7/02/2013

De candigatos y candidotes



 José Antonio Crespo

Aunque Gustavo Madero dijo que los ciudadanos estaban “hasta la madre” del PRI, en Baja California es más probable que los electores se sientan de esa manera respecto del PAN que lleva 24 años gobernando esa entidad. Ahí se registró la primera alternancia a nivel de gubernatura, en 1989. En el año 2000, colegas que habían estudiado minuciosamente el gobierno del PAN en Baja California advertían que no nos hiciéramos demasiadas ilusiones con la alternancia a nivel presidencial, pues el partido blanquiazul había resultado un gran fiasco y habría que tomar eso como adelanto de lo que ocurriría a nivel nacional. Muchos pensábamos (wishful thinking) que las cosas podrían ser distintas, que en el gobierno federal el PAN no desperdiciaría la gran oportunidad y responsabilidad que ello suponía. Nos equivocamos rotundamente, como resulta hoy evidente a todos. La verdad es que muchos ciudadanos “están hasta la madre” del PRI, del PAN, del PRD y del resto de partidos.

Justo por eso, en los comicios locales de este año vuelve a surgir la protesta ciudadana frente a la partidocracia, convocando a los inconformes a votar por alguno de los candidatos de caricatura surgidos en distintos puntos del país: gatos, perros y burros; una nueva modalidad del voto nulo. Es una forma satírica de decirle a los partidos que muchos ciudadanos no se sienten representados por ninguno de ellos, que están hartos de sus abusos y componendas, de su corrupción e impunidad. Sigo pensando que para quienes quieren protestar y presionar a los partidos, es más racional asistir a la casilla y anular el voto, que simplemente abstenerse.

El voto nulo (ya sea emitido por algún candidato animal o cruzando la boleta) no tiene repercusiones jurídicas, ya lo sabemos. Pero en la medida en que fuese emitido en un porcentaje respetable, generaría una presión política sobre los partidos que los orillaría a tomar en cuenta las demandas de los anulistas. Lo vimos en 2009, cuando el voto nulo a nivel nacional sólo alcanzó el 5 % (aunque llegó a niveles más altos en varias ciudades). De ser más voluminoso, su efecto sería mucho mayor, pues los partidos, pese a su prepotencia, requieren de un nivel mínimo de legitimidad. Si no fuera así, el PRI seguiría siendo partido hegemónico, pues jamás se habría sentido obligado a aceptar reformas que abrieran la puerta a una auténtica competitividad y alternancia.

Pero los movimientos anulistas se enfrentan a los siguientes obstáculos: 1) Son los electores independientes los que suelen recurrir a esa forma de protesta, pues los votantes duros piensan que su partido es una maravilla y merece seguir siendo apoyado, haga lo que haga (o lo que no haga). 2) Pero justo los independientes son los que más se abstienen en elecciones intermedias o en aquéllas donde no está en disputa una gubernatura (13 de las 14 elecciones de este año). Quienes sienten apatía o rechazo por los partidos, optan más fácilmente por la abstención. Pero la abstención no tiene ni de lejos el efecto de presión y protesta del voto nulo.

3) La mayoría de los electores, pese a sentir enojo con los partidos en su conjunto, cándidamente suelen emitir su voto “por el menos malo”, asumiendo que de verdad alguno de los partidos (el que sea) es en efecto “menos malo” que los demás. No deja de haber una cierta esquizofrenia en el elector promedio; desconfía de los partidos (en todas las encuestas, éstos ocupan el último lugar junto con la policía), se enoja con sus despilfarros, sus elevados sueldos, jugosos bonos, uso discrecional de presupuestos, seguros de lujo y muchas otras prebendas… pero siguen votando por ellos. No parece quedar claro que al emitir un voto por cualquier partido, en realidad se emite una inyección de legitimidad a todo el sistema partidario, una autorización implícita para que los partidos sigan haciendo lo que les venga en gana. Y así seguirá ocurriendo mientras no tengamos instrumentos más eficaces de controles ciudadanos sobre ellos, como lo son la reelección consecutiva, la revocación de mandato y un efecto jurídico del voto nulo, como ocurre en muchas democracias.

La fuente de legitimidad de la partidocracia, con el cheque en blanco que eso supone, surge de una votación nutrida por ellos. El voto nulo, aunque simbólico, significa lo contrario; una protesta sonora y visible por sus arbitrariedades, y una presión para que nos doten de instrumentos de control eficaces, con los que podríamos frenar y castigar sus múltiples y acostumbrados abusos.

cres5501@hotmail.com
Investigador del CIDE

No hay comentarios.:

Publicar un comentario