CELAG
El
aumento sostenido de los precios provocado por la devaluación de la
moneda y traducido como una pérdida del poder adquisitivo de los
consumidores, retumba en México. Un brote que ha afectado a todos los
rubros, desde la comida hasta la vivienda.
México reporta la
cuarta mayor inflación de América Latina. Así lo verifican los datos
oficiales del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI),
teniendo que durante la primera quincena de julio el IPC alcanzó 6,31%,
el aumento más pronunciado desde 2009[1]. En
general, la tasa anual suma trece quincenas por encima de del 4%, límite
superior del objetivo de inflación del Banxico ubicado en 3% para este
año.
En su comunicado de política monetaria, el ente emisor
explicó que la dinámica inflacionaria ha estado influida por “choques de
naturaleza transitoria”. En lo externo, por ejemplo, podríamos referir
el clima de incertidumbre económico que ha sido agitado con especial
vigor tras la llegada Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos.
Sin
embargo, ha sido desde adentro donde más se han propiciado las
condiciones para la senda alcista de la inflación. Hay al menos cinco
importantes razones:
– El ‘Gasolinazo’. En enero de este año el gobierno federal aplicó un incremento de hasta el 20% sobre los precios de los combustibles[2].
– Fuerte dependencia primario exportadora y altamente importadora. Ha
propiciado una economía de base estrecha, fuertemente abierta al
comercio exterior a través de tratados asimétricos como el TLCAN
(Tratado de Libre Comercio de América del Norte) suscrito con Estados
Unidos y Canadá.
– Estructura económica muy concentrada. Oligopolios y monopolios que aprovechan su poder de mercado para abusar en materia de precios.
– Baja productividad. El
índice promedia una baja trimestral de 0,09% desde 2015 (fecha en la
cual iniciaron los recortes de presupuestos en el sector de inversión
pública) según los datos publicados en el primer trimestre de 2017 por
el Índice Global de Productividad Laboral de la Economía del INEGI.
– Economía altamente financiarizada. La
política económica oficial direcciona inmensas masas de dinero ociosas
en transacciones financieras con utilidades record pero sin
reinversiones que hagan crecer la capacidad productiva.
En un
intento por contener el aumento sostenido de los precios al consumidor,
el Banco Central de México endureció su política monetaria aplicando
aumentos de las tasas de interés hasta el 7% anual[3]
y con vista a nuevos incrementos, sobre todo porque es probable que la
Reserva Federal de Estados Unidos incremente sus tasas por el panorama
de crecimiento que vislumbran en su economía.
Contrario a atajar
la caída del peso, las medidas tomadas en materia monetaria por Banxico
han implicado movimientos en el tipo de cambio, un peso devaluado que ha
afectado el bolsillo de los trabajadores, mientras ganan la banca y los
mercados.
La cotidianidad ha sido vulnerada en cada espacio,
desde la comida hasta los alquileres. Hoy día, rentar o comprar una
vivienda en México se ha convertido en una tarea difícil. El repunte de
la inflación ha afectado de manera directa las tasas de interés de los
créditos hipotecarios, herramienta referencial en la dinámica del
mercado inmobiliario. El índice subyacente, que es donde se encuentra el
subíndice de vivienda y que engloba los datos de la casa propia, renta
de inmuebles, servicio doméstico y otros servicios para el hogar,
registraron un crecimiento anual de casi 4%. El alza en los costos de
los productos derivados del sector energético motivados por el
Gasolinazo, también afectaron en varios casos los precios de los
materiales para la construcción; encareciendo las viviendas y la renta
de las mismas, abriendo de esta forma un negocio redondo de menos por
más: espacios de menor tamaño y mayores precios.
En definitiva,
los precios aumentan sin que se incrementen los ingresos de los
trabajadores. El relato neoliberal del sistema capitalista juega a
confundir, sostiene que aumentar los salarios desata la inflación. Sin
embargo ya hay abundante evidencia de que esto no es así; mucho menos en
un país como México donde 1 de cada 3 trabajadores está empleado en el
sector informal[4] de la economía lo que hace que sus ingresos sean más precarios y sin ningún tipo de garantías.
Notas:
Crismar Lujano, investigador CELAG.
@clujan0
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