11/23/2012

Calderón, el destructor del Estado de derecho


Calderón,  el destructor del Estado de  derecho
Con su proverbial ausencia de un mínimo sentido crítico, Calderón llega al final de su mandato creyéndose sus propias alabanzas


En la que fue su última aparición en el balcón central de Palacio Nacional, Felipe Calderón vio el desfile militar conmemorativo del 102 aniversario de la Revolución Mexicana. Podría hacerse el parangón con Porfirio Díaz presidiendo los festejos del centenario de la Independencia, convencido de ser un estadista promotor del progreso de la patria, cuando en realidad era ya la sombra de sí mismo y el destructor del Estado de derecho.
          
Con su proverbial ausencia de un mínimo sentido crítico, Calderón llega al final de su mandato creyéndose sus propias alabanzas, aun cuando como en el Porfirismo, México es en este momento la nación más desigual entre las principales economías emergentes, con un sistema político desecho por tanta demagogia y cinismo, y con instituciones cada vez más al servicio de una oligarquía apátrida.

No deja de ser una cruel paradoja que cien años después de haberse iniciado la compleja lucha del pueblo mexicano por liquidar el feudalismo, hayamos dado una vuelta completa a la Historia y estemos en muy parecidas condiciones a las que vivía entonces la población más pobre de una nación rural y con muy escasa organización social.

Sin embargo, para Calderón las cosas son muy diferentes, al mirarlas desde una perspectiva completamente ajena a la realidad. Según él, la historia nacional recordará este periodo como el de la decisión de “romper las cadenas que lo querían atar al miedo y a la violencia criminal”. La verdad es todo lo contrario, pues con su estrategia de combate al crimen organizado lo que logró fue crear en la sociedad un miedo plenamente justificado por la violencia que desató al sacar al Ejército a las calles.

No fue un acto gratuito que la gente reunida en torno al Monumento a la Revolución, para presenciar el desfile del 20 de noviembre, al ver llegar a los militares empezara a gritar que regresaran a sus cuarteles, cada vez con más seguridad y firmeza, hecho que por supuesto no fue notificado por los cronistas de los medios electrónicos. Si esta situación no la toma en cuenta Enrique Peña Nieto, seremos testigos de la continuidad de una política contraria a la necesidad de preservar el prestigio de las fuerzas armadas.

En su discurso, Calderón se refirió al imperativo de aprovechar que hoy el país tiene, según él, instituciones mejor preparadas y es más fuerte para enfrentar a la delincuencia. Sin embargo, es válido dudarlo porque luego de seis años no se notaron avances en una estrategia fallida que ocasionó más de cien mil muertos. No hay bases para afirmar que el Estado mexicano esté mejor preparado para superar los gravísimos problemas que ocasionó el manejo faccioso y patrimonialista del poder.

Deja un legado de desprestigio de las instituciones que rebasa nuestras fronteras, así lo muestran las recomendaciones de gobiernos extranjeros para no visitar México por sus altos niveles de peligrosidad en las calles. Deja una nación extremadamente endeudada, y tremendamente comprometida con intereses foráneos, situación muy semejante a la que se vivía hace cien años, cuando México era un territorio dominado por filibusteros extranjeros que tenían todas las facilidades del gobierno dictatorial para depredar a la nación.
Con todo, Calderón no tuvo empacho para afirmar que “la justicia, la defensa de la vida, la libertad y la integridad del patrimonio de las personas son principio y fin, razón de ser de todo Estado de derecho. Por lo mismo, protegerlos de la criminalidad y de quienes atentan contra su libertad e integridad, han sido no sólo un imperativo legal y constitucional, sino también político y épico”.

Los hechos nos demuestran que sucedió exactamente lo contrario: en su “gobierno” lo que menos importó fue la preservación de la justicia, la libertad y la integridad del patrimonio de las personas como lo demuestran los más de un millón trescientos mil desplazados que tuvieron que abandonar su patrimonio para salvar su vida. La criminalidad fue en ascenso durante el sexenio, al grado de que en la actualidad amplios territorios parecen haber retrocedido a los tiempos del viejo Oeste norteamericano.

Es un notable contrasentido que afirme que ha sido “un imperativo épico” haber sacado de sus cuarteles a los militares, cuando los resultados son lo más contrario a la épica, o sea el “género literario en verso en el que se narran hazañas de personajes heroicos o de pueblos, al que pertenece la epopeya”. Lo que consiguió finalmente fue atar más al país a los designios bélicos del gobierno estadounidense, por conducto de la malhadada “Iniciativa Mérida”. Así que esta conmemoración de un “gobierno” más identificado con el Porfiriato que con los revolucionarios, fue una más (ojalá la última), de las agresiones de una oligarquía apátrida al pueblo mexicano.
Guillermo Fabela - Opinión EMET

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