5/08/2010


Mexicanos al grito de guerra

Enrique Calderón Alzati

En el año de los centenarios, ésta parece ser la consigna del gobierno, emitida por el valiente secretario de Gobernación en claro seguimiento de las órdenes del señor Presidente, un grito que convoca a la lucha a muerte contra el "enemigo público" número uno de éste país, que ya no es López Obrador, sino el mismísimo narcotráfico.

Los mexicanos no parecemos muy entusiasmados ante la apasionada convocatoria, quizás por no tener muy claro ni el sentido ni la razón de ésta, o quizás también poniendo en duda las no tan diáfanas razones que la impulsan, sobre todo al observar que el discurso es pronunciado sin mayor compromiso con quienes se han visto atrapados en esta guerra, que no sienten suya, pero cuyos riesgos tienen que enfrentar y que en no pocos casos han terminado en tragedia, generada por acciones militares o policiacas totalmente injustificadas, acompañadas del consabido usted disculpe o incluso del discurso prefabricado sobre la posible participación de las víctimas en la delincuencia, como justificación de las atrocidades cometidas en nombre de la ley. No es que los narcotraficantes nos parezcan adorables, pero tampoco que su existencia justifique el estado de guerra y violencia al que nuestro país ha sido arrastrado.

Así, al leer y escuchar los discursos de los líderes del gobierno y las verdades distorsionadas de la televisión, se me vienen a la mente los innumerables ejemplos de gobernantes, que no sabiendo otra cosa que hacer y para distraer a sus gobernados, se han inventado enemigos entre los pueblos vecinos, entre los que piensan de otro modo, o entre los que son diferentes en algún sentido. Podemos recordar así, a los líderes religiosos proclamando la guerra contra los infieles, a la continua cauda de condes, duques, reyes y emperadores europeos proclamándose en guerra los unos con los otros, en una secuela ascendente que llegó a su cúspide con las dos guerras mundiales del siglo XX, con sus decenas de millones de muertos y sus escenas de terror y de tragedia.

En la mayor parte de estas guerras absurdas, el libreto suele iniciarse con reuniones secretas, en las que un grupo reducido de personajes, aduciendo verdades a medias y movidos más por intereses personales o de grupo, se ponen de acuerdo para configurar un escenario de guerra, definiendo desde luego quién será declarado enemigo y la justificación para ello, bien sea con el acuerdo de éste o con su desconocimiento de lo que se trama en su contra, a ello sigue una bonita campaña de desinformación invocando los peligros que enfrenta la patria y su gente, con los obscuros tiempos que se avecinan si no se enfrenta el mal con energía y patriotismo, considerando los siniestros designios que él, o los enemigos tienen en mente y que afortunadamente han sido descubiertos con oportunidad, gracias a la visión de los gobernantes.

Un par de acciones militares, algunas veces fabricadas a partir de la imaginación y otras de verdad, suelen servir a lo que en el terreno comercial, los empresarios estadunidenses llaman el kickoff del proyecto, para indicar que éste ha entrado a su fase operativa. Un bonito ejemplo de todo esto, lo representa el momento aquel en el que el ilustre emperador de Francia, su excelencia Napoleón III, decidió lanzar sus ejércitos contra un enemigo de la civilización misma, un pueblo de individuos exóticos y medio salvajes que no aceptaban la realidad de la supremacía europea, y a quienes se debía dar un escarmiento ejemplar. Desde luego no trato aquí de establecer una relación entre los mexicanos y el narcotráfico, sino de presentar un ejemplo de hasta dónde puede llegar la irracionalidad de un gobernante para justificar una guerra.

Cuando la guerra empieza, el enemigo designado se ve obligado a actuar, a veces en defensa propia y otras como resultado de arreglos establecidos para darle calor y color al escenario. De cualquier forma los resultados suelen ser impresionantes, los primeros encuentros causan furor entre los habitantes de la nación agresora, que comienzan a comprender así la grandeza de sus líderes, justificando sus sabios preparativos y acciones, la guerra ahora es real y en ella se demostrarán las virtudes de esos líderes (aunque exista el riesgo menor de que su propia ineptitud les haga pasar a la historia como lo que son en realidad).

Los ejemplos se me agolpan en la cabeza, es Antonio López de Santa Anna, declarando la guerra a los texanos; es Lyndon Johnson presentando a Ho Chi Minh como el asesino del Tonkin; es Bush presentando a Saddam Hussein como un riesgo para la humanidad toda; es Mussolini presentando a los etiopes y su monarca Selassie como enemigos del progreso; es Hitler acusando a Masaryk y a los judíos de obstáculos para el desarrollo de Alemania, o quizás son varios acusándose entre todos del crimen de Sarajevo. El guión no es, pues, nuevo ni original, pero sigue siendo útil.

A todos estos líderes la guerra les ha proporcionado innumerables ventajas, especialmente poder y gloria, aunque algunas veces también riqueza, por lo menos por algún tiempo; a algunos, sin embargo, las cosas no les resultaron nada bien al final, pero, bueno, son los riesgos inherentes. La inclinación de Felipe Calderón por la violencia, fue conocida desde su campaña presidencial, el escaso valor que para él representan las vidas humanas, y en particular, las de aquellos que supuestamente gobierna, se ha ido revelando mediante sus declaraciones de los meses recientes, la capacidad para fabricar historias y escenarios por parte de sus colaboradores cercanos es también ya del dominio público, al igual que los resultados de su guerra contra el crimen en la cual ha querido involucrarnos a todos, como lo ha hecho con el Ejército, sin embargo, no es nuestra guerra, ni lo puede ser mientras tantas cosas estén confusas, particularmente en lo que toca al origen de todo esto, al igual que a las fuentes de abastecimiento de armamento y los mecanismos de importación de estos individuos considerados como enemigos.


Porfirio Muñoz Ledo
La revelación

El estado de la reflexión pública sobre la gravedad de la situación mexicana llega a la consternación. Las señales de alarma van en ascenso dentro y fuera del país mientras el gobierno sube el tono de su inconsciencia y lanza frases pueriles que ocultan el fracaso palmario con un supuesto heroísmo. Anuncia el fin del incendio cuando ardemos por todos lados.

Para mi sorpresa, el título asignado a la conferencia que impartí esta semana en el congreso mexiquense aludía a la proximidad de una “crisis constitucional”. Frente a la quiebra del estado de derecho, la urgencia de implantar un “verdadero sistema democrático”. Escuché matices varios de la desesperanza y ecos de una angustia sin horizontes. A diferencia de los periodos prerrevolucionarios, priva un fatalismo que no osa decir su nombre.

Cuando hace tiempo adelanté que México estaba naufragando en el pantano de un “Estado fallido” fui degradado por los voceros del régimen al rango de traidor a la patria en busca de una intervención extranjera. Cuando sugerí la revocación del mandato presidencial para dar paso a un gobierno de salvación nacional, fui acosado por la injuria y la amenaza. Ahora pocos dudan de la razón que me asiste.

La referencia de Calderón en Alemania a los “cinco jinetes de la Apocalipsis” que hemos derrotado refleja una distorsión esquizoide ni siquiera explicable por su afán compulsivo de atraer inversiones. Es una réplica pueblerina del discurso fundamentalista de la derecha norteamericana. La “guerra” declarada a un enemigo inasible que encubre las tumbas de 23 mil víctimas de una violencia evitable. La prédica religiosa que suplanta la responsabilidad del Estado.

El Apocalipsis es el último libro canónico del Nuevo Testamento. Significa “revelación” y contiene las profecías del apóstol San Juan sobre el fin del mundo. Sus causas: la guerra, el hambre, la peste y la muerte, que arrasan con la furia alegórica de los jinetes. Aunque el caballo blanco signifique también la redención por Cristo, figura a la que tal vez se acoge el Ejecutivo para anunciar el fin de nuestros sufrimientos.

Las declaraciones de su secretario de Gobernación explicitan la fantasía: hacia junio el “ciclo de la violencia” disminuirá y a fines de año “las cifras” del crimen organizado estarán a la baja. En la hipótesis de que exista una distinción entre la violencia y las cifras que dan cuenta de ella, ninguna de las dos aseveraciones tiene soporte empírico. Gesto de médico chambón que anuncia a los familiares la pronta recuperación del enfermo cuando todos los síntomas apuntan al desahucio.

La respuesta no esperó: dos funcionarios de la DEA y el FBI declararon ante el Congreso de Estados Unidos que la violencia en México es “horripilante” y “podría empeorar antes que mejorar”. Reiteraron que “es imperativo sostener el ímpetu y apoyar los esfuerzos del presidente Calderón contra el crimen organizado”. “Quisiéramos —a través de interpósito gobierno— tumbar a los jefes de los cárteles durante los próximos dos años”.

Citaron la extradición de más de 280 presuntos delincuentes a ese país durante la presente administración y la necesidad de asegurar que la “violencia desenfrenada en México no se expanda sobre nuestra frontera”. Aseguraron que el momento es “importantísimo”, puesto que “estamos llegando al final del gobierno de Calderón y no sabemos quién estará en el próximo”. Es decir, su duda de que esta política no sea transexenal y nuestra sospecha fundada de que intenten prolongarla por medios persuasivos.

Sugirieron que pueden ascender a 39 mil millones de dólares anuales los fondos que se trasladan a México por cuenta del narcotráfico pero evitaron decir que esa enorme cantidad de recursos convertida en arsenales vuelve virtualmente imposible la derrota armada de los criminales. Profetizaron la guerra perpetua en nuestro país y el establecimiento de un prolongado interinato regido desde el exterior.
Diputado federal del PT

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