6/15/2010

Lo que ilumina el incendio

Sabina Berman

Felipe Calderón, Presidente de la República:

Fue una chispa o fue una flama, la flama de un cerrillo o de un encendedor. Saltó de una máquina para enfriar el aire o fue encendida por un humano. Tiene su importancia cómo inició el incendio, pero no extrema. Agregaría algunos responsables a una tragedia donde los responsables son ya muchos, eso es todo. Pero no cambiaría lo que siguió: la serie larguísima de acciones y omisiones que posibilitaron que el incendio se extendiera y luego iluminara con su luz terrible un desastre que ya estaba ahí.

El desastre de servicios públicos llamado gobierno mexicano, señor Presidente.

La chispa o la flama saltó a una carpa que en instantes cogió fuego y lo regó a la guardería, donde se desplomó sobre niños insuficientemente guardados por maestras, que no eran de cierto todas maestras. Hacía cinco años en un documento oficial un inspector había alertado que la carpa era “más combustible que la gasolina” y ese reporte debió ser leído por los dueños de la guardería y las autoridades locales del IMSS; y si lo leyeron, nadie hizo nada.

La puerta para emergencia era simulada. Llevaba años cerrada con candado porque para los dueños era más importante que nadie entrara a robar crayolas y sillitas que la seguridad de los niños con los que lucraban. Tres meses apenas antes del incendio una maestra llamó a uno de los dueños y le dijo: “un arquitecto vio la guardería y me dijo que era muy peligrosa”, y el dueño le replicó: “ve usted demasiadas películas” y colgó el teléfono; y no hizo nada.

Los policías acordonaron el incendio e impidieron pasar a los jóvenes y los padres que hasta un minuto antes entraban a salvar niños de las llamas. Señor Presidente, calibre en su corazón esta viñeta de la perversión: obedeciendo quién sabe cuál procedimiento, los policías impidieron el impulso más primitivo de la especie: salvar a los niños que morían entre el fuego y el humo.

A los padres que fueron a buscar en los hospitales a sus hijos se les ocultó durante horas dónde estaban, para tapar negligencias médicas. Probablemente, a varios de los niños acostados en camillas en esos hospitales, todavía vivos pero gravemente quemados, se les desatendió durante horas de un dolor indecible, para que doctores y enfermeras atendieran cómo salvarse ellos de responsabilidades engorrosas, mientras traicionaban su juramento hipocrático.

Eso, señor Presidente, es lo que ilumina el incendio. La recurrencia del mismo patrón de conducta. Cada persona salvándose a sí misma, ciega y sorda al dolor ajeno. Cada “servidor público” prefiriendo no hacer nada que comprometerse con su prójimo. Cada “servidor público” ni “servidor” y sí traidor al bien público.

Un patrón tan recurrente que puede hablarse de que fue la norma. De que es, probablemente, la norma en el servicio público mexicano. Una norma que se prolongó, idéntica, en la esfera de los altos servidores públicos, los trajeados y licenciados, los políticos, que optaron por ocultar la realidad, en lugar de enfrentarla y resolverla; que buscaron cómo impedir la Justicia, antes de darle camino franco.

Los dueños de la guardería ABC, todos ellos emparentados a la clase política o miembros de ella, de inmediato se protegieron con abogados o huyeron del país; y nadie se los impidió. El gobernador Bours ofreció comprarles a los padres con dinero la representación jurídica de su caso, para impedir la justicia; y sólo fueron los ciudadanos en la siguiente elección los que ejercieron un castigo, votando contra su partido. El director del IMSS, Molinar Horcasitas, declaró en un instante de omnisciencia que todo era “un lamentable accidente”, sin la menor intención de llegar a la verdad y restablecer un orden moral en el asunto, como en su tiempo de director tampoco indagó la verdad y menos procuró el orden en el estado general de las guarderías que eran su responsabilidad; y usted, señor Presidente, no lo destituyó de su gabinete.

Eso también, señor Presidente, la ausencia de una reacción suya a la tragedia y su silencio, durante un año. Y su negativa a visitar y comprometerse con los padres de los niños muertos en Hermosillo, “por razones de seguridad”, según les informaron a los padres sus secretarios hace ocho meses. La seguridad de usted, por supuesto, no la de ellos. También eso, señor Presidente, es parte de la norma en nuestro servicio público que ilumina el incendio.

Un sistema de servicio público pervertido y pervertidor. Un sistema más bien de poder donde se premia el bloqueo de los problemas hacia arriba; y se castiga la resolución de los problemas hacia abajo, hacia los ciudadanos comunes; y donde el dolor ajeno a nadie conmueve.

Así lo vuelve a demostrar la parte del informe de la Suprema Corte de Justicia que revisa la misma legalidad del sistema de subrogación de guarderías del IMSS y concluye que los últimos tres gobiernos federales, al trasladar su obligación de cuidar a los niños de los trabajadores mexicanos a particulares, han violado la Constitución. Y han vuelto a violar las leyes cuando han hecho ese traslado con negligencia a cada paso. Al adjudicar cada guardería, al vigilar su operación, al dejar existir durante décadas a todo el sistema de guarderías “en un desorden generalizado”.

¿Qué hará usted con el informe de tan tremendo despelote, señor Presidente?

En dos semanas la Suprema Corte de Justicia sellará con el voto de sus ministros el veredicto y entonces quedará de nuevo en manos de la clase política hacer, o no, justicia. Concretamente, en manos de usted, Presidente, o de su Procuraduría General de la República, quien a usted obedece.

¿Dará usted un paso atrás y volverá la vista hacia paisajes más verdes? ¿Dará un paso al frente y usará su poder para obedecer a los jueces supremos del país? ¿Obedecerá usted voluntariamente a los jueces en todo o lo hará selectivamente, salvando de la justicia a sus allegados, o a sus correligionarios, o acaso al sistema de subrogación?

¿Y por qué demonios el veredicto de los jueces supremos del país puede o no llevar a actos de justicia, señor Presidente?

Ah, esa es una de las tuercas, oxidadas y mohosas, que sostienen todo el edificio de la perversión del servicio público mexicano. Ahí ha sido colocada hace mucho tiempo, aparentemente sin sentido, por los políticos, con una paciencia de relojeros, para dejar a su propio albedrío el hacer justicia o no.

Que debemos zafar esa tuerca perversa los ciudadanos. Que debemos liberar a la Justicia de las manos de los políticos. También eso lo ilumina ahora el incendio de la Guardería ABC.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario