Por: Guillermo Fabela Quiñones /
6 junio, 2015
Ilustración: Pe Aguilar / @elesepe1
No importa cuáles hayan sido
las causas de la cancelación indefinida de la evaluación magisterial, el
aspecto nodal de la mal llamada reforma educativa. Lo importante es que
la presión firme y organizada de los maestros disidentes del sindicato
de maestros, hizo que el “gobierno” de Enrique Peña Nieto diera marcha
atrás a una medida impuesta desde centros hegemónicos del poder global,
los mismos que quieren hacer de México una colonia donde puedan explotar
sus recursos naturales y humanos como les venga en gana.
No es descabellado que tal
decisión haya sido orquestada, días antes de las elecciones, con el fin
de poner en marcha un alud de “protestas” de la derecha y sus corifeos,
para demostrar que la mal llamada reforma educativa cuenta con el apoyo
de amplios sectores. Así sucedió, lo que dio la pauta para que se
criticara acremente la medida anunciada por el titular de la Secretaría
de Educación Pública, y exigir que se dé marcha atrás. La reforma
educativa, dicen los voceros de la derecha, no puede truncarse porque se
manda una pésima señal a los mercados.
Se ha dicho incluso que el
gobierno federal no debe dejarse vencer por la vocinglería y la
violencia de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de Educación
(CNTE), lo que justificaría una represión de mayor envergadura una vez
pasadas las elecciones. Lo que no se dice es que las protestas surgen de
un hecho fundamental: la tal reforma ni es educativa ni cuenta con el
consenso de los órganos e instituciones que participan en la actividad
docente. Los especialistas coinciden que se trata de un puñado de normas
orientadas a apergollar laboralmente a los mentores, no a dar una
orientación idónea al sistema educativo.
Quienes han lanzado gritos
ensordecedores por la decisión de Emilio Chauyffet, parten de una
premisa falsa: la reforma educativa no está en riesgo porque no existe
una verdadera reforma del sector, sino una serie de políticas inconexas
tendientes a dejar contenta a la derecha y seguir las instrucciones de
los organismos internacionales que quieren imponer un Nuevo Orden
Mundial basado en la dominación ideológica de los grandes poderes
trasnacionales. En nada beneficia al país, mucho menos al sistema
educativo, un plan con esa orientación entreguista y desnacionalizadora.
Por ello es una pésima señal
que el secretario de la Defensa, general Salvador Cienfuegos Zepeda,
tome cartas en el asunto al firmar junto con el titular de la SEP un
convenio de capacitación. ¿Qué mensaje se nos envía a los mexicanos con
esta reunión fuera de un contexto que la justifique? Si en el Ejército
hay una legítima preocupación por el futuro educativo de las fuerzas
armadas, no hay necesidad de firmar convenios. En efecto, como afirmó el
titular de la Sedena, “la educación es la piedra angular que ha
permitido y seguirá permitiendo construir los pilares en los que
descansa la institucionalización, la democracia, la profesionalización,
la lealtad, el honor y el compromiso de las mujeres y hombres que
vestimos con orgullo el uniforme de la patria”.
Sin embargo, en los últimos
treinta años, el sistema educativo mexicano ha estado orientado a seguir
las reglas que impone el fundamentalismo neoliberal, ajenas por
completo a los intereses nacionales. Los hechos son contundentes a este
respecto: atrás ha quedado el imperativo de una educación que inculque
los valores patrios y cívicos, como así fue durante los años de
formación de una sociedad fundada en la ideología de la Revolución
Mexicana. Hoy, esto se considera un anacronismo porque vivimos, dicen,
en un mundo globalizado donde no caben fronteras, aunque sí existen, de
modo brutal, para las súper potencias, como lo sufrimos los mexicanos
por nuestra infausta vecindad con Estados Unidos.
No es fortuito que la Comisión
Permanente del Congreso de la Unión haya exigido el miércoles a la SEP,
que “no suspenda el proceso de evaluación para el ingreso, promoción y
permanencia de docentes en la educación básica y media superior”. Lo que
debería exigir, aprovechando la coyuntura, es que haya una verdadera
reforma educativa, no la “miscelánea” que fue aprobada en el mal llamado
Pacto por México, una reforma que impulse la educación de manera
integral, que permita elevar no sólo la calidad educativa sino que
favorezca una vida digna a los maestros. Entonces, seguramente no habría
protestas de la CNTE.
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