Más allá de la seguridad, o para mayor precisión, de la menor inseguridad relativa que se registra en el DF, aquí se mantiene, pese a todo, un proyecto social caracterizado por las pensiones para adultos mayores, los comedores populares y públicos, las becas, los uniformes y los útiles escolares gratuitos, el seguro de desempleo, las ferias alternativas del libro, la atención médica y medicamentos gratuitos a domicilio, la red de mastógrafos y otro montón de medidas de mínima justicia social que no existen en otras entidades. Por añadidura, el DF es un refugio para mujeres que necesitan o desean abortar, para integrantes de minorías sexuales acosados por la discriminación judicial, institucional y social.
Lo anterior no es un elogio centralista del Distrito Federal en detrimento del resto de la República, sino una constatación –dolorosa– de carencias y atrasos en los dos ámbitos. Tampoco es la postura autocomplaciente de un habitante capitalino: por supuesto, es exasperante tener 191 asesinados en cuatro años y 60 secuestrados en 12 meses; por supuesto, aquí hay corrupción; hay irregularidades; hay funcionarios y empleados públicos que se enriquecen con el mal manejo de los bienes públicos y hay autoridades que abusan de su poder y que atropellan los derechos ciudadanos; hay insensibilidad, frivolidad y manipulación, como lo sacó a relucir el proyecto de la Supervía, y desvaríos tontos como la (por fortuna) fallida intención de reintroducir un sistema de tranvías en el Centro Histórico; ha habido casos tremendos de infiltración institucional por parte de traficantes de influencias, como lo exhibió el affaire Ahumada-Robles-Bejarano, y casos de negligencia policiaca como el manejo infame de la catástrofe en el antro News Divine. Y hay manejos indebidos desde el poder para apalancar carreras políticas e inducir respaldos electorales. Pero todos esos vicios no son la esencia del proyecto político, económico y social que gobierna la urbe desde 1997, sino perversiones colaterales que pueden ser enfrentadas, combatidas y derrotadas por la ciudadanía.
Con todo y que tiene en contra la hostilidad de los gobiernos federales panistas, a pesar de las miserias burocráticas desarrolladas por los sucesivos equipos de gobierno y por las izquierdas partidistas y electorales –el perredismo gobernante a la cabeza–, y a contrapelo de la lógica que hace del DF una caja de resonancia de la catástrofe nacional inducida por el actual régimen federal, ese proyecto de izquierda y alternativo se ha mantenido, ha mostrado su viabilidad y su coherencia y ha trascendido, con mucho, los nombres, las cualidades, las debilidades y las carencias de los cuatro políticos que han ocupado, a lo largo de los últimos 14 años, la jefatura de gobierno.
La demagogia y el populismo se encuentran en los partidos que aquí son oposición y que son capaces de prometer cualquier cosa con tal de sacar del GDF al conglomerado de corrientes políticas que han administrado la capital del país. Para tener una referencia de lo que realmente harían aquí esos partidos basta con ver el desastre, ocultado por escenografías de Televisa, que ha dejado la gestión de Enrique Peña Nieto en el Edomex, o la catástrofe inocultable que el calderonato ha causado en el país.
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