12/03/2019

Historia y violencia



Hace poco recordé a Álvaro Matute: La historia nos provee de la conciencia de valores. Si eso no funciona, entonces la historia no sirve para nada. Añado, y no creo despegarme de la línea del maestro, que la historia sirve para comprender el presente y situarnos en él. La historia funciona como una suerte de sicología colectiva, ayudándonos a entender la raíz de los problemas para así resolverlos. Es también por ello que el neoliberalismo niega el tiempo: rechaza el futuro al augurar el fin de la historia, lo que significa que ya no puede haber nada mejor que el liberalismo económico y la democracia liberal (y ésta, sólo cuando les conviene, como demuestran hoy las derechas boliviana, chilena y mexicana); y rechaza el pasado al asegurar que no importan las condiciones, recursos o realidad de los países para tener éxito: lo fundamental es su entramado institucional (está de moda un libro titulado Por qué fracasan los países, plagado de errores, trampas y manipulaciones históricas); y que también a los individuos les basta con echarle ganas para triunfar.
Frente a esas tesis, el avance de la 4T en México es una reivindicación de esa historia que busca comprender el pasado, para resolver los problemas del presente. Comprender, lo que implica necesariamente, no juzgar. No descalificar a Morelos por su intolerancia religiosa o a Ricardo Flores Magón por su homofobia (palabra inexistente en su tiempo) o el racismo antichino que compartía con demasiados mexicanos de su tiempo. Entender esas ideas y comportamientos nos permite trascenderlos.
Como historiador, he tratado de comprender las revoluciones y la violencia política. Las revoluciones son fenómenos fascinantes. Quienes las sobreviven no hablan de otra cosa, quienes las miran en retrospectiva no pueden sustraerse a esa mezcla de entusiasmo y horror que las caracterizan. Las revoluciones trastocan drásticamente la vida de los pueblos y alteran la vida cotidiana de las personas. Suscitan pasiones y sacan a la superficie las tensiones, los rencores, los conflictos lentamente acumulados. Son explosiones en las que aparecen, como en una erupción volcánica, lo peor y lo mejor de los individuos y las colectividades.
En las revoluciones, el encono y el odio se potencian y aparecen sin rubor en la documentación de la época. Los revolucionarios y sus enemigos se definen mutuamente con los adjetivos más virulentos, más sangrientos posibles, lo que aparece en las fuentes de la época. La labor del historiador consiste en hacer la crítica y la confrontación de esas fuentes. Sin esa confrontación de fuentes y sin la búsqueda de la comprensión de unos y otros, no hay ciencia histórica.
Ahora bien: así como los medios de comunicación son claves en la preparación de golpes de Estado contra gobiernos de transición democrática, y las mentiras y la siembra del encono son el segundo paso, en ambos momentos es clave construir una versión de la historia dicotómica, de buenos y malos, donde se busca descalificar y criminalizar a los revolucionarios y los rebeldes, y canonizar a los representantes de la paz y el orden, aunque éstos sean ficticios. Intentemos lo contrario: buscar en unos y otros sus motivaciones, sus principios propulsores.
No es aún tiempo de analizar la muy violenta (verbalmente) campaña de censura y descalificación que provocó mi intento por iniciar la reflexión crítica, comprensiva, sobre la violencia política que México vivió entre 1965 y 1985 (o 1943 y 2019), pero sí de hacer una pregunta: ¿estudiar la violencia es hacer su apología?, ¿tratar de comprender las razones de quienes optaron por las armas o fueron empujados a ellas es hacer apología de la violencia? Cito los párrafos finales de mi libro 1915: México en guerra: “Hay que contar el verdadero sentido de la violencia, a la que apenas nos asomamos… las guerras, en las que generalmente matan y mueren hombres más o menos jóvenes en el campo de batalla, trae consigo la muerte, la violación, la tortura, el sufrimiento de muchos seres humanos más, que no tienen posibilidad de defenderse del furor de los varones armados...
“Pero que tampoco quede duda: esa violencia, esa sangría, la provocó un régimen que operaba en México los intereses del imperialismo, un régimen genocida que canceló todas las salidas no violentas a la miseria y la desesperación del pueblo. Y el recrudecimiento de la violencia lo provocó una conspiración de la derecha que ahogó en sangre a un régimen democrático, legítimo… Si algo quisiera con este libro, con estos libros, es recordar el significado de esa violencia, su origen y sus formas. Entenderlas, comprender sus resultados y contribuir a evitársela a la generación de nuestros hijos.
Que no se repita.
Recalco: que no se repita. Para eso estudiamos la violencia. Por eso apostamos a una transformación no violenta.

Twitter: @HistoriaPedro

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