1/29/2010


Revelaciones de una estrategia fallida

Jorge Carrillo Olea

Estamos metidos en un pantano más profundo de lo que hoy creemos. ¿Cómo concibió Calderón lanzarse a él sin conocerlo? Es un misterio. Quizá su alter ego, el señor Mouriño, tuvo mucho que ver, como tuvieron que ver los que callaron al conocer un propósito tan comprometedor, ¡pero había que demostrar quién manda!

Aunque pareciera que ya todo está dicho sobre el crimen organizado, es oportuna una recapitulación de ciertos puntos de fondo que atañen a ese desastre nacional. Casi todos ellos están próximos a la inobservancia de principios o reglas del arte de hacer la guerra, como le ha querido llamar el oficialismo.

Nadie levantó la voz por un proyecto integral, nadie llamó la atención sobre la salud de los mexicanos, eso políticamente no fructifica. A nadie le interesa prevenir y rehabilitar, véanse los presupuestos. Sobre prevención no hay nada visible y sobre rehabilitación hay una intención, pero por lo pobre es impracticable.

Los puntos no se comentan en orden de importancia para no alentar una inútil confrontación de ideas. Sí pareciera verse que el primer paso fue muy mal dado: para afirmar su legitimidad, Calderón se lanzó a ciegas a una confrontación de la que ignoraba el potencial y artimañas del presunto enemigo, como las graves limitaciones técnicas y logísticas de sus propios recursos. ¿Quién lo aconsejó, o quién permaneció callado y así fue emboletado? Ellos son corresponsables ante la historia.

De ese esfuerzo por fortalecer su imagen surgió la evidencia de una segunda realidad que prevalece: la incapacidad para lograr un principio esencial, la unidad de mando. Al momento no sabemos quién es el coordinador cupular del tema, ni en qué grado, lugar o momento, cuál de las fuerzas prevalece en presencia sobre las otras. Decir que el comandante supremo constitucionalmente es el presidente es simplemente una chabacanería.

En esta confusión surge el dañino afán de lucimiento del secretario de Marina, que cuanto hueco en medios o en el terreno observa, lo llena con su presencia. Es así que logró convencer al Presidente que mandara a la banca al Ejército por un plazo, y que él y sus aguerridos se hicieran cargo de liquidar a Beltrán Leyva, con las tremendas consecuencias que conocemos: una honorable madre de familia asesinada en su automóvil, el homicidio de Beltrán, cientos de violaciones a derechos humanos de los residentes del conjunto Altitude y de lo que se ha hablado poco: el saqueo que por parte de los marinos se dio en muchos departamentos violentados. La familia masacrada en Paraíso, Tabasco, fue una imprudencia más del almirante, esas muertes pesarán para siempre sobre su conciencia. Este audaz marino ha perdido la calidad moral para seguir en su puesto.

Ignoró el almirante que el deber de quienes persiguen a delincuentes es llevarlos a los tribunales, no asesinarlos. La conducta ética de la autoridad así lo demanda.

Otra revelación, siempre sospechada, es el nivel de penetración que ha logrado el crimen en las estructuras oficiales. Se ha dado cuenta en la prensa de la complicidad del comandante de la 24 Zona Militar, un general de brigada, así como un coronel y dos mayores en calidad de colaboracionistas. Si esto es falso, mal hace la Secretaría de la Defensa Nacional en no rectificar, qué más quisiéramos que esto fuera simplemente una falacia; también hubo deserciones en los cuerpos policiacos, con lo que ello significa.

El gobernador y el presidente municipal no han dicho una palabra, pues no lograron discernir que una cosa es la adhesión a los esfuerzos presidenciales, sin calificarlos, y otro deber, que es supremo, era salir en defensa de los más altos intereses de sus ciudadanos. Nada, se refugiaron en el silencio mientras cientos de vecinos no encontraron a quién acudir, quién se sumara a su dolor, quién les ofreciera apoyo moral y justicia.

La descoordinación de los esfuerzos, hija natural de la ausencia de la unidad de mando, fue otra evidencia o revelación. De las fuerzas con responsabilidades legales o virtuales, PGR, Sedena, Marina, SSP y autoridades locales, ninguno conocía la inteligencia ni los planes que hubiera debido compartir con las otras.

La unidad de mando y la coordinación en los cuatro sentidos cardinales es un principio inquebrantable, que nunca se ha visto en tres años y ello es producto de que el centro de la estrategia, el gabinete de seguridad nacional, no está funcionando por falta, otra vez, de dirección y control. Cada participante se guarda algo esencial, para sólo compartirlo equívocamente con el comandante supremo.

El principio de la ofensiva tampoco se ha logrado, el gobierno siempre aparece arrinconado, indiciado, no ha logrado ser más fuerte en ningún momento ni en ningún lado. Esto incluye a la poderosísima red de comunicación social: en los medios nacionales y más severos los internacionales, nunca hubo un plan ofensivo de medios de comunicación.

No hay una definición clara del objetivo buscado y tal vez esto es lo más importante. Destruir al enemigo resulta quimérico y como parece ser que es lo único que tenemos en mente, pues entonces eso equivale a que vamos tras algo inalcanzable. Muertes, parálisis, desprestigio, irritación y temor social son parte del costo que se está cubriendo. ¿Cuál es el fin deseado? ¿La desaparición del crimen?

Los alcances de nuestra inteligencia son limitadísimos. Aquí tampoco se ha logrado saber qué le toca hacer a cada quién, ni cómo habremos de lograrlo. Todos le entran a todo atropelladamente. Nuestros recursos técnicos y humanos son de una gran fragilidad. Entonces, en silencio, tenemos que aceptar que recursos extranjeros hagan nuestra tarea y nos digan lo que quieren, no necesariamente lo que saben o lo que nosotros queremos saber. Es el peor de los mundos en esta fundamental materia.

Hemos roto totalmente con otra regla: la sencillez. Esta debe aplicarse en la organización, administración, en la definición del armamento y equipos que deben adquirirse, pero fundamentalmente en las operaciones, a fin de enlazarse con otras normas como es el objetivo buscado, la unidad de mando y la coordinación; estas son esenciales en toda operación. La coordinación es responsabilidad de los mandos, presidente, secretarios y procuradores. La cooperación, que en el momento parece ser un anatema, es responsabilidad de los jefes de las instituciones dentro del conjunto. Es ayuda y colaboración recíprocas para la obtención de un fin, o para facilitarse mutuamente el lograr sus fines.

Todas estas ideas y otras más constituyen el deber ser en forma de normas, reglas o preceptos confiables que de observarse como inmutables o permanentes pueden asegurar en un alto grado el logro de los fines buscados. Pero han pasado los años y en vez de apelar a su juiciosa aplicación, se les ha relegado y hasta destruido, de manera tal que hablar en este momento de un cambio de estrategia, además de urgente habrá que aceptar que estos tres años de destrucción e ignorancia harán la tarea más difícil.

Tres años por delante serán de tremenda distracción para el señor Calderón. Muchos serán los temas que deberá atender, por eso no es de esperarse que la efectividad de esta su guerra se perfeccione, por eso tiene que buscar alternativas. Abandonar su guerra en las condiciones actuales es imposible, aumentar las fuerzas involucradas no garantiza nada. Definir con aguda perspicacia cuál es el fin buscado, su dimensión, límites y condiciones de accesibilidad es una necesidad ineludible. En esta redefinición no pueden estar fuera los que debieran haber sido privilegiados desde el principio, la salud y educación de los mexicanos sobre esta materia.

Urge corregir el rezago en prevención y rehabilitación, la que descansa en parte fundamental en la educación en todos los niveles y tipos, la formal y la informal, en los poderosos medios. La clave está en corregir los errores que han llevado a este desastre y resolverlos básicamente por la vía de la reorganización.

Aunque visto fuera de contexto y aisladamente no ofrece una garantía firme, esfuerzos como la organización sí garantizan una mayor eficacia. Esta organización debe darse desde las instituciones componentes del gabinete, la creación de un mando unificado de integración plural y un mandato claro a las secretarías de Salud y Educación para que tomen el papel que siempre han escabullido y que es por el bien de las generaciones actuales y venideras.

Es el momento de diseñar, poner en práctica y lucir una política integral que no sólo mejore la imposible continuidad de la actual, sino que permita al presidente heredar una esperanza palpable y no un México negro, desastrado, despreciado en la comunidad global y sin esperanza. ¡Es por el bien de todos!

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