1/24/2014

Del arrabal




Tomás Mojarro

Atado al poste de la ejecución Juan de Huss observó que una ancianita se acercaba a depositar unas ramillas en  la leña de la hoguera a punto de arder. “Santa simplicidad”, murmuró por lo bajo.

            Así yo. Muy de mañana observé a una ancianita que se fatigaba al sacar de la casa un obstáculo para impedir que ningún vehículo se estacionase enfrente. “Señora, no hay que privatizar un bien público”.

- ¡Y a usted qué le importa! –rezongó la aludida.

¿Mentarle el 11 Constitucional, que nos garantiza el libre tránsito por  todo el país? ¿El 14 del nuevo Reglamento de Tránsito Metropolitano, que lo especifica: “En la vía pública está prohibido: IV, Colocar señalamientos o cualquier otro objeto para reservar  espacio o estacionamiento en la vía pública sin la autorización correspondiente” con todo y la respectiva multa al infractor Leyes flamantes, casi sin estrenar. Y es que entre más injusto es un país más leyes y reglamentos decreta. Leyes que no se han de cumplir como ese Bando del Policía y Buen Gobierno (ya con título nuevo) que de hacerse efectivo  en mi barrio…

 Yo vivo en un barrio pobre de una pobre colonia de esta pobre ciudad. Pobre soy, como lo somos todos si exceptuamos a los ricos. A diario recorro calles y callejones, observo el vecindario y compruebo que en la barriada se alzan toda suerte de edificaciones, desde las ostentosas (arquitectura de gusto pésimo) hasta algunas con techo de lámina y cartón corrugado. Todas denotan clases sociales contrapunteadas en la economía, pero hermanadas en la maniobra privatizadora del espacio de vía pública frontero a la casa.

¿Que en esta o aquella habitan familias pobres? ¿Que utilizan el  transporte colectivo? ¿Y? “Su” trozo de calle está asegurado. Las agresiones que se utilizan en esa maniobra parecen proyectar una suerte de  venganza contra el automovilista y el modo de ser del privatizador: bidones con agua, cubos de cemento, cubetas con  piedras, ángulos de solera pintados de amarillo,  torretas de plástico afianzadas con cadenas a la banqueta, franjas amarillas que cubren todo el frente de la edificación, tinajas rellenas de cemento con un tubo de mental en el centro, llantas encementadas, latas con basura, bacinicas, macetas, cubetas rebosantes de cascajo, señales en el pavimento, cadenas., pilas de piedras,   raigones de cantera, en fin.

Semejante maniobra viola la ley y el reglamento, sin más. Pero, y aquí la agravante, en esta ciudad crece desmesuradamente el número de vehículos que transitan por la ciudad y existe una carencia crítica de lugares donde estacionarse. Y la vía pública es lamentablemente privatizada por esos inconsecuentes que en su ignorancia suponen que les pertenece el trozo de calle frontero a su casa. Todo en la impunidad. ¿Y moda tan nefasta cuándo prendió en los barrios proletarios?

Imitación vil. En esta ciudad comenzó tan funesta moda en los grandes comercios del centro donde se precisa de carga y descarga en la vía pública, y al parejo del horroroso cierre de calles, en las colonias proletarias se imitó la moda de los obstáculos callejeros.

No tenemos seguridad, “justifican” los arbitrarios   el cierre de calles. De alguna forma tenemos que defendernos, afirman. ¿Sí? ¿Y un violador? “No tengo pareja y andaba urgido”. En diversos grados, pero se viola la ley. Y asimismo quienes muy temprano por la mañana sacan sus cubos rellenos de piedras frente al domicilio particular. ¿Y la ley que sanciona los  hechos de los privatizadores de la vía pública?

Clama el poeta: mi país, ah, mi país. (México.)

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