Por
José Gil Olmos
Ya se sabe que el PRI llegará a la elección del 2018 sin un candidato
fuerte a la Presidencia de la República. Está tan débil que como
partido llegará como tercera fuerza política y sin que en sus propias
filas haya alguien que genere un cierto grado de simpatía ciudadana para
que gane el año entrante. Es por eso que entre ellos se ha desatado una
pelea intestina en la cual están quienes buscan un candidato
simpatizante y los que apoyan a un candidato militante.
Pero la mala noticia es que ni con ese personaje militante o
simpatizante tienen la garantía del triunfo, porque es tan grande la
animadversión de la mayoría de los electores que nadie que lleve el
titulo priista en la frente genera la confianza de que será la mejor
opción para gobernar este país sumido en una gran crisis estructural.
Hasta donde se alcanza a ver, la elección del 2018 podría ser para el
PRI una reedición de la lucha entre tecnócratas y políticos
tradicionales, como se vivió hace 30 años cuando se impusieron los
primeros a través de Carlos Salinas de Gortari.
La lucha interna en el PRI, además del largo historial de corrupción e
impunidad, es la que los llevó a las derrotas en el 2000 y 2006, cuando
los priistas se enfrentaron entre sí en la elección del candidato.
Cada vez que esto les sucede, los priistas difícilmente logran
recuperarse y en algunas ocasiones pierden ante candidatos que no hacía
mucho eran sus mismos militantes, como sucedió recientemente en
Veracruz, Quintana Roo y Nayarit.
En esta ocasión, rumbo al 2018, las divisiones internas en el PRI son
más que evidentes. El presidente Enrique Peña no tiene las cartas más
fuertes y quiere imponerse a pesar de que ninguna de sus apuestas genera
la fuerza necesaria para enfrentar a Andrés Manuel López Obrador.
En el camino de la 22 asamblea nacional los priistas se han
confrontado en la idea de tener un candidato que no sea militante, al
que llaman curiosamente “simpatizante”, con la esperanza de que,
quitándole el sello partidista, el electorado lo apruebe. El problema es
que ni con eso le quitarán la historia de corrupción e impunidad que
tiene como sello el PRI.
Hasta ahora hay una terna de aspirantes en el escenario que no
convencen a la mayoría de la población: Aurelio Nuño y su fracaso en la
SEP; José Antonio Meade sin que pueda hacer algo para detener la crisis
hacendaria; José Narro con el sector salud abandonado y Miguel Ángel
Osorio Chong con el país a la deriva en seguridad pública.
Por fuera, entre los gobernadores y legisladores no existe ninguna
figura que se vea capaz de encabezar la candidatura presidencial.
El PRI se ve a la deriva a unos cuantos meses de que tenga que elegir
a un candidato presidencial, las encuestas que hasta ahora se han dado a
conocer muestran que todos los mencionados están en tercer lugar.
Quizá de la asamblea nacional salgan con acuerdos y digan que unidos
nadie los vence. Pero lo más seguro es que habrán de gastar millones de
pesos para construirle una imagen a su candidato, como lo hicieron con
Enrique Peña Nieto. Pero las circunstancias son otras y aun así nada
asegura que ganara como lo hicieron en 2012, porque a diferencia de
entonces, hoy tienen diferencias sustanciales que pueden ocasionar un
choque de trenes.
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