8/27/2017

¿En qué mundo se realizarían las elecciones de 2018?


Guillermo Almeyra
Si uno quiere caminar por un terreno escabroso y llegar con la cabeza y las dos piernas intactas debe mirar atentamente cuáles son los obstáculos y qué es razonablemente practicable para llegar a buen fin. Lo que suceda en México de aquí a 2018 sin duda tiene su dinámica propia determinada por la estructura social, la historia y las condiciones del país pero dependerá fuertemente del curso de la economía y de los acontecimientos mundiales y, fundamentalmente, de lo que pasa en casa de nuestro vecino del norte que padece los efectos devastadores del ciclón Donald.
Ahora bien: ¿cómo está la economía mundial? En Estados Unidos y en Europa la fuerte baja de las materias primas y de los alimentos provocó una muy leve mejoría del producto interno bruto pero la burbuja especulativa bancaria podría volver a explotar y, sobre todo, aumentan las tensiones sociales mientras los países mal llamados emergentes (incluso Rusia, dependiente del gas y del petróleo y China misma) tienen serias dificultades que en el resto del mundo son aún mayores.
El precio del petróleo, en un lapso corto predecible, subirá muy poco a pesar de las crecientes compras chinas (China compra 40 por ciento del petróleo que exporta Venezuela, contra sólo 20 por ciento de Estados Unidos y es el principal comprador del petróleo de Angola). Lo mismo sucederá con los precios de los alimentos y de los minerales que crecientemente exportan tanto México como otros países dependientes para compensar la caída en otros rubros. La renegociación del Tratado de Libre Comercio de un modo aún más favorable a Estados Unidos agravará la situación del campo y de la industria alimentaria mexicanas y la consiguiente disminución de ingresos de la población reducirá también el consumo. Las exportaciones intrarregionales (hacia Brasil o Argentina, por ejemplo) se reducirán igualmente ante la crisis en esos países.
Presumiblemente, China aumentará de aquí a 2018 su papel de gran inversionista y gran comprador de materias primas (y hasta de tierras, como en Argentina y en África) y Estados Unidos retrocederá en ambos  campos debido al desarrollo de tendencias proteccionistas a la Trump pero el alivio chino para otros países dependientes necesitará fundamentalmente de la paz en Extremo Oriente (y en todo el mundo, ya que un conflicto con China podría desatar una guerra mundial).
Las maniobras militares conjuntas estadunidenses-sudcoreanas en la frontera con Corea del Norte son una provocación y podrían dar origen a retorsiones del enloquecido régimen norcoreano, lo cual hace que los gobiernos de Seúl y de Tokio vivan desde ya con la espada de Damocles, en este caso nuclear, sobre la cabeza. Un ataque a Corea del Sur o a Japón, como los que amenaza continuamente Corea del Norte, o un ataque a este último país, como los que amenaza continuamente Trump, significa una guerra como la de Corea en 1950 con la participación de otros países (por lo menos, de Estados Unidos y de China).
Washington, Pekín y Pyongyang poseen armas nucleares y si Estados Unidos pensó ya en la guerra de Corea en utilizar proyectiles atómicostácticos, con Trump probablemente no vacilaría en recurrir a ellos o a armas aún peores y lo mismo haría el régimen norcoreano, que se juega su supervivencia. De ahí a la guerra mundial más destructiva de la historia no hay más que un pequeño paso.
Ella provocaría una breve alza del precio de todas las materias primas, pero las destrucciones serían tan enormes en los grandes centros industriales chinos, estadunidenses, japoneses o europeos que los consumos de todo tipo disminuirían brutalmente en lo que quedase en pie en un mundo catastrófico.
Existe la posibilidad de que la división en la burguesía estadunidense lleve a destituir a Trump, pues éste es demasiado torpe como para dirigir una potencia que está perdiendo su hegemonía tecnológica y militar. Eso permitiría una tregua y una relativa distensión. Pero si, para bien de la humanidad, se pudiera evitar la guerra que la política de Trump prepara a mediano plazo, queda sin embargo la actual ofensiva del gran capital contra los trabajadores en el terreno de las leyes laborales, de las jubilaciones y pensiones, de los salarios indirectos (educación y sanidad gratuitos), y de los derechos democráticos y derechos humanos.
Esta ofensiva está en curso en todos los países pues en todos ellos se suceden los ataques contra los sindicatos, contra las organizaciones obreras y populares y en todos se persiguen las diversidades sexuales, se aleja la edad para jubilarse, se roban los fondos de las jubilaciones –o sea, los salarios diferidos de los trabajadores–, en todos ellos empeoran las condiciones de la educación y de la sanidad (que son considerados gastos estatales cuando son inversiones para el futuro), se persiguen salvajemente a los inmigrantes, hay asesinatos diarios y violencias contra las mujeres o se pisotean los derechos más elementales.
La dominación del capital financiero también requiere reducir al mínimo en todos los países los márgenes democráticos. De ahí la violencia policial en Estados Unidos, la militarización y el estado de excepción en Francia, las desapariciones en México o Argentina, las intervenciones militares imperialistas en cualquier país.
¿México con su territorio actualmente militarizado y sus decenas de miles de muertos y desaparecidos y con la anulación diaria de todas las conquistas de la Revolución Mexicana- sería una excepción, una isla de bonanza en la que se pudiesen hacer elecciones limpias y respetar sus resultados? ¿No es más realista organizar a las víctimas de la discriminación, de la violencia, de la explotación y opresión del capital para luchar por la liberación nacional y social?

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