Por: Sanjuana Martínez
Son las siete y media de la mañana. Poco a poco se van congregando en la plaza. Algunos usan una camiseta negra con la leyenda: “Queremos ver sus caras”. Otros llevan pancartas “Desaparecidos. ¿Dónde están? Justicia”. Todos gritan: “Desaparición forzada, tipificación”.
Luz María Durán Mota se levantó a las cinco de la mañana. En la oscuridad despertó a su esposo y a su hija. Los tres acudieron a la manifestación para exigir la presentación con vida de su hijo Israel Arenas de 17 años, detenido con tres amigos por agentes de Tránsito del municipio de Juárez, Nuevo León el 17 de junio del año pasado. Los “polizetas” los entregaron al “jefe de la plaza” y desde entonces los cuatro están desaparecidos. Luz María y su familia viven con un desaparecido como 30 mil familias más en México.
Vivir con un desaparecid@ es un auténtico calvario. Se piensa en él todos los días y a cada rato. Su presencia es permanente. La incertidumbre también. Los familiares de desaparecidos dejan intactas sus pertenencias, su ropa, sus cosas, las fotos, su habitación. Todo queda suspendido en el tiempo y el espacio para esperar su regreso; un regreso que se prolonga por meses, años…
Vivir con un desaparecid@ significa buscarlo a cada instante. Esperar verlo en las noticias del día, en la calle, en cualquier plaza, incluso en el supermercado. Vivir con un desaparecid@ es soñar frecuentemente con el reencuentro. Sentirlo cerca a pesar de la ausencia.
Vivir con un desaparecid@ es pensar si comerá, si estará enfermo, si lo están torturando, si tendrá frío. Es creer firmemente que está vivo sin saberlo con certeza. Es sentirse culpable por haber sobrevivido. Celebrar sin su presencia su cumpleaños, la Navidad, las fiestas…
Vivir con un desaparecid@ es llorar todos los días y a cada rato. Llorar tanto hasta acabarse las lágrimas. Es enfermar de tristeza crónica, de amargura; vivir en el desasosiego, en la desesperanza, el insomnio, la zozobra, la depresión…
Vivir con un desaparecid@ es vivir con un invisible para el Estado, con alguien que se pierde en la manipulación de las cifras que hace el gobierno. Con una figura inexistente en los códigos penales. No existen los desaparecidos en más de 20 estados de la República. La figura de la desaparición forzada no está tipificada, por tanto se vive con alguien que no existe para las autoridades.
Vivir con un desaparecid@ es vivir con alguien que casi nadie busca. La Policía, el Ejército y la Marina sólo reciben la denuncia pero no intenta encontrarlos. Tampoco la Comisión Nacional de Derechos Humanos que se limita a recabar datos para añadir a las estadísticas y para hacer recomendaciones que casi nadie acata. Sólo las organizaciones no gubernamentales arropan a los familiares de las víctimas.
Vivir con un desaparecid@ es saber que la desaparición forzada en los estándares internacionales es un delito permanente e imprescriptible, que no concluye su investigación mientras la persona no sea encontrada.
Vivir con un desaparecid@ es conocer que sólo siete estados de México han tipificado este delito deleznable: Aguas Calientes, Chiapas, Chihuahua, Durango, Distrito Federal, Guerrero y Oaxaca.
Vivir con un desaparecid@ es asumir que incluso en esos estados donde existe la tipificación del delito, lo han hecho con graves deficiencias siguiendo la definición contenida en el Artículo 215-A del Código Penal Federal que posee importantes ausencias que dificultan y obstaculizan la cabal persecución de este horrendo crimen.
Vivir con un desaparecid@ es conocer que México firmó la Convención Interamericana sobre la Desaparición Forzada de Personas y la Convención Internacional para la Protección de todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas, entre otras, pero el gobierno se niega a cumplir la obligación de reconocer el delito en las legislaciones locales.
Vivir con un desaparecid@ es preguntarse por qué el Estado mexicano no tipifica correctamente este delito tal y como se encuentra claramente asentado en el Artículo II de la Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas bajo tres elementos concurrentes: “privación de libertad contra la voluntad de la persona, intervención de agentes estatales, al menos indirectamente por asentimiento, y negativa a revelar la suerte o el paradero de la persona”.
Vivir con un desaparecid@ es padecer la desatención del Estado, el desprecio de las autoridades, la indiferencia de las instituciones. Es recorrer las dependencias de seguridad tocando puerta tras puerta para escuchar el mismo discurso manipulador.
Vivir con un desaparecid@ es recorrer los anfiteatros del país, observando el horror de las fotografías de cadáveres No Nombre enterrados en cientos de fosas comunes que cubren el país con más de 10 mil muertos sin identificar porque no existe un banco de datos nacional para cotejar nombres de desaparecidos y muertos.
Vivir con un desaparecid@ es escuchar a los diputados del PRI y del PAN negarse a tipificar el delito porque saben que las fuerzas del Estado como las Policías municipales, estatales, federales; el Ejército y la Marina están involucradas en desapariciones forzadas.
Vivir con un desaparecid@ como Luz María Durán Mota y su esposo José Emiliano Arenas es seguir gritando día a día, “justicia”, para que el Congreso de Nuevo León se decida a tipificar por fin la desaparición forzada a pesar de la negativa del PRI y la indiferencia vergonzosa de los otros partidos políticos.
Vivir con un desaparecid@ es encontrar en el camino gente que piensa que los 30 mil desaparecidos de la guerra de Felipe Calderón, son los desaparecidos de todos los mexicanos… Vivir con un desaparecid@ es gritar los nombres de cada uno de las 30 mil personas como el de Israel Arenas Durán de 17 años y decir… ¡PRESENTE!
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