5/15/2012

Más debates, menos spots



Horizonte Político
Por José Antonio Crespo


Ya hay nuevas encuestas para evaluar el efecto del debate: el marcador no se movió. Cada bloque de votantes vio a su candidato arrasar a los demás. Y los indecisos, que son lo que pueden cambiar los números, no vieron a nadie ganar ni se entusiasmaron con ningún candidato, pues siguen pensando que todos son tan mediocres como poco confiables (aunque por diversas razones). Por otro lado, la mayoría de los ciudadanos (al menos los interesados mal que bien en la política) preferiría tener más debates entre candidatos y otros actores políticos que la multiplicidad de spots que poco dicen, y muy pronto saturan. Pero hemos visto en esta campaña varios problemas que entorpecen la celebración de más y mejores debates: A) En primer lugar, los punteros tienden a rehuir tantos debates como sea posible, como parte de su estrategia de bajo riesgo. Asisten a los estipulados por la ley bajo condiciones de cierta seguridad, pero simplemente no asisten a las invitaciones de los medios para debatir. B) Por lo tanto, vivimos la paradoja de que cuando algunos medios invitaron a los candidatos presidenciales a debatir, uno o dos de ellos se negaron a hacerlo, pero cuando finalmente iban a debatir (así fuera para cumplir estrictamente la ley) entonces algunos medios escatimaron la difusión más amplia de esos debates. C) El formato del primer debate volvió a ser rígido, pues el IFE prefirió dejar a los equipos de los candidatos ponerse de acuerdo sobre eso, pese a que el Cofipe lo faculta para decidir un formato tras oír las sugerencias y opiniones de los partidos. Lo increíble es que tres de los candidatos preferían un formato más abierto, y sin embargo aceptaron el exigido por el PRI ante su amenaza de no asistir al debate (en cuyo caso, Enrique Peña Nieto hubiera tenido que pagar un elevado costo, como ocurrió con Andrés Manuel López Obrador en 2006). Al final, la rigidez del formato terminó por entorpecer también a Peña Nieto.

Queda por ver cómo será el formato del segundo debate. Existe la expectativa de que, ahora sí, surja algo más flexible que imprima mayor agilidad e interés al ejercicio. Debiera permitirse a las cámaras abrirse y tomar expresiones de los aludidos durante la discusión. Podrían los candidatos estar frente a frente en una mesa redonda, en lugar de atrincherados en sus respectivas periqueras. Las preguntas formales sirvieron de poco, pues además de ser ignoradas (al menos por AMLO) hubieron de combinarse con las réplicas y contraréplicas, que captaron mayor interés. Quizá sería interesante permitir que los candidatos se preguntaran entre sí sobre los temas a debatir, sobre cómo piensan hacer tal o cual cosa o aclarando lo que consideren como fallas o insuficiencias de sus respectivas propuestas. Y sobre el tiempo, existe la opción de que cada candidato pueda libremente utilizar un tiempo determinado para ampliar sus respuestas o réplicas con flexibilidad (en participaciones cronometradas, para preservar la equidad, como vimos en Francia).

Los incidentes de esta campaña en materia de debates pueden servir para modificar la ley en lo que seguramente será una nueva reforma; si prácticamente todos los medios y ciudadanos estamos de acuerdo en que hacen falta más debates y menos spots, éstos se podrían reducir drásticamente y utilizar los tiempos oficiales del Estado para programar, digamos tres o cuatro debates reglamentarios, pero también dedicar espacios -de por ejemplo media hora- para otros encuentros entre protagonistas políticos. Podría haberlos entre, digamos, candidatos a diputados y senadores, presidentes de los partidos contendientes, entre coordinadores de campaña de los candidatos y especialistas designados por los partidos para explicar y defender sus respectivas plataformas legislativas. Tales minidebates podrían incluso ser reproducidos en diferentes horarios y en distintos canales para ampliar la posibilidad de verlos y oírlos (para quienes deseen hacerlo, desde luego). Al menos ofrecerían una opción más productiva, interesante y fructífera que los millones de spots que repiten una y otra vez mensajes insulsos. Y los candidatos podrían siempre seguir diciendo y aclarando lo que les convenga en entrevistas y conferencias de prensa. No quedarían mudos entre debate y debate. Creo que con ese nuevo esquema la democracia se beneficiaría, así como los electores. El problema es que el interés de los ciudadanos es el que menos cuenta para los partidos, la clase política en general y, desde luego, los consorcios mediáticos.

cres5501@hotmail.com | Investigador del CIDE

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