8/09/2017

Adiós a Jaime Avilés, el cronista indispensable de los manicomios del poder




Cronista de nota roja en sus inicios, columnista de pluma afilada y director del sitio digital Polemon, Jaime Avilés falleció la madrugada del martes 8 de agosto en la Ciudad de México, tras las complicaciones del cáncer que enfrentó en los últimos meses. El sitio digital que dirigió reportó que “el 26 de junio de este año, nuestro director general, Jaime Avilés, fue sometido a una cirugía: le extrajeron un tumor en la cabeza. La operación fue un éxito. Después de analizarse el tumor extraído, supimos que tenía un cáncer en el pulmón, el cual se había extendido al cerebro”. Breve y brutal, como sus crónicas, este parte médico anticipó las complicaciones de salud que padeció Jaime Avilés. 

Fue hospitalizado en el Instituto Nacional de Cancerología. Vivió con estoicismo sus primeras sesiones de radioterapia. No dejó de escribir en las redes. Avilés nació en 1954. Trabajó como reportero, cronista y columnista en los periódicos Unomásuno y en La Jornada. Incursionó también como dramaturgo y escribió desde 1995 su columna Desfiladero. Avilés fue autor de una de las biografías más documentadas e importantes sobre Andrés Manuel López Obrador titulada AMLO: Vida Pública de un Hombre Privado, editado por Grijalbo. Su primer libro fue un éxito por su estilo directo, rebelde, pulcro: La Rebelión de los Maniquíes (1991). Cercano al levantamiento y al movimiento zapatista del EZLN escribió dos versiones de una novela sobre el mismo tema: Nosotros estamos muertos (2001) y Adiós Cara de Trapo (2006). Se distanció del subcomandante Marcos cuando éste llamó a la abstención en el proceso electoral de 2006. Uno de sus trabajos periodísticos más célebres se realizó cuando se hizo pasar por un mercader que exhibió la corrupción en de Guido Belsasso, responsable del Instituto Nacional de Psiquiatría, en el foxismo. En 2008 Avilés escribió Los Manicomios del Poder a partir de esa experiencia.


En enero de este año, Eduardo Del Río, Rius, acudió a su homenaje en el museo El Estanquillo. Sabía que su cáncer había avanzado. Estaba triste, pero consciente del tránsito. Preocupado por el país, por la debacle del peñismo, por los desaparecidos, por el periodismo. Sin tapujos, ahí anunció que estaba a punto de morir, que estaba cansado, pero emocionado por tener a tantos herederos y seguidores. El Estanquillo estaba abarrotado. Jóvenes, jóvenes seguidores que aún leen más a Rius que a Marx, que han conocido de historia de México, de América Latina y de Estados Unidos gracias a sus libros, que abandonaron el catolicismo por su influencia, que se burlaban del autoritarismo encopetado y tricolor. Sin perder el humor ácido que caracterizó al autor de historietas como Los Agachados y Los Supermachos, Rius dio “gracias a Dios, por si existía”. El, uno de los ateos más famosos, y uno de los críticos más insistentes del poder de la Iglesia, de las jerarquías y los inamovibles. Rius nació en la cuna del sinarquismo, en Zamora, Michoacán, hace 83 años, y desde ahí emprendió su propia “guerra” por la cultura y no por el fanatismo. Sus últimos años vivió en Tepoztlán, Morelos, con sus libros, su hija y su esposa, siempre atento a lo que ocurría. Sus trazos sencillos, sus personajes entrañables como Caltzonzin, sus señoras con rebozo y los caciques panzones se convirtieron en un referente para varias generaciones porque Rius se transformó en uno de los autores más leídos por libros de historietas como La Panza es Primero, Marx para Principiantes (quizá más leído en México que el propio El Capital del economista y filósofo alemán), Manual del Perfecto Ateo, El Mito Guadalupano, La Biblia, esa Linda Tontería, entre decenas de otros. Rius participó en prácticamente todos los medios impresos críticos de la época: desde Proceso a La Jornada, en El Universal y La Prensa. Fundador y animador de revistas de moneros como La Gallina, Marca Diablo, La Garrapata, El Chahuistle, El Chamuco y Los Hijos del Averno. Al confirmarse su fallecimiento, recordé lo que Rafael Barajas, El Fisgón, me dijo hace unos días apenas: “Rius ya está mal, en cualquier momento se nos va”, para quedarse por siempre, pensé. Rius dejó una escuela no de imitadores en sus trazos sino de alumnos en el compromiso político y periodístico por la crítica, el humor ácido contra los poderosos, la generosidad con los humildes, la obsesión por la divulgación. Entre esos herederos de la escuela Rius está el propio Barajas, José Hernández y Antonio Helguera (los MonoSappiens de la revista Proceso), Helioflores, Rappé, el actual director de El Chamuco, Rocha, Riuste, entre muchos otros más que se volvieron sus escuderos imprescindibles. En las redes sociales, el nombre de Rius se convirtió en Trending Tópic en Twitter, mientras Facebook e Instagram se inundaron de sus cartones, sus tiras, su imagen, su sonrisa. “Rius alfabetizó políticamente a una generación convencida de la necesidad del cambio. Su labor como educador popular fue inmensa”, redactó Luis Hernández en su cuenta @lhan55. Helioflores, quizá el mejor de los moneros y cartonistas vivos de la generación de Rius y Naranjo, escribió también en su cuenta de Twitter: “Inmenso dolor por la partid de mi gran amigo y maestro RIUS. El más grande de todos”. Paco Calderón, el cartonista del periódico Reforma, en las antípodas ideológicas de Rius, escribió con innegable sentido del humero: “Me entero que falleció Rius. Requiem eternam dona eis Domine, et lux perpetua luceat eis. Requiescat in pacem. Aunque él no lo crea”. Con Rius y Naranjo se mueren dos de los grandes referentes del cartonismo en México. Rius estaba consciente que nunca como ahora se vive un momento tan intenso, tan crítico e importante para los moneros, para los caricaturistas, para los cientos de autores de memes que recuperan el estandarte del humor y la crítica. Larga vida a Rius que nos acompañará siempre, cada vez que digamos: la panza es primero.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario