6/30/2013

“No podemos oponer civilización a barbarie para incluir o excluir la violencia de género de una sociedad”


 

COMUNICAR IGUALDAD- Lucía Maidana tenía 24 años y era estudiante universitaria. Fue asesinada el 6 de abril en Posadas, Misiones. Se cree que la destrawsonmataron y después incendiaron la casa en la que vivía con su hermana, probablemente para no dejar huellas. El cuerpo fue encontrado al costado de la cama semicalcinado.

Laura Iglesias tenía 55 años en mayo, cuando fue abusada sexualmente y luego asesinada con golpes y estrangulamiento. Su cuerpo fue encontrado en las afueras de Miramar. Otra mujer fue asesinada también en mayo en Villa Adelina, provincia de Buenos Aires. Probablemente la molieron a golpes. El cuerpo apareció en el baúl de un auto envuelto en bolsas.

¿Queremos más crueldad? El año pasado en Tucumán, Aída Correa fue violada por seis hombres, uno de ellos el novio. Después la torturaron con alambre de púa, le cortaron los pechos y la quemaron viva. En la misma provincia, Marcela Chiaro fue descuartizada y tirada en los cañaverales, probablemente por su ex marido.

¿Por qué ninguna de ellas ocupó más de un breve de los medios de comunicación nacionales y algunas ni eso? ¿Por qué el asesinato de Angeles Rawson es ficha puesta en los medios desde hace dos semanas?

¿Será porque ocurrió en la ciudad de Buenos Aires, más aún, en pleno Palermo, en un edificio habitado por personas de clase media? ¿Será porque en nuestro etnocentrismo creíamos que el asesinato feroz de una mujer no sucedería entre nuestras paredes?

dest2rawsonAsí como los varones feminicidas no son monstruos, sino personas normales –muchos de ellos vecinos respetados en la comunidad, amables y simpáticos, que nadie identificaría con un asesino, como el encargado del edificio en el que vivía Angeles hasta que la asesinaron- que circulan por las calles de todas las ciudades del mundo, desde los países más a los menos desarrollados, así también los asesinatos de mujeres suceden en todas las sociedades, aún las más “civilizadas”. La violencia de género no tiene que ver con la barbarie, es justamente una cualidad de la cultura. No podemos oponer civilización a barbarie para incluir o excluir la violencia de género de una sociedad. Una cualidad que define a la violencia de género es ser parte de la socialización cultural patriarcal de mujeres y varones desde hace miles de año en el mundo.

La relación de desigualdad entre mujeres y varones es intrínseca a nuestras sociedades. No está claro cómo empezó, pero se sabe que alguna vez, sobre aquello que era sólo diferencia sexual, se fue construyendo desigualdad. Una desigualdad que hace que los varones se sientan con derecho a dominar y poseer a las mujeres. Podemos ir al cine una vez por semana, leer al menos un libro todos los meses, seguir las noticias, ser profesionales exitosas y exitosos, enviar a nuestras hijas e hijos a colegios progresistas, hacer las compras en el Jumbo de la estación Pacífico, y cuando volvemos a casa nosotras cocinamos y ellos miran la tele; nosotras bañamos y acostamos a los niños y ellos se quedan leyendo un libro; nosotras pedimos permisos laborales para llevar a niñas y niños al médico y ellos siguen haciendo carrera profesional; ellos tienen tiempo libre para ocios varios y nosotras apenas nos damos un rato para un café con una amiga. La desigualdad no es patrimonio de los sectores populares, y la desigualdad se transforma en violencia, antes o después. Porque nosotras ya no queremos esos roles estereotipados y ellos no lo toleran o porque esa noche no quisimos hacer el amor. No se sabe cuándo sucederá pero en algún momento explota.

La Organización Mundial de la Salud acaba de sacar una nueva investigación en la que señala que la violencia contra la mujer es “un problema de dest3rawsonsalud global de proporciones epidémicas”: el 35% de las mujeres del mundo entero han sido víctimas de violencia física y/o sexual por parte de su pareja o de violencia sexual por parte de personas distintas de su pareja y el 38% del número total de homicidios femeninos se debe a la violencia conyugal.

Cuando se desglosa la prevalencia por regiones, hay zonas del mundo –como el sudeste de Asia, Medio Oriente o Asia- donde las estadísticas son más altas (un promedio de 37% de las mujeres de esas naciones manifestaron haber sido víctimas de violencia); sin embargo, en las regiones con estadísticas más bajas –el este de Asia y Europa- hay un 25% de prevalencia: un cuarto de las mujeres de esos países dicen que alguna vez las violentaron. En las Américas, la prevalencia es casi del 30%.

La violencia contra las mujeres está entre nosotras y nosotros, en cada casa, en cada ciudad, en cada país. Cada caso como el de Angeles Rawson debería despertar conmoción social, sacarnos del letargo, hacernos decir NUNCA MAS, como vienen diciendo desde hace años las organizaciones de mujeres que batallan en todo el país y en el mundo para evitar la indiferencia y la naturalización de esta forma de violencia.

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