Escrito por Ricardo Rocha
Si la peor sequía en 40 años no provoca una gran estrategia nacional por el agua, estamos perdidos.
Y es que las cifras son aterradoras: 50% de los municipios del país —al menos mil 200— están severamente afectados por la sequía; hay más de un millón 400 mil hectáreas dañadas por un clima abrasador; por lo que hace a los granos, se perdieron 3 millones 200 mil toneladas de maíz y 600 mil de frijol; por ejemplo, en Chihuahua, de 150 mil toneladas que se cosechaban en promedio sólo se lograron 500; en Tamaulipas se perdieron 70 de cada 100 hectáreas de granos básicos; en lo que se refiere a la ganadería, tan sólo en Durango se produjo un moridero de 40 mil reses por hambre y sed y hay 500 mil en peligro en todo el país.
La devastación —primero por las heladas y luego por las secas— es de tal magnitud que ha castigado a 40% del territorio nacional y afectado en diferente proporción a 19 estados, sobre todo los del centro-norte. Aunque está claro que el drama mayor se ha producido en Chihuahua, con el ejemplo dolorosísimo de los rarámuris en la sierra Tarahumara. Pero no menos dramáticas son las imágenes que ha mostrado EL UNIVERSAL sobre Durango, Zacatecas o Coahuila.
Sin embargo, la amenaza mayor se cierne sobre dos y medio millones de mexicanos en severo riesgo de hambruna. Un término terrible si se aplica el criterio internacional que establece que se trata de seres humanos que si no son atendidos pueden, simple y sencillamente, morirse de hambre. Y hay que tomar en cuenta que esta afirmación brutal no proviene de algún desvelado izquierdoso crítico del gobierno panista, sino del Instituto de Investigaciones Económicas de nuestra UNAM. Un organismo muy serio y prestigioso que destaca, entre otras cosas, que: aun antes de la sequía ya había en nuestro país 18 millones de mexicanos “en situaciones de extrema marginalidad y pobreza alimentaria”, es decir, que padecen hambre todos los días; que los problemas de miseria y desnutrición, así como la pérdida de seguridad alimentaria, han configurado el actual escenario de hambruna; que el actual estado de desastre exige una actitud muy decidida de las autoridades y de los afectados a fin de evitar situaciones extremas de estallidos sociales como las vividas en Haití y en varios países africanos.
Lo peor es que, según la propia UNAM, toda esta devastación “es apenas la punta del iceberg” que anticipa el grado de vulnerabilidad que en materia de alimentos y pobreza priva actualmente en este país. Una situación alarmante que, para ser justo, no puede achacarse únicamente al gobierno del presidente Calderón, sino que se ha venido gestando a lo largo de las décadas recientes. Si bien los estragos de la sequía y la posibilidad de una hambruna declarada llaman ahora nuestra atención, sobre todo en determinadas zonas del país, también es cierto que nuestro campo lleva ya lustros de abandono.
Un elemental ejercicio de memoria nos llevará inevitablemente al gobierno de Miguel de la Madrid y a la adopción de un modelo neoliberal a ultranza en el que —sumisos que somos— resultamos más fondistas que el Fondo y mas banquistas que el Banco. Vaya, la Thatcher y Reagan eran hermanas de la caridad junto a nosotros. Todos por igual: Salinas, Zedillo, Fox y, ahí sí, Calderón, que siguieron indefectiblemente el absurdo principio de privilegiar la compra de alimentos en el exterior con el cuento de que salían más baratos en el mercado internacional que producirlos aquí. En esa misma tesitura se desmantelaron los bancos e instituciones financieras para el campo que, pese a su cauda de corruptelas, cumplían la función de mantener activo el agro y la estratégica producción de alimentos.
Hoy pagamos las consecuencias de esa visión miope y cortoplacista que nos ha dejado en la indefensión y con un déficit permanente a nivel nacional y la panza insatisfecha de millones de mexicanos.
Por eso urge hoy, más que nunca, la implementación de una gran estrategia de consenso nacional para recuperar nuestras capacidades de producción alimentaria de modo sistemático y continuo. Es una verdadera vergüenza que, aun ante la gravedad de la emergencia, perviva el estira y afloja del gobierno federal panista con los estatales priístas por recursos que con carácter de urgente se estiman en 10 mil millones de pesos y que podrían ascender a 34 mil millones para hacer frente a la crisis.
Por lo pronto, se me ocurre que es indispensable comenzar por el fomento de una cultura del agua que incluya desde su aprovechamiento óptimo en las zonas de riego, la captación del agua de lluvia en el campo y en las ciudades y en los hogares el uso racional que podría significar ahorros de hasta 70% en el consumo.
Sé que recuperar el campo que alguna vez tuvimos y producir los alimentos que demandan los mexicanos del siglo XXI es una tarea titánica. Pero sé también que por algo se empieza. Por eso digo que en esto de ahorrar el agua: una gota… ¡es un chorro!
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