10/17/2014

México bárbaro


Gerardo Fernández Casanova
 (especial para ARGENPRESS.info)

Peña Nieto calificó a la masacre de Iguala como un acto de barbarie. Me parece correcto el término. Según el diccionario de Larousse, barbarie significa rusticidad, falta de cultura; también puede entenderse como fiereza, crueldad. Son sinónimos: vandalismo, brutalidad, salvajismo, atrocidad, ferocidad, inhumanidad, sadismo. Barbarie es la condición de lo bárbaro y se adopta por la rusticidad y el salvajismo de los pueblos bárbaros que asolaron vastas regiones del Imperio Romano, como el famoso caso de los hunos comandados por Atila. Fiereza y crueldad se manifestaron a plenitud en la represión contra los estudiantes normalistas de Ayotzinapa, algunos de ellos muertos y dejados en el escenario, otros técnicamente desaparecidos en cuya búsqueda se peina todo el territorio de la entidad; se encuentran fosas clandestinas en las que se hallan cadáveres no identificados que, según los peritajes forenses, no corresponden a los estudiantes desaparecidos y sólo se agregan a la larga relación de muertos sin nombre y sin averiguación judicial. “Vivos se los llevaron y vivos los queremos de vuelta” es el reclamo de compañeros y familiares de los desaparecidos, con una esperanza fincada en la ilusión y una exigencia nutrida del coraje. Los bárbaros andan sueltos y el país, en llamas, demanda justicia.

El discurso peñista habla de un país en progreso y califica de barbarie focalizada lo sucedido en Iguala, propio de la ancestral violencia de la región. Se agrega lo de Tlatlaya, lo de Oaxaca y lo de Chiapas y, entonces, se habla del sur atrasado y violento. El discurso se desdibuja al sumar los casos de Sinaloa, Sonora, Chihuahua, Tamaulipas y Coahuila; serán los broncos del norte. Así pueden sumarse atropellos como el sufrido por los electricistas; por las poblaciones afectadas por la minería depredadora; los despojos a comunidades afectadas por presas, carreteras y aeropuertos; por la languidez de la economía; por el hambre y el desempleo. Todo ello y mucho más bajo el mismo calificativo de barbarie del crimen organizado, sea el de los cárteles del narcotráfico o el de los tecnócratas en el poder. Ambos bárbaros y criminales. Se mata a balazos o a decretazos; la gente igual se muere.

No se puede tapar el sol con un dedo. Peña intenta hacerlo con la cabeza de un alfiler; su mayor preocupación es la pésima imagen internacional que los acontecimientos provocan. Hay riesgo de que la venta del país se le frustre por falta de compradores: inversionistas temerosos o buitres en espera de la debacle para comprar regalado. El gran negocio se le esfuma. Lo peor para Peña sería que, ante tanto desarreglo, se viera imposibilitado de gozar de su gigantesco avión presidencial; eso sí que sería grave, después de haber sorteado las enfurecidas críticas de los envidiosos que sólo pueden viajar en burro.

Atinado, repito, el empleo del calificativo de barbarie. Trae a la memoria la obra de John Kenneth Turner titulada México Bárbaro escrita en 1909 y que describe la situación del país en las postrimerías del régimen de Porfirio Díaz. Turner, un periodista gringo de filiación anarquista y amigo de los hermanos Flores Magón, describe las condiciones de injusticia prevalecientes en la época: abusos de la oligarquía privilegiada, entrega de los recursos del país a los extranjeros y represión a mansalva de los movimientos de protesta; mismas que dieron lugar al estallido revolucionario de 1910. Recomiendo el documental realizado por el morelense Oscar Menéndez Zavala, con aportaciones de la viuda del periodista, ahora incorporado al acervo de TVUNAM.

Lo descrito por Turner se asemeja a lo que hoy se vive (o se muere) en México. En reportajes para la prensa de su país, que luego se hicieron libro, advierte del hartazgo de la población y adivina el conflicto que se aproximaba. La insurrección se gestaba y la paz se fincaba en las bayonetas, fueran del ejército regular o las de las guardias blancas de los hacendados y los negociantes.

En el México de hoy la insurrección es una realidad. El llamado “crimen organizado” es una insurrección en el sentido de que reta al régimen y, en algunas regiones, ya lo domina. La mayoría sólo obedece al interés del dinero, pero algunos “criminales” reivindican la demanda de paz y justicia. Emiliano Zapata también era calificado como criminal en los periódicos de entonces, atentos a satisfacer el gusto de los poderosos, al igual que hoy lo hace Televisa.

Jesús Reyes Heroles, el ideólogo priísta, advertía allá por los años sesenta del siglo pasado, del riesgo de despertar al México bronco. Parece que su pensamiento es una más de las lecturas ignoradas por Peña Nieto. Habrá que resumírselo en un twitter

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