3/12/2014

Luis Villoro: la gran voz de la izquierda




Detrás de la noticia
Ricardo Rocha

Luis Villoro supo amalgamar cerebro y corazón para proclamarse –a querer o no- como un hombre de izquierda químicamente puro.

Por supuesto que su muerte nos duele. Y nos deja, sin duda, una sensación de pérdida, de vacío, Sobre todo porque quienes compartimos con él sus convicciones, percibimos ahora un hueco enorme e imposible de llenar en eso que llamamos la izquierda. Y es que Luis Villoro supo amalgamar cerebro y corazón para proclamarse –a querer o no- como un hombre de izquierda químicamente puro. Sin las mezquindades de partidos o tribus.

Aunque nacido en Barcelona, a nadie podría ocurrírsele cuestionar siquiera su nacionalismo. Luis Villoro Toranzo se forjó en México, pero era un hombre del mundo: se nutrió en la Facultad de Filosofía y Letras de nuestra UNAM, donde obtendría los grados de maestro en Filosofía con mención magna cum laude y luego el doctorado summa cum laude en 1963; también haría estudios de posgrado en la célebre Sorbona de París y en la Ludwig Universität de Munich, en la República Federal Alemana. Así fue que se consagró como un filósofo internacionalmente reconocido y uno de los más influyentes en el ámbito iberoamericano. Con ese amor a la verdad nos legó obras que desde sus títulos –algunos francamente poéticos- nos dan cuenta de su importancia y alcances: Estado plural, pluralidad de culturas; De la libertad a la comunidad; La significación del silencio; Creer, saber, conocer; El concepto de ideología y otros ensayos; El pensamiento moderno: filosofía del pensamiento y una obra considerada clásica en el gran escenario de la filosofía latinoamericana: El poder y el valor, fundamentos de una ética política.

Sí México le dio todo, él nos pagó con creces. Baste citar dos de sus obras fundamentales en el quehacer de la cultura y la historiografía de este país: Los grandes momentos del indigenismo en México, en la que rescata las ideas populares que encendieron la lucha por la independencia y en la que evidencia su profunda emoción por lo genuinamente mexicano, y México, entre libros: pensadores mexicanos del Siglo XX.

Imposible resumir una vida tan rica y diversa: Don Luis fue embajador de México en la UNESCO, investigador emérito y miembro de los Consejos de diversas universidades; obtuvo innumerables premios, como el Nacional de Ciencias y Artes en el área de Ciencias Sociales Historia y Filosofía y el Universidad Nacional de Investigación en Humanidades. Pero, a propósito de galardones, yo creo que fueron dos los más grandes que tuvo en la vida: uno, cuando con el testimonio del Sub-Marcos recibió de las niñas Lupita y Toñita un pergamino de reconocimiento durante el primer Festival Mundial de la Digna Rabia, celebrado el 4 de enero de 2009 en San Cristóbal de las Casas. Su cara de asombro es en sí misma un poema. Fue por cierto en Chiapas donde más lo traté: además de algunas charlas maravillosas, un par de entrevistas luminosas y aleccionadoras para el entendimiento cabal del fenómeno social y estratégico que significó el zapatismo. Durante las muchas semanas a partir del alzamiento en los primeros instantes del 94, lo vi varias veces, además de algunas otras conversaciones en el ámbito de nuestra casa común: Ciudad Universitaria. Siempre fue particularmente generoso y cariñoso conmigo. Nunca podré olvidar la infinita paciencia con que toleró mi ignorancia.

Y estoy seguro que el otro gran premio que la vida le dio, fue ver llegar a Juan Villoro –con quien me une una amistad a prueba de ausencias- El Colegio Nacional, donde Don Luis lo esperaba desde 1978. Por primera y única vez en la historia, un padre y un hijo juntos en nuestro máximo recinto de la cultura. Eso fue apenas el pasado 25 de febrero. Por eso se fue feliz y en paz. Con una dicha tan grande que ya no le cupo en el pecho.

P.D. Querido Juan, como me hubiera gustado abrazarte personalmente. Escribo estas líneas volando muy lejos al sur, que decían Serrat y Benedetti que también existe. Es curioso, pero acá arriba me siento más cerca de Don Luis. Por eso quiero agradecerle, a través tuyo, todo lo que nos dio y nos seguirá dando con su obra. Y que haya sido no sólo padre de ustedes, su familia, sino también de todos nosotros.

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