12/26/2016

La gran amenaza blanca


Hermann Bellinghausen

El diagnóstico está hecho. El cambio de gobierno en Washington implica una radicalización de la gran amenaza blanca que, dada la escala global de los tiempos, se cierne sobre el mundo entero. Las riendas del imperio en decadencia (económica, moral, política, social), pero con más poder que nunca (militar, mediático, comercial), cayeron en manos de una pandilla de estúpidos, y perdón por lo de pandilla, tan de súbito que ni ellos lo esperaban. Listos son, zorros mayores, basta ver sus fortunas, su poder adquisitivo, su impunidad. Pero si uno escucha lo que dicen, dan ganas de echarse a correr. Nos escandalizábamos con las idioteces de Nixon o Reagan. Los Bush and Company nos daban calosfríos. Y asistimos aliviados a las debacles de Goldwater y Wallace, anteriores candidatos supremacistas blancos llenos de odio y ladridos que palidecerían ante los trumpianos de la hora. Por ello la conformación del gabinete de Donald Trump ha sido una cita a ciegas con el abuso y la guerra. Quedó establecida una junta empresarial-militar como ninguna antes. Millonarios, fanáticos políticos y generales viejos. Justo lo que necesitábamos.
Hay improvisación ahí. De por sí son apostadores, juegan vidas y destinos como en ruleta. Su éxito marca el daño causado por el capitalismo tardío implantado y aprovechado precisamente por gente como Rex Tillerson, el T. Rex de los hidrocarburos, cabeza de Exxon, bajo distintos nombres la firma más depredadora del siglo pasado. No le faltan competidores, montones de firmas pugnan por ser la más bestia, igual que hacen las pandillas. Lo suyo es la extracción vampírica y suicida. El que reina en las pandillas controla el casino. Hoy su gerente general será el representante diplomático de Estados Unidos para el mundo.
Los negocios, negocios son. Y sus planes necesitarán del negocio de la guerra (tipo Siria o Yemen, o tipo México, o lo que venga). Por añadidura, en un tiempo de migraciones (como dijera John Berger), el hombre blanco declara su odio a los migrantes.
¿Así o más claro? Habría que prepararnos, lo que implica dos acciones: pensar (nuevas ideas se necesitan urgentemente) y organizarnos (de maneras que hasta ahora no hemos logrado). El frente inicial del nuevo poder está bien anunciado: los territorios indígenas de Estados Unidos. Y con un muro que no nos separará sino subordinará más a esta gente impresentable, vienen inmediatamente sobre los territorios indígenas de México, a título propio o bajo siglas nacionales prestadas.
En el resto de América la competencia se les complica, por eso vamos mano. De Guatemala a la Patagonia abundan jugadores de China, Europa y de una Rusia disfrazada de británica, canadiense o local. Pretenden los territorios para extraerles más de lo que por sí ya; para decorarlo en función del turismo con divisas; para edificar, invertir, armar, vender mercaderías.
Ya adelantaron los asesores de Trump que irán sobre las reservaciones indias, resulta que codiciadas luego de ser las migajas del genocida blanco para la población originaria, al cabo de una estrategia de masacres, tratados y traiciones que tomó todo el siglo XIX y parte del XX. De otros modos lo mismo, acá viene sucediendo con ejidos, comunidades y territorios primordiales en todo México. Allá, el próximo Standing Rock se encontrará con otro tipo de Estado, uno de sordera selectiva y mecha corta que no andará con miramientos, a punta de balas de goma, de plomo y de Twitter, las cárceles prometen llenarse (otro mercado a futuro en plena alza en Wall Street) y mediante simples y llanas expropiaciones presidenciales tan beautiful como el muro que pagará México o se desatará una guerra de los pasteles de la que ni el Banco Mundial ni el FMI podrán salvarnos. Beautiful como el aeropuerto que por decretazo condenó al pueblo de Atenco y a toda una región privilegiada de Texcoco.
Los nuevos amos de Washington lucen impacientes, imprudentes, iluminados. Sus planes no incluyen la opinión de nadie fuera de su esfera. Y el Estado mexicano, servil e impotente, padece un alarmante síndrome de Estocolmo. Si seguimos viendo de a cómo a hard rain is gonna fall sin mover un dedo, ratificaremos eso de Leonard Cohen de que future is murder. Aunque el presente ya lo sea. Mumia Abu Jamal lo pone así: Bienvenidos al Nuevo Fascismo, que una vez desencadenado sumará a las fuerzas más racistas, más perversas y más nacionalistas en Estados Unidos.

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