Colectivo La digna voz
En otra entrega se
vaticinó un par de escenarios hipotéticos, uno de los cuales falló
parcialmente, pero que no resta fuerza a la lectura general. Se dijo:
“La fuga de El Chapo anuncia básicamente dos escenarios: uno, la
inminente muerte del capo; y dos, el triunfo de la Iniciativa Mérida o
Plan México y la consolidación de la agenda de seguridad estadounidense
en territorio nacional”. El Chapo no fue abatido, más si recapturado e
inmovilizado políticamente. E incluso ahora el gobierno mexicano anuncia
que va tras El Mayo Zambada, el compadre del capo de tutti de capi
sinaloense. El asunto de la extradición, tan abusivamente tratado en la
prensa, tiene una relevancia política menor. Es evidente que el
propósito es neutralizar al Cartel de Sinaloa, en particular, y
“desfragmentar” la cartelización del narcotráfico en México, en general,
como hicieron en Colombia tras la desarticulación de los Cárteles de
Medellín y Cali.
Después del desastre más o menos conscientemente
orquestado, se avecina una reconfiguración de las estructuras criminales
que involucra más una estrategia de naturalización de la criminalidad y
el narcodinero, y menos la conflagración con los grupos del crimen
organizado, señaladamente los cárteles. Algunos analistas en Colombia
incluso sugieren que el modelo organizacional del “cártel” es un
subproducto de las redes criminales hemisféricas cuyo comando anida en
los corrillos del poder estadounidense, y cuya discursividad (la
narrativa del “cártel” que atormenta o produce dolor a las familias)
tiene altos contenidos de ficción. A juicio de esos analistas, el cártel
es sólo un grupo de operadores al servicio del poder criminal
enquistado en las estructuras formales de poder. Por cierto que esa
narrativa es la base en torno al cual se articula el relato de la
“disputa entre los cárteles”, que es altamente rentable políticamente
porque invisibiliza a los agentes privados o estatales que intervienen
decisivamente en la narcotrama.
El Chapo es una figura
transitoria, cuya utilidad está en curso de expiración. La guerra contra
el narcotráfico está transitando a otra etapa. No es que ahora la
estrategia cobre eficacia o que estemos cerca de testimoniar la
efectividad de esa estrategia. La estrategia sigue su curso pero ahora
con formas actualizadas. Y una de las prioridades en esta etapa es la de
inyectar legitimidad a la estrategia anti-drogas, que por cierto es tan
estadounidense y anti-mexicana como Donald Trump. Acerca de esta nueva
etapa, pero en relación con el caso colombiano, el investigador Max Gil
Yuri ilustra un escenario tristemente factible para México: “ Con el
cuento de que tenemos un enemigo, esta sociedad ha sido diezmada,
intimidada, se ha vuelto una sociedad muy autoritaria, muy favorable a
la eliminación de todo lo que consideran una amenaza, así sea un niño de
la calle, un desplazado, un habitante de calle, un drogadicto. Aquí hay
una acción de asesinato, y la gente dice ‘ah, mejor’. Eso es limpieza.
Es terrible lo que eso significa. Esto ha jugado un papel crucial en la
construcción de lo que uno puede llamar una ‘sociedad contrainsurgente’ y
una ‘sociedad autoritaria’”.
La aprehensión de El Chapo abre un
nuevo ciclo en la guerra contra el narcotráfico, que de ninguna manera
amenaza la industria de la droga ni el predominio de la criminalidad en
la gubernamentalidad nacional. El nuevo ciclo apunta a una mayor
legitimación e invisibilización de la mancomunidad Estado-crimen.
También acerca de Colombia, el escritor Roberto Saviano hace notar:
“Colombia representa una matriz de la economía criminal, y sus
transformaciones muestran toda la capacidad de adaptación de un sistema
en el que permanece fija una única constante: la mercancía blanca. Los
hombres pasan, los ejércitos se disgregan, pero la coca queda. Ésta es
la síntesis de la historia colombiana”.
En la historia del
narcotráfico nacional también está calculada la desaparición de los
cárteles y la reconfiguración del crimen organizado. Pero una cosa es
segura: la droga y el lucro en torno a la droga permanecerá. El propio
Chapo lo dijo en la infelizmente polémica entrevista con Sean Penn: si
su negocio desapareciera, el comercio y el consumo de narcóticos a
escala mundial no cambiaría.
Después de la recaptura de El
Chapo, múltiples portavoces de Washington se deshicieron en elogios
hacia el gobierno mexicano, destacando a veces sin rubor la
participación de agencias estadounidenses en la operación: “Saludamos la
valentía mostrada en la captura (DEA)”; “La captura es un golpe para el
sindicato (sic) internacional del tráfico de drogas y una victoria para
los ciudadanos de México y Estados Unidos… Felicito al gobierno de
México y saludo la aplicación de la ley mexicana” (Loretta E. Lynch,
procuradora general de Estados Unidos); “El Departamento de Justicia de
Estados Unidos se enorgullece de mantener una relación estrecha y eficaz
con nuestros colegas mexicanos. Esperamos continuar nuestro trabajo en
conjunto para garantizar la seguridad y la seguridad de todo nuestro
pueblo…”
La estrategia anti-drogas en México sigue su curso,
transfigurando parcialmente su fisonomía, pero con la mira bien colocada
en los objetivos reales aunque no declarados: la configuración de una
“sociedad contrainsurgente”, la militarización de la seguridad, y la
naturalización e invisibilización de la mancomunidad Estado-crimen.
La recaptura de El Chapo es una acción estatal de legitimación, y el
primer acto de un ciclo inédito en la misma trama oprobiosa de las redes
criminales México-Estados Unidos.
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