5/06/2010

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Foro de la Cineteca

Daniel y Ana

Carlos Bonfil

El 30 Foro Internacional de la Cineteca comienza hoy con la proyección de una película mexicana, Daniel y Ana, primer largometraje de Michel Franco. Importa señalar que actividades culturales como la Muestra Internacional de Cine y el Foro se han vuelto las escasas plataformas de promoción de un cine nacional de autor que hoy apuesta mucho más a su visibilidad y reconocimiento en festivales internacionales que al estreno comercial en su país de origen, circunstancia de la que ha aprendido a esperar muy poco.

Cuando una película como Norteado, de Rigoberto Perezcano, tan potencialmente atractiva para un público masivo, tiene un paso desafortunado por la cartelera, quedando en poco tiempo arrinconada en algunas salas y horarios ingratos, ¿qué cabe esperar de la larga catarsis sicológica y emocional que es Daniel y Ana, crónica de los efectos dramáticos de una relación incestuosa entre dos hermanos?

Lo que compromete la suerte comercial de este largometraje es justamente la decisión del realizador de adoptar un tono desdramatizado y minimalista para abordar el tipo de historia en el que comúnmente la televisión o el cine mercantil incursionan de modo sensacionalista.

Michel Franco propone aquí algo diferente, más contenido y honesto, aunque no del todo logrado. No hay búsqueda del detalle escandaloso en el tratamiento casi clínico del tema del incesto y tampoco una intención sostenida de denuncia sobre el tráfico de imágenes pornográficas, a pesar de una leyenda final aclaratoria.

La película refiere en breves escenas un secuestro que culmina con la humillación de una pareja de hermanos adolescentes (Daniel, un Darío Yazbek Bernal de 16 años, y Ana, una Marimar Vega algo mayor) por un grupo de delincuentes. Lo que sigue es el largo proceso de negación sicológica de los protagonistas y la descripción de un entorno familiar que en todo momento ignora lo sucedido.

La película peca de ser en extremo pudorosa, al punto de que la escena en que los hermanos se ven obligados a tener relaciones sexuales frente a una cámara (la opción es negarse a hacerlo y ser violados y ejecutados) se vuelve muy inverosímil. Si los secuestradores en verdad la filmaran como lo hace el realizador, su lucro criminal se vería amenazado, pues pocos espectadores tomarían mínimamente en serio el material filmado.

La forzada estilización que eligen Franco y su camarógrafo Chuy Chávez difícilmente remite al tipo de material pornográfico que circula por la red. Atribuirles a los jóvenes, en esa red, la condición de hermanos –con el fin de vender el tema del incesto– es una licencia que los secuestradores no requieren justificar, ya que cualquier pareja podría fingir tener lazos sanguíneos y actuar del mismo modo ausente. Al proteger la película a sus intérpretes de toda suerte de vulgaridad, no consigue protegerlos suficientemente del humor involuntario.

No interesa tanto en la cinta la descripción de un entorno familiar plagado de clichés –con padres de familia aferrados a sus convencionalismos sociales, mientras ignoran que una vaga truculencia se filtra en la respetabilidad doméstica– como las mutaciones en el comportamiento de los hermanos, que van de la violenta hosquedad de Daniel hasta la paulatina liberación moral y sicológica de Ana. Este último aspecto, tal vez lo más rescatable de la cinta, se vuelve el contrapeso real a situaciones y personajes secundarios desarrollados sin mayor convicción o consistencia.

La cinta, ambiciosa y dispareja, no profundiza en la vertiente perturbadora de una transgresión erótica y prefiere en cambio la propuesta inocua de un escabroso drama familiar. El Foro de la Cineteca arranca así con una corrección desangelada.

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