6/11/2015

Información y redistribución del poder


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Pedro Miguel

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Los capitales trasnacionales, con el gobierno de Estados Unidos como punta de lanza, están reorganizando el mundo con base en tres megatratados mutuamente complementarios: la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (ATCI) el Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (ATP) y el Acuerdo en Comercio de Servicios (TISA, por sus siglas en inglés). El primero agrupa a Estados Unidos y Canadá con Europa occidental y central; el segundo incluye a los actuales miembros del TLCAN más Chile y Perú, más Australia, Nueva Zelanda, Japón, Vietnam, Malasia, Brunei y Singapur; en las negociaciones para el tercero participan Australia, Canadá, Chile, Taipei, Unión Europea, Hong Kong, Islandia, Israel, Japón, Liechtenstein, Nueva Zelanda, Noruega, Corea del Sur, Suiza, Estados Unidos, Uruguay, Colombia, Costa Rica, México, Panamá, Perú, Turquía, Pakistán y Paraguay. Como lo explicó hace unos días Julian Assange, se trata de una partición planetaria diseñada por Occidente para enfrentar al resto e implantar una nueva forma de corporativismo trasnacional. Esos tres instrumentos comerciales se negocian a espalda de las sociedades –es más: en ominoso secreto– porque si sus términos se dieran a conocer suscitarían el rechazo público incluso en las naciones ricas, porque daría un poder desmesurado a las grandes empresas, suprimiría toda forma de regulación de los mercados, afectaría las políticas de bienestar social y de protección ambiental, impediría a los países legislar en favor de los ciudadanos y dejaría a los trabajadores desprotegidos ante los empleadores. Sería, dicen algunos políticos europeos progresistas, una pesadilla para la democracia (http://is.gd/ZmNKKx).

Muchos piensan que a los países periféricos, atrasados, pobres o en desarrollo, la globalidad neoliberal les ofrece un futuro semejante a Amsterdam, Nueva York, Shangai o cuando menos Miami. Pero se equivocan: el horizonte civilizatorio que esos tratados ofrecen a los habitantes de países como México se parece más a Gaza y a Cisjordania que a las ciudades mencionadas y que los términos brutales de dominación impuestos a la nación palestina no son una anomalía monstruosa sino un modelo. Se gestiona la concesión de una libertad absoluta de mando a capitales y de tránsito a mercancías, el debilitamiento extremo de las autoridades nacionales y la pérdida de derechos para las poblaciones, las cuales se encuentran ya constreñidas por murallas y corrales migratorios infranqueables: miren el moridero en que se han convertido ya el Mediterráneo y la frontera norte de México. Esos muros no sólo son internacionales sino también intranacionales. Los jodidos no tienen forma de entrar a los modernos barrios empresariales como no sea para barrerlos y limpiar los inodoros, y eso, bajo estricta supervisión electrónica.

Nunca antes en la historia habían sido tan desiguales las relaciones gobernantes-gobernados, patrones-obreros, empresas-consumidores, medios-audiencias, países ricos - países pobres. Pareciera que el mundo se encamina a un triunfo definitivo de los poderosos.

En este contexto los países todavía sometidos a los dictados del desarrollo según las normas del Consenso de Washinton vivimos procesos de cultivo de la desigualdad social y política, de reducción de los poderes nacionales a instancias meramente administrativas, represivas y municipales, cuando no a autoridades de ocupación; nos enfrentamos a la siembra de conflictos bélicos y de fenómenos de violencia delictiva que parecen incontrolables pero que tal vez se encuentren perfectamente controlados.

Para colmo, venimos saliendo de un siglo en el que la desigualdad en todos los ámbitos tuvo un desarrollo sin precedente: la brecha tecnológica se volvió abismo en todos los frentes tecnológicos, y las carreras armamentistas son un ejemplo contundente, pero no el único caso. Venimos, también, de un siglo en el que se vivió la convergencia entre los poderes políticos formales, el poder empresarial, el poder mediático. Fernando Collor de Mello, en Brasil; Silvio Berlusconi, en Italia, o Enrique Peña Nieto, en México, son tres ejemplos del asalto al poder institucional por parte de las corporaciones mediáticas privadas y hoy menudean los escándalos (que casi siempre dejan una secuela de impunidad) por el maridaje impresentable de políticos, empresarios y delincuentes.

El desarrollo de las tecnologías de la información ha creado nuevos escenarios para dirimir los eternos conflictos entre países ( hackeo y ciberespionaje masivo), entre el poder político que espía y las ciudadanías que obtienen y filtran información clasificada. Conforme el mundo real se virtualiza, los escenarios de guerra, imposición, dominación y resistencia se trasladan al ámbito de lo electrónico.

Esto tal vez no sea una mala noticia. Un país pequeño o débil tiene casi nulas probabilidades de resistir un ataque militar masivo de una gran potencia, pero está en mejores posibilidades de enfrentar con éxito un ciberataque de ese mismo origen. Por primera vez en muchas décadas, la asimetría tradicional y creciente se ha reducido. Internet, la telefonía celular y las redes sociales permiten a los ciudadanos confrontar a los poderes; a los pueblos, hacer frente a las corporaciones; a las naciones pobres, dar una batalla informativa frente a las grandes potencias; a las expresiones minoritarias, enfrentar las hegemonías mayoritarias.

Con Internet estamos ante el arma más poderosa que haya existido, que es la comunicación, decía Fidel Castro en 2010, tras las primeras revelaciones sobre los crímenes de lesa humanidad perpetrados por Estados Unidos en Afganistán e Irak. Y agregaba: “gracias a Wikileaks no harán falta las revoluciones”. Aludía, a mi modo de ver, al surgimiento de un nuevo instrumento para transformar el mundo, algo distinto a las guerrillas, las insurrecciones, las huelgas generales o las elecciones, y me resultó significativo que alguien tan persistente como él en las ideas que dominaron el siglo XX mostrara semejante apertura a los nuevos escenarios abiertos por la transformación tecnológica. Tenía razón: el 12 de julio de 2007 en Bagdad un reportero y otros 10 individuos que caminaban pacíficamente por la calle fueron atacados por la tripulación de un helicóptero Apache. ¿Y cómo se enfrenta uno al ataque de un cañón M230 de 30 milímetros como con los que equipan a esos vehículos de guerra? Bueno, obteniendo la grabación del hecho y subiéndola a Youtube, que es exactamente lo que hizo Wikileaks.

Ante el espionaje masivo y selectivo, gubernamental y empresarial; frente al embate aplastante de los medios oligárquicos y corporativos; ante poderes que son democráticos sólo por el adjetivo con el que ellos mismos se adornan, tenemos en nuestras manos un arma formidable para conseguir una redistribución del poder. Ahora hay que aprender a usarla.

Al mundo le urge una redistribución del poder. Debemos establecer un mínimo equilibrio entre países, entre actores sociales, entre sectores. Por muchos votos de paz que hagamos, no vamos a eliminar los afanes hegemónicos, los intereses corporativos que llevan al saqueo, las lógicas de concentración de capital que dominan a los poderes fácticos, mediáticos, financieros o delictivos. En el mundo actual debemos vivir y lidiar con eso. Pero los países pequeños y débiles, las ciudadanías, los pueblos, sí tenemos la posibilidad de enfrentarlos con menor inequidad y en condiciones de menor asimetría. En realidad ya lo estamos haciendo.
(Algo así habría debido leer en el encuentro Nuevos escenarios de la comunicación políica en el ámbito digital 2015 que se realizó en La Habana entre el 5 y el junio pasados. Pero como suele ocurrir, salió otra cosa).

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