5/24/2014

Feminismo: ¿Hacia Dónde Vamos?

   

CIMACFoto: César Martínez López
OPINIÓN
Alena Pashnova*
Cimacnoticias | México, DF.- 

Nosotros, los seres humanos, tendemos a acostumbrarnos extremadamente rápido a ciertas cosas; especialmente si son benéficas para nosotros. Hacen falta sólo unas semanas, meses, unos pocos años para que empecemos a tomar por hecho algunas comodidades, libertades o derechos que antes eran nuevos e impensables.

Muchas de nosotras automáticamente aceptamos la idea de la igualdad de derechos de mujeres y hombres. Es más, al interiorizarla, compararla con nuestra identidad, forma de pensar y vivir, y nuestro sentido de justicia la asumimos como algo completamente natural. Por ejemplo ¿Qué pensarían si mañana le pidieran a una mujer retirarse de algún establecimiento por usar pantalón? “Ridículo, absurdo e injusto” – sería su reacción. Sin embargo, es difícil creer que el uso de pantalón para mujeres se hizo socialmente aceptable apenas hace 40 años, y que nuestras mamás y abuelas podrían haber vivido esta realidad sin cuestionarla de la misma forma.

La fuerza que nos llevó a cuestionar esta y muchas otras situaciones – pasadas y  presentes – fue impulsada por el movimiento feminista. Fueron ellas quienes lograron una gran revolución, ahorrándonos siglos de reflexiones y discusiones sobre nuestro valor como personas, nuestro papel en la historia y sociedad. Gracias a las ideas feministas el mundo cambió y aprendimos mucho. Ellas dieron los primeros pasos en cuestión de igualdad de derechos, como la oportunidad de votar, estudiar, trabajar, y planear nuestra familia. No obstante, a pesar de que estos primeros derechos básicos todavía no están al alcance de todas y que hace falta muchos pasos más por recorrer, ahora escuchamos de manera insistente que el movimiento feminista es sólo cosa de libros de historia o de radicalismos sin sentido en nuestra actual sociedad “equitativa”.

Este reciente discurso opositor también es un resultado del cambio que introdujo el movimiento feminista. Antes era más sencillo limitarnos públicamente: aprobaban leyes injustas, nos negaban la libertad de decidir sobre nuestro aspecto, nuestro rol en la sociedad, nuestra salud, nuestra familia y pasatiempos. Ahora, después de los triunfos iniciales del feminismo, nadie se atrevería abiertamente a defender la idea de inferioridad de la mujer, fuera de algunas personas acobijadas por el anonimato de internet y ciertos líderes de opinión que incrementan su base de seguidores entre más tajante, unipolar y simplista sea su discurso. El discurso opositor tuvo que cambiar y ocultar su verdadero rostro, pero aún mantienen sus intenciones. Ya no nos dicen que no podemos usar pantalón, pero el uso de falda y/o tacón sigue siendo el uniforme oficial, obligatorio en casi todas las instituciones públicas y privadas. Nos permitieron trabajar pero es comprobado que se nos sigue pagando menos por el mismo trabajo. Nos permitieron practicar deportes y competir en las Olimpiadas, pero ¿Cuántas veces han escuchado que el deporte femenino no es un deporte “verdadero”? y ¿Cuándo fue la última vez que han transmitido algún partido completo de fútbol femenino en un canal estelar?

Queda claro que aún persisten ideas misóginas, menos públicas pero igual de encriptadas en los discursos políticos, el sistema económico, los medios y la sociedad. El argumento opositor visible ahora subsiste en la aparente falta de vigencia y validez del feminismo en nuestra época, ya que considera que se ha logrado la igualdad jurídica. Sin embargo, este argumento falla en reconocer tanto el camino legal aún pendiente, como el verdadero abismo que existe entre el derecho textual y su aplicación diaria. Falla en reconocer la violencia y desigualdad en el contexto sociocultural donde se implementa.

Poco a poco los medios han impulsado este argumento erróneo de igualdad de facto y han logrado desacreditar la continuidad y el mismo término de feminismo, al llevarlo a la burla o radicalizarlo.

Ahora no es raro escuchar mujeres jóvenes que defienden sus derechos pero sienten la necesidad de declarar que no son feministas. Otras mujeres abiertamente dicen odiar el feminismo porque piensan que amenaza su estilo de vida, sin considerar que un mayor número de opciones de cómo desarrollar su vida no significa que deban tomarlas de manera obligatoria.

Ante esta disociación de las mujeres con el feminismo, es evidente que el movimiento necesita revitalizarse, retomar su discurso integrador, reposicionar su imagen en la discusión pública y encontrar nuevas formas y medios de transmitirse. ¿Cómo podríamos lograrlo? Es una pregunta muy difícil y quisiera tener la oportunidad de involucrar a muchas mentes para cohesionar las ideas feministas ante el discurso opositor y los retos cambiantes.

He aquí algunos puntos que me parecen muy importantes para iniciar el proceso de renovación:

•          Las mujeres necesitamos ser solidarias.

Tenemos que recordar que el feminismo es para todas y dejar de creer la mentira de que el feminismo es sólo para algunas. El movimiento de las mujeres es una bandera bajo la cual podemos unirnos para luchar por una verdadera igualdad. En contraste con el sistema machista actual, el cual excluye y segrega, aprendamos a integrar a todas y todos quienes consideran nuestra lucha justa. Sabemos que la desigualdad no sólo causa daño a nosotras, sino a toda la sociedad.

•          Las mujeres necesitamos dejar de competir.

Hay que cambiar el discurso del sistema político e ideológico actual, que nos empuja a competir superficialmente por la atención de los hombres como el único reconocimiento posible, y que nos empuja a competir por los pocos lugares disponibles para mujeres capaces en el mundo laboral. Aprendamos a entender que el éxito de nuestra amiga, vecina, compatriota, y cualquier mujer en el mundo es el nuestro también y que juntas podemos lograr mucho más que compitiendo una contra otra. ¿Para qué competir por las pocas oportunidades de reconocimiento a las que nos han limitado en lugar de cooperar para otorgarnos mayores espacios de reconocimiento?

•          Tenemos que ser políticamente activas.

Debemos dejar de pensar que las cosas se mejoran por sí mismas. Tenemos que ser activistas y no sólo denunciar los mensajes encriptados, sino lograr cambiar los actos injustos. Esto significa que tenemos que hablar sobre lo que creemos con las personas que conocemos en todo momento, recordando que no necesitamos un lenguaje antagónico, sino solidario. Hay que enseñar nuestro mensaje a las niñas, niños y adolecentes, quienes son nuestro futuro. Tenemos que formar partidos políticos, y organizaciones civiles. Tenemos que lograr cambios en la ideología en nuestras familias, empleos, sociedades y países. Es necesario convertirnos en una fuerza que tiene el poder del cambio.

•          Debemos encontrar medios modernos y precisos para difundir nuestro mensaje

Necesitamos ejercer presión para que las ideas de igualdad tengan más difusión y la representación de las mujeres sea no sólo más equitativa, sino certera. Debido a que en la mayoría de los países del mundo los medios de comunicación pertenecen a los hombres, la mínima representación de las mujeres es ideada y escrita por cómo los hombres creen que debemos ser. Las mujeres merecemos más que ser reducidas a objetos sexuales o musas de los hombres.

Es vital ser mostradas como somos: personas dignas y capaces de desarrollarnos de distintas formas, con aspiraciones y potencialidades más allá de los marcos en los que nos limitan actualmente. Para lograrlo, debemos desarrollar medios modernos y alternativos, como el periodismo con visión de género. Hay que luchar por hacer sonar nuestra voz en los medios, creando y protagonizando su contenido.

Seguramente hay muchas ideas más que debemos explorar en conjunto para nutrir esta revitalización. Compartan sus ideas en los foros digitales y reales en su entorno inmediato. Hemos visto que a pesar de acostumbramos muy fácil a lo bueno, lo importante es no permitir que el reconocimiento de los logros iniciales se conviertan en apatía y complacencia a futuro.

* Periodista rusa residente en México.

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