2/04/2015

"Fuerte el aplauso"

Fernando Buen Abad Domínguez
Aporrea

Nuevamente, traicionado por sí mismo, Enrique Peña Nieto exhibe con impudicia brutal las enormidades de su mediocridad. “Ya sé que no aplauden”[1] dijo, y esta vez, el micrófono inclemente no perdonó al “mandatario”… que dejó escapar una queja salida con dolor del más hondo fuero interno de su egolatría educada a la alta escuela publicitaria. Incluso sus asesores más obsecuentes se toman la cabeza ante un histrionismo involuntario que demuele más a su jefe que muchos de los insultos, reclamos, mentadas de madre y parrafadas críticas que proliferan contra él en todo el planeta. En uso pleno de la Libertad de Expresión.
Hijo de los estereotipos televisivos, Peña Nieto necesita del aplauso a cualquier precio para no caer al abismo de su estulticia en silencio. Es una manía de la demagogia, neoliberalizada, coronar con aplausos gratuitos las alocuciones de sus gerentes. No se trata de cualquier aplauso, se trata del aplauso medido pero firme, cuantitativa y cualitativamente proferido para que las cámaras y los micrófonos, de la santa sede mediática, hagan registros pertinentes y luego hagan propaganda noticiosa del discurso, de su aceptación y de su éxito, gracias a la intensidad y contundencia no de las ideas sino del aplauso.
No está demás saber que los aplausos son una parte sustancial de la cultura, que los hay en todo el mundo, desde hace mucho tiempo y en las variedades más diversas. Que existen aplausos personales y de masas, que los hay de “compromiso” para ocasiones diversas y los hay sinceros y fraternos para ocasiones excepcionales. Pero el aplauso prefabricado, el que prolifera en los torneos de oratoria oficial, compañero del abrazo, de la sonrisa y del apretón de manos ceremoniales…ese aplauso, ese y no otro, es moneda corriente en el mercado de las lisonjas y es indudablemente un signo obligatorio que se tributa al “jefe”… diga lo que diga. Es regla de oro -no escrita- que respeta, disciplinadamente, todo siervo que se precie de su servilismo. En México, lo primero que debe ser un sirviente del presidencialismo, es ser aplaudidor bien entrenado y sommelier del buen aplauso oportuno, duradero y dosificado, según las frases y las circunstancias donde le “jefe” exhiba sus dotes demagógicas. Esta regla no excluye a buena parte de los “opositores”.
¿Qué desesperación profunda ha de sufrir, pues, aquel que, como Peña Nieto, ha gastado fortunas en aplausos de todo tipo y ante un discurso cualquiera no cosecha ni el aplauso de los más cercanos y serviles? Es imaginable aunque, esta vez, verificable porque el propio Peña se encargó, acaso contra todo lo que le han enseñado, de exhibir en público las llagas abiertas de su egolatría mancillada. ¿Cómo que no aplauden? Pareció gritar desde el silenciamiento microfónico de sus palabras. ¿Qué abismos se abrieron ante sus pies, qué herejía abofeteó a las “buenas costumbres” de la politiquería burguesa que ya ni de aplaudir se acuerdan cuando el “jefe” del fraude se expide generosamente en vocablos yertos, inútiles y ripiosos, barnizados con estilo almidonado y ceremonioso, como es costumbre neoliberal desde hace ya muchos, demasiados, largos años?
Y ocurrió, créase o no. En el momento histórico en que México da un paso decisivo en la ruta de mirar con claridad el paisaje macabro del capitalismo ejerciendo su criminalidad contra los jóvenes de México y especialmente los de Ayotzinapa, que no se olvidan. En el momento crucial en que todo tipo de jugarretas legaloides emanan de los acuerdos más espurios, ilegales e ilegítimos, entre las cúpulas de los partidos políticos de la oligarquía que secuestró el poder en México. En el momento crucial de la injusticia desaforada, las hambrunas, la insalubridad, el despojo y la humillación para un pueblo inmenso y diverso… Momento pues de impudicia brutal del capitalismo. Peña quiere aplausos para arrimarle consuelo a su vanidad pulverizada en las calles bajo el veredicto supremo de un pueblo que está harto y dispuesto a luchar contra su “gestión”. Ningún novelista pudo imaginar personaje más patético. Literalmente. Ni Carlos Fuentes…pues, que dijo lo que dijo del propio Peña. Haciendo uso de su derecho a la “Libertad de Expresión”
Ahora, las “redes sociales”, como expresión “libre” de miles de personas que encuentran ahí una ventana para sus malestares, recorren el mundo divulgando la queja presidencial huérfana de aplausos. Se ha vuelto tema de burlas nuevas y de hartazgos añejados. Los “proles” del México, que no viven en mansiones, que no viajan en aviones super-millonarios… tienen muy en claro que el espectáculo de dispendio, irresponsabilidad, falacias y represión que oferta el gobierno del fraude, no merece aplauso y que lo que realmente merece es un referéndum revocatorio a pesar de lo imposible que parezca. Por ahora.
Debiera Peña, acaso, incorporar ya a sus discursos y a su “vida privada”, la vieja fórmula de un comediante televisivo mexicano que, tras contar cada uno de sus chistes malos, pedía al público “aplausos”. La diferencia es que ese comediante era conciente de la precariedad de su humor y jugaba con eso como un anti-héroe del chiste. A Peña Nieto le resultará más difícil porque, al lado de su ninguna gracia, de su desbordada ignorancia y su paupérrima biblioteca, encima quiere esos aplausos que ya ni pagándolos le aparecen. Por cierto en Internet se consiguen grabaciones de aplausos y de risas, con efectos de eco y ecualizados a gusto del cliente, como las que usaban para decorar el maltrato al Chavo del 8. TELEVISA podría decirle dónde los compra para disfrazar la mediocridad de sus farándulas. Avísenle a Peña.

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