoy, con su apariencia polvosa, contribuye a ese tercer lugar que Sinaloa ocupa en la cobertura de las financiadoras, de acuerdo con un estudio de la asociación Prodesarrollo, que agrupa a las instituciones del sector más emblemáticas.

Fonaes, Programa Nacional del Financiamiento al Microempresario (Pronafim), Banco Compartamos y otras instituciones compiten por los habitantes de este territorio. Hay quienes son clientes de dos o tres entidades. Algunos se endeudaron y no han pagado.

Constancia es la crónica de un temor. Uno lento, pero instalado al grado de dominar el ambiente. Los de este ejido temen perder el prestigio. El que cada uno tiene ante el otro. No aspiran a estar mal ante los hijos, los nietos, los bisnietos de alguien. No quieren que ningún vecino los critique. Son familias enteras que han vivido en el ejido por generaciones.

“Que nos llamen mala paga para siempre. Ese es el temor que tenemos los de aquí. Si nos llaman así ya nunca resurgiremos”, dice Evelia Pacheco, una mujer que tiene un crédito para un criadero de pollos. Habla en una reunión de mujeres con quienes comparte su segundo crédito. “Porque dígame usted, digo, si quiere, ¿quién va a querer a un pueblito de Sinaloa? Si nomás salimos en la tele cuando hay matazón, pero de los que andamos buscando el dinero a la buena… Nada. Por eso no nos conviene que nos llamen mala paga. Y aquí, nadie va a decir que debe, aunque muchos y muchas ya sabemos que debemos”.

El fantasma

Impulsado en el sexenio de Vicente Fox, multiplicadas las financieras en el gobierno calderonista; algunas sin marco regulatorio, el microcrédito cumplió una década en México. Ejidos, tierras comunales y rancherías son los escenarios que integran 53% del sector, de acuerdo con Prodesarrollo. Ahí se reparten 17 millones de los 52 millones de pobres de México que admite el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social. Los que en el pasado no tuvieron acceso a la banca. Ni al mínimo crédito. Ni siquiera para sembrar.

Tras una década de operación, un fantasma se asoma en el negocio: el sobreendeudamiento. El 30% de las empresas respaldadas por el Fonaes ha reestructurado sus créditos en las cajas solidarias por cuestiones del mercado, la necesidad de reinvertir de manera inmediata y sucesos fuera de su alcance, según datos del mismo fondo de 2011. A su vez, el Pronafim de la Secretaría de Economía informó en su evaluación anual que de las 150 microfinancieras fondeadas, 10% ha pedido la reestructura por dificultad para recuperar sus créditos.

Concebida como forma económica para superar la pobreza, no toda la historia del microcrédito es luminosa. El sobreendeudamiento permea en el sistema. En 2010 fue sometido al escrutinio del mundo: más de 60 clientes deudores se suicidaron en el estado de Andhra Pradesh en la India, el país donde fue impulsado por primera vez por Mohammed Yunus, premio Nobel de la Paz 2006. Los medios informativos documentaron que estas muertes fueron motivadas por los métodos coercitivos de recuperación de los préstamos impuestos por el gobierno, pero también por una cuestión de honra.

En México, la falta de información impide conocer la gravedad del fenómeno. Ni siquiera hay estudios estadísticos que muestren con certeza cuántas personas tienen una deuda y sus motivos para no pagar, pero los especialistas y protagonistas del sector no dejan de advertir señales.

Banco Compartamos (antes Financiera Compartamos) es una de las instituciones pioneras. De Organización no Gubernamental con 2 mil 100 clientes, una sucursal y una cartera de 263 mil pesos, se convirtió en una holding que cotiza en el mercado de valores, con dos millones de acreditados, 362 sucursales y una cartera de 10 mil 658 millones de pesos. Así como en la cancha de Constancia, un ejido en México, tiene presencia en Perú y Guatemala. Su director general, Fernando Álvarez Toca, exclama: “La advertencia de que pueda agravarse (el sobreendeudamiento) está presente. Hay señales que nos obligan a alzar la voz. Cada vez llegan más competidores. No todos con el mismo esquema de protección al usuario, de utilizar al Buró de Crédito, de comunicar los precios. Está llegando cada vez más competencia. Este es un mercado muy grande”.

Hay una razón crucial para que los clientes de microcréditos adquieran deudas mayores a su capacidad de pago: la oferta de dos o más microfinancieras a un solo proyecto productivo sin que los acreedores sepan uno del otro. Fundación Realidad indica que sus 21 mil clientes, distribuidos en 11 estados, cuentan en promedio con 2.5 créditos en diferentes instituciones. En Banco Compartamos, a decir de su director general, el 13% de la cartera tiene contrato con otra financiadora. El estudio Benchmarking de las microfinanzas en México 2011, de Prodesarrollo, brinda cifras globales: el 30% de los 5.4 millones de clientes del sector tiene créditos con más de una institución.

“Lo que denota esto es que necesitamos trabajar con mayor contundencia como país en contar con herramientas que no endeuden a la gente. Eso es retroceder en el desarrollo”, asume Álvarez Toca, al frente de Banco Compartamos.

Son las mujeres

En el panorama de la pobreza rural, las mujeres representan 60%, según datos del Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática. Y el microcrédito ha sido otorgado a ellas. En promedio, las instituciones de microfinanzas atienden a 96 mil clientes activos, de los cuales 80% de los clientes son mujeres.

El perfil de una microempresaria mexicana es una madre de tres hijos, marido y sin experiencia laboral. A este perfil se añade que quien maneja el dinero es el hombre. “Las microfinancieras se especializaron en créditos para mujeres. Se dirigen a negocios familiares donde la mujer se queda al frente. Muchas veces el hombre es jornalero por temporadas y la mujer es la que está administrando. Esto se ve influido por la migración”, expone Francisco de Hoyos Parra, director de Prodesarrollo Finanzas.

Además, los microcréditos se otorgan a proyectos grupales. “(Entre más personas), la obligación moral del grupo se pierde”, expresa Miguel Tijerina Schon, director de Comunicación y vocero oficial de Buró de Crédito, una de las dos instituciones acreditadas para informar sobre los historiales financieros.

Proliferación sin reglas

El microcrédito fue la oferta de campaña más clara de Vicente Fox. En 2001, ya investido como Presidente, puso en marcha un programa dirigido a los llamados “changarros” para sacarlos de la informalidad y convertirlos en sujetos de préstamo. Serían apoyados por la banca social y después pasarían al circuito bancario comercial. Inspirados en el proyecto de Mohammed Yunus, aportarían autoestima, renovarían el polvoroso paisaje y elevarían el maltrecho índice de desarrollo humano.

El crecimiento fue exponencial. En 2001 sólo había nueve microfinancieras. Durante el calderonismo, el número creció a 800 instituciones que prestan al sector popular con diferentes figuras jurídicas. Dada su constitución, algunas no están reguladas ni supervisadas. Están también las que trabajan en la informalidad. De modo que en algunas regiones, como el norte de Sinaloa –un área en la que predominan los ejidos– compiten hasta 50 entidades diferentes en territorios con menos de seis mil habitantes.

Según el estudio de Prodesarrollo, la antigüedad promedio de las microfinancieras es de siete años. De estas, sólo 61% es sostenible. Muchas no han logrado la sostenibilidad financiera por el poco tiempo de operación.

De hecho, ya no es tan fácil tomar la decisión de un microcrédito. Los intereses a los microempresarios subieron de 2001 a 2004. En sus primeras acciones, las microfinancieras daban el crédito a una tasa anual de 7%, pero el tipo de interés aumentó a 10 y 12% en sólo tres años.

Para 2008, la tasa de interés fue de 78% en promedio, la segunda más alta de América Latina, después de Brasil (122%), cuando el de la región es de 38 por ciento. Así se mantuvo durante 2010 y 2011.

Cuando empezaron a operar, los créditos iban de mil a 15 mil pesos. En enero de 2012, el piso de los préstamos es de 400 pesos y el máximo de 30 mil. Con todo, cientos de estas instituciones compiten por los pobres de las áreas rurales; sobre todo cuando se trata de mujeres. “Y la tentación de endeudarte es buena”, resume la microempresaria Francisca Luz Izaguirre, en una etapa en la que su taller de trapeadores está en el punto en que debe crecer.

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