8/11/2017

Zonas y campos de exterminio en México



Caronte por Jacobo Dayán
Asesinato en Acapulco, Guerrero. (Foto: Bernandino Hernández/ Cuartoscuro)
Los niveles de violencia en México y la frecuencia con que se dan hallazgos que desfondan toda concepción de lo humano han generado una anestesia social preocupante. La normalización de la brutalidad solo contribuirá a su continuación.
Como si fuera una condena inaplazable, en los últimos años, demasiados años, el horror pasa su factura diaria. Esa violencia dura y en goteo permanente ha derramado tanta sangre que buena parte de la sociedad ha preferido no ver, incluso la ha aceptado, después de tantas justificaciones de las autoridades, como el precio que se debe pagar por “acabar” con el crimen organizado.
Si para la sociedad esto ya es parte de su cotidiano, para las autoridades ni siquiera existe en su verdadera dimensión, ni siquiera lo reconocen y menos están dispuestos a enfrentarlo con responsabilidad. Buena parte de los medios de comunicación, por complicidad con las autoridades o por no perder audiencias “cansadas” de tanta violencia, prefieren omitir o matizar, en la medida de lo posible, esta información.
En el México de hoy negarse a aceptar lo dantesco como inevitable es un acto de resistencia, sí, de resistencia que en ocasiones se paga con la vida. Mientras esta resistencia no genere presión social suficiente, las autoridades de los 3 poderes, de los 3 niveles y de todos los partidos se negarán a responder por ello.
Por momentos ese flujo constante de horror, que de sí es enorme, alcanza picos que deben sacudir a quien sea. Tampoco las fosas clandestinas ni las zonas de exterminio que hay en el país generan el más mínimo trémulo en la sociedad.
Una fosa común en Irak o Siria con decenas de cuerpos es escándalo internacional, aparece en notas periodísticas por todo el mundo y es reportado hasta por Naciones Unidas. En México eso es cotidiano, es banal. En un tuit hace unos días, el colectivo Solecito de Veracruz hizo una actualización sobre los hallazgos en las fosas clandestinas de Colinas de Santa Fe. Han contabilizado 274 cuerpos en ese predio mientras las autoridades no apoyan en la búsqueda y solo dan fe. El Estado da fe, ¿con que autoridad moral?
En Morelos el fenómeno, o acaso el perpetrador, es otro, es el estado y el Estado. Las fosas de Tetelcingo y Jojutla, creadas por la fiscalía estatal, con cientos de cuerpos inhumados fuera de cualquier estándar internacional e incluso nacional, sin carpeta de investigación, sin necropsia, con signos de tortura, con manos atadas, con ojos vendados, con su ropa, arrojados como basura. Si esto no hizo caer a un gobierno, ¿qué lo hará?
A Javier Duarte y otros gobernadores se les investigan las redes de corrupción pero se omiten las redes criminales, ¿qué podemos esperar del Estado? Si ante crímenes de lesa humanidad, sociedad, medios y gobierno permanecen inmutables, ¿qué sigue?
También en Veracruz, en el municipio de Tlalixcoyan, hace unos meses fueron hallados 10 mil fragmentos óseos en el Rancho El Limón. Esto solo puede ser llamado de una manera: campo o zona de exterminio.
Varias son las zonas o campos de exterminio en el país. Por mencionar algunas en el estado de Coahuila, como podrían ser en otra parte, están Patrocinio, San Antonio de Gurza y Estación Claudio también con decenas y decenas de miles de restos óseos. En el norte del estado el Rancho de los Garza fue el escenario en el que las víctimas de la masacre de Allende fueron exterminadas, el penal de Piedras Negras fue centro de exterminio en el que se quemaron cerca de 150 cuerpos en varios meses. Una instalación de seguridad del estado, construida y financiada con recursos públicos, a la vista de las autoridades que por años decidieron no actuar, se convirtió en campo de exterminio.
Otra zona de exterminio es San Fernando, Tamaulipas, donde en 2010 son hallados 72 migrantes muertos, masacrados, y en 2011, 289 más, todo con la participación, consentimiento y/o aquiescencia de agentes del Estado. Estos dos macabros eventos no son los únicos en ese municipio. Después de eso, todo normal.
Ahora nos enteramos de la mayor zona de exterminio del país, de menos hasta ahora. Proceso reportó hace un par de días que en la Reserva de la Biósfera El Cielo, Tamaulipas han sido incinerados más de 500 personas. Así lo reporta Proceso: “Desde 2010 se abrieron en las carreteras de esa región ‘hoyos negros’ que se tragaron autobuses atestados de pasajeros, autos y todo tipo de vehículos con placas foráneas, pero hasta ahora se desconoce qué pasó con sus ocupantes… Los militares quedaron perplejos: por todos lados había cuerpos sepultados, semienterrados y carbonizados. Muchos de los huesos fueron arrastrados por las lluvias de septiembre del año pasado y quedaron regados por todos lados”.
Estos solo son ejemplos, la lista es enorme.
En México se perpetran crímenes de lesa humanidad con absoluta impunidad. La cuota diaria de violencia, las fosas clandestinas y los campos y zonas de exterminio son parte de nuestra vida cotidiana, todo los demás, absolutamente todo lo demás, es escenográfico. Asumámoslo

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