Por
Pablo Gómez
Dentro de la camarilla que administra al Partido de la Revolución
Democrática (PRD) existen dos grupos de interés. Uno de ellos desea
postular a la Presidencia de la República al candidato del Partido
Acción Nacional a través, se dice, de un Frente Amplio. El otro desea
postular a Miguel Ángel Mancera, actual jefe de gobierno de la CDMX.
Ambos grupos estarían conformes si el candidato de la alianza con el PAN
fuera el mismo Mancera u otro personaje “sin partido”, lo cual se
ofrece imposible.
Es obvio que un candidato panista no sería de izquierda sino de
derecha. Es claro que Mancera no es un político ni mucho menos uno de
izquierda y que su gobierno casi no se ha visto porque desde el
principio careció de programa.
Partir del esquema anterior no nos ayuda demasiado a confeccionar una
prospectiva sobre las tendencias electorales en el país, pero ayuda a
tal propósito y nos indica de cierto que en la izquierda mexicana,
considerada ésta como el pueblo de izquierda, sólo hay un candidato y
que, como todos lo sabemos, ése es Andrés Manuel López Obrador.
Desde el punto de vista del perredismo que durante casi 30 años ha
buscado el poder para aplicar un programa democrático y social, sería
una inmensa equivocación caer en la patética situación de postular a un
panista o una panista, sin importar la generación y el grupo al que
pertenezca, o en caer en el engaño de un candidato del tipo de Mancera
que sólo funcionaría para restar votos a López Obrador, a cambio de
alguna prebenda oculta pero efectiva de parte del gobierno peñista.
Lo que los administradores del PRD hicieron en el Estado de México
fue una canallada. Su candidato no era opción de gobierno. El
abanderado, Juan Zepeda, habló con López Obrador sobre el tema y las
condiciones de un posible acuerdo que fuera digno para las dos partes.
Los franquiciatarios del PRD se negaron a colaborar porque tenían un
acuerdo con el gobierno federal, especialmente impulsado por Mancera, el
mismo personaje que ahora quiere ser candidato a presidente para seguir
luchando contra la izquierda del país. Aún hoy, después de la
fraudulenta elección, el PRD se niega a admitir que Morena es el partido
más votado en el Estado de México según las mismísimas cifras
oficiales, pues la ventaja asignada a Del Mazo proviene de los partidos
bonsái.
Los administradores del PRD niegan en público que desde el gobierno
de la Ciudad de México se compraron votos en las dos últimas elecciones
(la de diputados y la de constituyentes), no obstante lo cual ese
partido perdió su condición de ser el más votado. El trato que le ha
dado el PRD a Morena en la Asamblea de la CDMX nunca se había visto
entre partidos porque cuenta con el apoyo del PRI y del PAN, unidos
todos contra el “populismo”, aun sin que alguien defina el contenido de
esa expresión, ahora usada como insulto. Los diputados del PRD en la
Asamblea no son de izquierda, sino que piensan, votan, hablan, actúan,
agandallan y disfrutan como siempre lo ha hecho la derecha: son manceristas, aunque el mancerismo no exista.
Esa misma dirección ilegítima no quiere admitir lo que todos
sabemos: el PRD no es opción de gobierno en ninguna parte del país en
este momento. A esa situación se le ha conducido a un partido que unió a
todas las izquierdas y se convirtió en una posible alternancia
democrática, popular y social de México.
¿Por qué ha caído tan bajo el PRD? Sus administradores entraron en el
mercado de la política a obtener o recoger ventajas de circunstancia.
Ellos olvidaron luchar por un cambio de rumbo para México, quizá porque
todo lo vieron muy difícil, pero nadie había dicho que iba a ser fácil.
Cuando Andrés Manuel rompió con el PRD, algunos esperábamos que se
abriera un camino de cambios profundos y radicales en la conducción de
ese partido. Aunque se dieron muchas luchas con ese propósito, hasta
ahora todas ellas han fracasado.
El punto, por tanto, es que si no se ha podido remover a la dirección
ilegítima que desconoce el programa, se niega a convocar a elecciones y
se quiere perpetuar en la dirección, tal como lo hacen los autócratas,
entonces es preciso organizar a los miembros del PRD para apoyar,
juntos, al candidato de la izquierda, es decir, a nuestro candidato.
Las críticas que se expresan contra López Obrador desde la izquierda,
aquellas que son sinceras y no provienen, por tanto, de las tribus de
tránsfugas que administran el PRD, son parte de las discusiones en una
corriente viva que siempre ha estado compuesta de varias izquierdas,
tendencias de pensamiento y acción que deben discutir, confrontarse, no
sólo a través de la exposición de sus respectivas ideas, sino de la
práctica política, sin renunciar a sus inmensas coincidencias.
Los actuales administradores del Partido de la Revolución Democrática
deberían desalojar sus puestos. Mientras tanto, es preciso contribuir
desde diferentes lugares y circunstancias a la unidad de la izquierda,
como ha sido siempre la línea política escrita del PRD, apoyando todos
al mismo candidato a la Presidencia de la República, al candidato de la
izquierda mexicana.
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