3/08/2012

De cangrejos sufragistas


Carmen Boullosa


Ethel Smyth, Dame Ethel Smyth porque en 1922 el Rey Jorge V le otorgó el título equivalente a Sir para el varón, se enamoró de Virginia Woolf a los 71. La Woolf describió su afecto “como caer en manos de un cangrejo gigante”.

Ethel Smyth “cangrejo” nació en 1858 en Woking -parte del gran Londres-, el mismo lugar donde H.G. Wells hizo aterrizar a los marcianos en su La guerra de los mundos -Spielberg los visualiza precisamente parecidos a cangrejos gigantes-.

Lo de Dame Smyth no fue viajar en el espacio exterior para venir a aterrorizarnos, ni mucho menos caminar hacia atrás. Fue compositora de renombre. En Leipzig estudió en el Conservatorio, donde conoció a Tchaikovsky, Dvorak y Grieg. Abandonó los estudios porque no le alcanzaba para la colegiatura -era una de ocho hermanos y su familia, de clase media apretadita, no estaba nada contenta con su vocación-, se amistó con sus colegas Clara Schumann y Brahms.

Además de compositora, fue escritora. Cuando apareció publicada su autobiografía, la crítica la calificó como “una de las mejores seis memorias jamás escritas en lengua inglesa”. Se llama Impresiones que perduran, está en kindle, las estoy leyendo, la introducción comprende una buena biografía. Fue íntima de la Emperatriz Eugenia de Francia, conoció a la Reina Victoria y muy cercana a Emmeline Pankhurst.

Desde 1910 se entregó a la lucha sufragista. Estuvo presa. ¿Que las mujeres no podían votar? Menos iban a poder escribir partituras, ver su música representada, tener una vida como la tenemos hoy tantas creadoras. No contenta con ser una excepción, peleó como un buen cangrejo para sacarnos a todas de una bestia canasta.

En 1906, compuso su tercera ópera, The Wreckers -Saqueadores de naufragios- (dos trágicos amantes, el pueblo en su contra), cuyo preludio se acaba de interpretar en Bellas Artes, en la inauguración del Segundo Congreso intelectual de las mujeres en el siglo XXI. Yo no soy quién para decirlo, pero esa porción de la música de Smyth tiene su no sé qué de cangrejo terrícola. Bien armada, eficaz, se le escucha el duro caparazón, se le advierte el deseo de pescarnos con pinzas. Sólo fue el preludio, puede que puesta entera en el plato, y bien guisada, Saqueadores de náufragios deje escapar un olor fuerte, como aquellos cangrejos azules de la costa tropical.

En este concierto, dirigido por Gabriela Díaz Alatriste, hubo una joya. El flautista Horacio Franco subió al escenario, calzando zapatos que parecían de Pegaso en pleno vuelo, a interpretar como un dios el segundo concierto para flautas de pico, “Juguetes mexicanos”, de Marcela Rodríguez -genial como su intérprete-. La obra produce el efecto contrario al de apresar con pinzas del cangrejo; los movimientos del trompo, del papalote y las canicas con su inestabilidad, son pintados de manera literal por la música. Fue un placer enorme escucharlo.

La orquesta tocó a (la magnífica) Fanny Mendelssohn, quien, sólo por haber nacido antes que otras mujeres que lucharon para ganarnos un lugar en el mundo, no tiene el renombre de sus iguales, como su hermano Félix Mendelsson. La Obertura 10 pide otro tipo de orquesta, pero la del Politécnico puso en alto su honra con la pieza de la mexicana Gina Enríquez, Fantasía en Jazz 10, pastiche de Piazzola y otros, no muy jazzeada pero sí muy armónica y rítmica, casi música de bailar y su placer.

Gracias a la intervención de la encarnación humana de Pegaso y al talento y bendición de las compositoras, a cualquiera le regresaba el alma al cuerpo, y la alegría al pulmón. Que vivan las mujeres en su semana, y que viva la música. Bienvenidas Michi Strausfeld, Susana Baca, Lourdes Portillo -de quien hay que recordar el documental sobre las muertas de Juárez, Señorita extraviada, y con esto que las mujeres son las primeras en caer en las garras de la violencia social-. Bienvenidas todas las participantes a nuestro México, que es suyo, así insomne, doliente, y suave patria.

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