8/31/2019

Tiempos de cronopias/os



María Teresa Priego

"Ahora es el hueco, es un París zombie, no puedo escribir ni vivir…”, le escribió Julio Cortázar a su amigo Félix Grande. Su esposa Carole Dunlop murió el 2 de noviembre de 1982, tenía apenas 36 años. Cortázar murió dos años después a los 69. Están enterrados juntos en el cementerio de Montparnasse, en esa tumba a la que resguarda un cronopio creado por Julio Silva. Un personajito adorable con aspecto de oruga. Esa lápida cubierta siempre de cartitas, flores, mensajes, piedras de colores, barquitos de papel. Regalos para quien nos regaló y nos sigue regalando tanto. Un verdadero lugar de “peregrinaje”, sobre todo para las/los lectoras/es latinoamericanas/os.
Cortázar nació el 26 de agosto. Lo recordé por una de esas bellezas que de pronto nos ofrecen nuestros amigos en el Facebook: una imagen de la fotógrafa y escritora Carol Dunlop y Julio Cortázar, juntos. Algo le está diciendo ella, él la mira. Una mirada tan amorosa y tan dulce. Por las fachadas, están en una calle en París. La fecha no aparece, pero sólo puede ser en algún momento entre1977 y 1982. Los años de su encuentro, su cohabitación, su matrimonio. Los años de su amor. ¿Recuerdan “Los autonautas de la cosmopista”? Cortázar y Carol deciden armarse un viaje a través de la autopista del sur (“l’autoroute du soleil”). La gran aventura París-Marsella en una de aquellas -inolvidables- camionetas Volkswagen adaptada como un carromato. La llamaron Fafner, el dragón rojo. Como en Wagner. Un espacio minúsculo en el que cabían ellos y dos máquinas de escribir.
Ese era el punto: escribir un libro juntos. Una bitácora de viaje. 33 días en la autopista desde dos narrativas: la de la Osita y la del Lobo. Detenerse en los paraderos. Observar y observarse. Esa misma carretera que Cortázar inmortalizó en su cuento: “La autopista del sur”. Una toma esa carretera y va bajando hacia el mar. Cada vez con más sol. Hay paraderos. En ellos se detenían esos dos escritores que se amaban. Textos. Fotografías. ¿Cómo es un día compartido escrito desde dos narrativas distintas? Ambos tenían ya una salud frágil. Comenzaron su viaje en mayo de 1982. La autopista contaba con 65 paraderos, era necesario visitar dos por día.
Un libro tan delicioso, tan lúdico. Con un final tan, pero tan triste. El viaje terminó en el mes de junio. Unos meses después, tras una hospitalización de dos meses Carol murió. Cortázar se lo escribió así a su familia: “Tal vez lo sepan ya por Aurora quien me dijo que iba a escribirles enseguida. Carol se me fue como un hilito de agua entre los dedos el martes dos de este mes. Se fue dulcemente, como era ella, y yo estuve a su lado hasta el fin, los dos solos en esa sala de hospital donde pasó dos meses, donde todo resultó inútil”. Esas fotos tan hermosas de ellos dos. Los testimonios de amigas/os de Cortázar contando cómo su encuentro con Carol lo lleno de felicidad y de vida. Recordé tanto y tan de golpe mirando esa foto de ellos dos.
¡Cuántas/os lectoras/os de los años ochenta caminábamos el mundo/la munda, tan cronopias/os. Cortázar fue El Gran Mago de aquellas adolescencias. El lobo, solo, terminó de escribir el libro. El inmenso Cronopio arrojado entonces, a su pena igual de inmensa. “Lector, tal vez ya lo sabes: Julio, el Lobo, termina y ordena solo este libro que fue vivido y escrito por la Osita y por él como un pianista toca una sonata, las manos unidas en una sola búsqueda de ritmo y melodía... partimos una vez más a Nicaragua donde había y hay tanto que hacer. Carol reanudó allí su trabajo de fotógrafa… Allí la Osita empezó a declinar, víctima de un mal que creímos pasajero porque en ella la voluntad de la vida era más fuerte que todos los pronósticos, y yo compartía su coraje como siempre compartí su luz, su sonrisa, su enamorada vivencia del sol, del mar y de la esperanza en un futuro más hermoso. Volvimos a París llenos de planes...vivir, vivir todavía más intensamente”.
“El azar no existe”, basta leer Rayuela para entenderlo. “Un viaje atemporal París-Marsella”. ¿Qué saben los cronopios del tiempo? Esa invención que la escritura está allí para reinventar y reinventar. Esa vieja portada de la primera edición, con su paisaje y su letrero de Parking. Los heroicos viajeros. Sí que lo eran. Narra la “leyenda” que Carol sabía que Cortázar padecía una enfermedad terminal, y, que Cortázar lo sabía de Carol, pero que ninguno de los dos sabía de su propia enfermedad. Tal vez. Así nos lo contamos por aquellos años ochenta, en los pasillos del cementerio de Montparnasse. “¿Qué cuento suyo prefieres?” “¿En qué parte de Rayuela lo dice?” “Sí, su depa está frente al canal Saint-Martin”. “¿Quién se quedó con sus gatos?” Entrañable Cortázar.
Acá el vínculo hacia el libro completo de “Los autonautas de la cosmopista”.
¡Buen viaje!

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