Digámoslo categóricamente: Aguiar es el hombre de toda la confianza del Papa en México. Francisco empuja una Iglesia pastoral y amorosa, donde los actores religiosos estén en permanente vínculo con las diferentes comunidades, incluyendo lo que llama las periferias: los descartados, pobres, minorías, jóvenes y ancianos. Lo que haga o deje de hacer el nuevo arzobispo será un precedente importante para toda la Iglesia mexicana.
Aguiar adviene no por sus blasones pastorales, que no posee, sino como un amigo leal del Papa. Hay que recordar que el argentino enfrenta una severa rebelión de grupos ultraconservadores, dentro y fuera de la Iglesia, con los cuales Norberto Rivera simpatiza.
Dicha rebelión es inédita en la historia reciente de la Iglesia; es contestataria y enfrenta al Papa en el espacio público. Por ello, Aguiar Retes al frente de la Iglesia mexicana es determinante en el complejo rejuego del tablero político religioso que se dirime en Roma.
Aguiar llega a una arquidiócesis desmembrada, rota. Su gran reto es ir más allá de una conversión pastoral: ha declarado una necesaria “renovación eclesial”, incluso como encomienda del mismo Papa. Pero esa renovación se arriesga a quedarse corta.
Se requiere, por tanto, recrear un profundo aggiornamento (movimiento de renovación y modernización) que sacuda la tensa relación entre la Iglesia católica y la cultura secular de la Ciudad de México. El caduco modelo de Norberto Rivera, arzobispo durante 22 años, fracasó de manera estrepitosa; fue rebasado por una urbe dinámica, con el mayor índice de escolaridad y enlazada a los grandes movimientos culturales de la era global.
Aguiar está obligado a las aperturas, al diálogo plural y a la atención a los descartados y minorías que Rivera no sólo despreció sino combatió.
En su tiempo, la Iglesia de Rivera representó cambios en paradigmas eclesiásticos.
Es a partir de 1995 cuando Rivera inicia un capítulo regresivo en la vida de la Iglesia. Reprime el progresismo católico de laicos y religiosos; inhibe la agenda social y abandona la sensibilidad por los pobres y las causas de la justicia social; opta por los ricos, con una visión patrimonialista del cambio social desde arriba; absolutiza la agenda moral que condena el aborto y a los homosexuales así como relativiza el rol de la mujer en la sociedad.
La imagen de la Iglesia de Rivera experimenta un notable deterioro por los estrechos vínculos con la clase política y en definitiva, la protección a la pederastia. Toca fondo por su identificación con el psicópata Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo.
En el libro que coordiné, Norberto Rivera, el pastor del poder, se ponen en evidencia los continuos escándalos en los que el cardenal es el ojo del huracán. Su autoritarismo y centralismo clerical, el manejo de finanzas y negocios eclesiales poco claros y la impunidad e intocabilidad de las que gozó durante todo su mandato. Y las frivolidades que, por su investidura, le fueron reprochadas: desde su afinidad por las élites hasta sus tintes para el cabello. El resultado no puede ser más evidente como en la caída calamitosa de fieles en la Ciudad de México.
Por ello, la tarea de Aguiar Retes será reconstruir una arquidiócesis hecha pedazos, frenar y revertir el desplome estrepitoso de católicos en la Ciudad de México –el doble de la caída nacional– y reorganizar una sede clericalizada y centralizada en un pequeñísimo grupo de poder.
Aguiar necesita construir un nuevo relato que active el capital social católico frente a una ciudad cada vez más secular. A diferencia de Rivera, de estilo brusco y bronco, que pretendió imponer los valores tradicionalistas del catolicismo a una urbe dinámica y moderna, Aguiar deberá tender puentes y tener una actitud de escucha y diálogo.
Es evidente que el nuevo cardenal primado no es un clon de Francisco. Tampoco es un arrojado progresista; mucho menos un pastor con olor a oveja que todos quisiéramos. Ha hecho ensayos pastorales apenas visibles en la compleja y contrastante arquidiócesis de Tlalnepantla. Para ser pastor deberá superar sus propias inercias. Es un actor religioso de aparato, cuya carrera se ha generado en las estructuras de la Iglesia. En el ámbito local fue secretario y vicepresidente, dos veces presidente de la conferencia de los obispos mexicanos (CEM), así como secretario, vicepresidente y presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano. Ahí ha desarrollado habilidades de negociación y capacidad de cabildeo con los actores del poder.
En entrevista con Proceso en diciembre de 2006 (número 1574), a inicios de su primer mandato como presidente de la CEM, muestra comprender bien la política de México. Ahí habla de la necesidad de la Iglesia de abrir su abanico de cabildeo a los diversos poderes del Estado y no quedarse sólo con el Ejecutivo.
Logró, en el gobierno de Calderón y con apoyo del PRI, la cuestionada repenalización del aborto en 18 entidades en 2009. Ese año se prestó a un montaje televisivo en un ostentoso viaje a Roma, donde el gobernador mexiquense, Enrique Peña Nieto, le presentó a Benedicto XVI a su futura esposa, Angélica Rivera.
Igualmente negocia con habilidad el pacto que teje con el PAN y el entonces candidato a la Presidencia, Peña Nieto, en 2011, para reformar el Artículo 24 constitucional, sobre la libertad religiosa. Por ello hay un sector de fieles que le reprocha excesivos vínculos con la clase política, en especial con el PRI. Desde Tlalnepantla –con comilonas, paseos, atenciones y detalles– es un hecho que Carlos Aguiar se ha dejado consentir por la maquinaria de poder mexiquense. Así lo demuestra en la boda religiosa que ofició recientemente para Eruviel Ávila.
En materia de pederastia ha prometido ejercer la “tolerancia cero” de Francisco. Sobre este asunto, las víctimas de Maciel, encabezadas por Alberto Athié y José Barba, no guardan buenos recuerdos por el trato que recibieron de parte del nuncio Christophe Pierre y del propio Aguiar Retes, para entorpecer un encuentro que nunca se dio durante la visita de Benedicto XVI a León en 2012.
Como vemos, la trayectoria de Carlos Aguiar Retes es de claroscuros. Tiene a su favor que es una persona culta e inteligente y tendrá que remar a contracorriente para levantar la imagen de la arquidiócesis.
Aggiornamento fue la consigna del Concilio Vaticano II en los sesenta y significó ponerse al día. Así, Aguiar deberá reinventarse en función de su misión y reto eminentemente pastoral. Deberá atemperar sus inercias por el cabildeo político; seguir la consigna de Francisco, quien dice a sus obispos que “gasten la suela de sus zapatos” en el encuentro con la gente; practicar la sencillez, pues la moderación y la simplicidad son virtudes recomendables en un hombre de fe que aspira a ser guía de una feligresía adormecida por el abandono.
Es obvio decirlo, pero lo que haga o deje de hacer Aguiar en la arquidiócesis tendrá repercusiones en el perfil de toda la Iglesia mexicana.
Este análisis se publicó el 4 de febrero de 2018 en la edición 2153 de la revista Proceso.