Situada en una estación de tren parisina de los años 30, el relato se centra en el personaje titular (Asa Butterfield), un preadolescente huérfano que sobrevive ahí como puede, encargado por su tío alcohólico (Ray Winstone) del complejo mecanismo de los relojes en la estación, sobre todo el de la torre. Dotado de un talento mecánico, Hugo está obsesionado por arreglar un autómata, un aparato hallado por su padre (Jude Law) antes de morir, que el niño supone le revelará un último mensaje paterno. Una libreta con diseños del autómata lo llevará a conocer a un viejo cascarrabias, Georges (Ben Kingsley), dueño de una modesta juguetería en la estación, quien le confisca la libreta. Con la ayuda de Isabelle (Chloë Grace Moretz), la linda ahijada de Georges, Hugo descubrirá un secreto que cambiará su existencia.
Resulta que Georges se apellida Mèliés. Es decir, se trata del gran pionero del cine que a principios del siglo XX llevó al nuevo medio a una expresión fantástica, con el uso ingenioso de efectos especiales. Rebasado por el tiempo, el viejo se ha amargado por el olvido del público. Si bien existe el antagonismo en la figura de un inspector (Sacha Baron Cohen) empeñado en capturar a Hugo y llevarlo a un orfanato, el verdadero villano de La invención… es el tiempo, cuyo paso inflexible no perdona nada. Con el tiempo las películas se olvidan, pierden e incluso se destruyen.
En la primera mitad de la película, Scorsese despliega el recurso de la tercera dimensión para introducirnos de lleno al ambiente en que se desarrolla la película. Con una fluidez de cámara habitual, a cargo del virtuoso Robert Richardson, el cineasta nos lleva por las plataformas, entre las multitudes y los diversos puestos para envolvernos en esa atmósfera. Por una vez, el 3D no parece un gimmick para cobrar más caro el boleto, sino una herramienta útil para enriquecer la expresión cinematográfica. Así, el intrincado mecanismo del reloj de la torre adquiere una dimensión casi táctil.
Tan absorto está el director por ese potencial que, raro en él, descuida el ritmo de su narrativa. Algunas acciones se sienten repetitivas e innecesarias. El personaje titular se antoja unidimensional, curiosa paradoja. Y las muestras de comedia física demuestran que no son el fuerte de Scorsese.
Sin embargo, el punto en que la narrativa retrocede al auge de Mèliés es cuando Scorsese manifiesta su más abierta declaración de amor hacia la forma artística que lo ha apasionado la mayor parte de su vida. Y es cuando, también, revive La invención de Hugo Cabret y, en su uso de la técnica del 3D, recupera la magia de esa inspirada ingenuidad con la que Mèliés recreó mundos fantásticos en su estudio.
Imposible no conmoverse ante la inagotable historia de amor entre el propio autor y el cine. Scorsese no sólo le rinde homenaje a Mèliés, sino a varios cineastas que contribuyeron al avance y maduración de ese arte. Y en un par de instancias ilustra cómo el efecto del cine influye en los sueños y, a su vez, estos hacen eco en la realidad. (Particularmente significativa es la referencia a Harold Lloyd colgando de un gran reloj en El hombre mosca, de 1923, que encontrará su correspondiente en la acción climática.)
Aunque atípica en la trayectoria del autor, La invención de Hugo Cabret es coherente con sus obsesiones de siempre. (La restauración de películas ha sido una de ellas, y su Film Foundation ha conseguido que varios clásicos puedan volverse a ver en su mejor forma). Scorsese apuesta por las nuevas tecnologías y, en la recuperación del pasado, apunta hacia el futuro del medio.
La invención de Hugo Cabret (Hugo)/ D: Martin Scorsese/ G: John Logan, basado en el libro homónimo de Brian Selznick/ F. en C: Robert Richardson/ M: Howard Shore/ Ed: Thelma Schoonmaker/ Con: Ben Kingsley, Sacha Baron Cohen, Asa Butterfield, Chloë Grace Moretz, Ray Winstone/ P: GK Films, Infinitum Nihil. EU, 2011.
Twitter: @walyder
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