4/17/2016

Mar de Historias: Te veré en abril



Cristina Pacheco
La Jornada
El aniversario luctuoso las mantiene unidas, tan amigas como siempre y más jóvenes que nunca a pesar de sus edades. Si alguna falta a la reunión, las presentes atribuyen su ausencia a todos los motivos, menos al olvido. Esa palabra no está en el vocabulario de las mujeres que a lo largo de más de medio siglo –59 años para ser exactos– han dedicado una tarde de abril a recordar a su ídolo.
Antes de la fecha señalada, las adoradoras se comunican para fijar el domicilio, el momento del encuentro y preguntar a la anfitriona en turno qué le llevan. ¿Tequila o ron? ¿Quesito o bocadillos? ¿Flores o pan? La respuesta es invariable: No te molestes, no es necesario que me traigas nada. Lo importante es que vengas. La breve conversación termina con la promesa de que llegarán aunque eso signifique desplazarse grandes distancias y abandonar sus rutinas, sus obligaciones de esposas, madres, abuelas.
Luego, cada una por su lado, hará planes. Elegirá el vestido más favorecedor, los zapatos que son atractivos aunque no tan altos como los que usaba antes, los accesorios. Es importante verse bien porque, después de todo, ellas sólo se reúnen una vez al año y siempre con el mismo objetivo: hablar de Pedro, reconstruirlo de pies a cabeza sin falsos pudores ni limitaciones y con la pasión que se mantiene intacta desde la única vez que, por segundos o unos cuantos minutos, lo vieron en persona:
Lidia: Él iba por Reforma en una caravana de artistas y corrí para alcanzarlo. Angelina: Llegó a la fiesta de los voceadores y les juro que no podía creerlo. Rebeca: Entró en el estanquillo y me pidió un refresco. Se lo di temblando. Zaira: Muy amable me dijo niña chula y por poco me muero. Delia: Frenó su moto y aproveché para mandarle un beso. Sandra: Le pedí su autógrafo y lo escribió en mi blusa. ¡Es mi tesoro!
Esos breves encuentros con Pedro enriquecieron la vida de seis mujeres, hasta la fecha alimentan sus sueños y refuerzan su voluntad de fingir que el tiempo no ha pasado, que hoy es entonces, Pedro está vivo y sigue joven, apuesto, alegre, cantador. Amorcito corazón/ yo tengo tentación/ de un beso...
II
Cuando empezaron a reunirse para formar el Club de Admiradoras Secretas eran nueve. Idalia, Rosario y Herminia ya murieron. Las seis sobrevivientes permanecen en contacto y se reúnen cada abril para seguir honrando la memoria de Pedro. Le deben desde buenos momentos gracias a sus películas, hasta milagros y la estabilidad matrimonial en el caso de Rebeca. Para demostrarlo habla de su experiencia. Lleva 58 años repitiéndola. Este será el 59 en que lo haga. Sus amigas la escucharán con renovado entusiasmo:

“Después de que tuve a mi primer hijo, Ignacio se enfrió mucho conmigo: vivía trabajando, me hablaba poco y de aquellito, casi nunca y luego ¡nada! Entonces yo era muchacha –y dicen que no fea–, rebosante de vida, alegre, con ganas de todo. ¿A qué podía deberse la indiferencia de Ignacio? Dejando a un lado los motivos, me resultaba muy humillante que mi esposo me viera como un mueble y no como a su mujer. De seguir así íbamos derechito al divorcio.
“Siempre estuve muy enamorada de mi marido. Como hombre, me encantaba; quería estar con él, que fuera tan cariñoso como antes. Me dediqué a pensar y no encontraba la manera de atraerlo. Por fin, una noche se me ocurrió que a lo mejor conseguía algo despertando sus celos. Pero ¿con quién? Me la pasaba encerrada en la casa sin ver a nadie; cuando salía iba con mi hijo, mi suegra o alguna de mis cuñadas. En esas circunstancias, ¿quién iba a acercarse a mí? Para colmo, sólo un hombre me seducía más que Ignacio: Pedro Infante.
“Fue mi candidato para picarle la cresta a mi marido, pero ¿cómo iba a hacerle saber que Pedro me enamoraba? Primero se me ocurrió decirle que me lo había encontrado en la calle y él enseguida me había reconocido como la chamaca de la miscelánea que le vendió un refresco. Al instante me di cuenta de que eso ni yo me lo creería. Pensé en otras posibilidades. Todas eran absurdas. Decidí olvidarme del jueguito y ponerlo todo en manos de Dios. En ese momento recordé Su palabra: ayúdate que yo te ayudaré, y seguí adelante con mi plan hasta que di en el clavo: Pedro podía ser mi amante en sueños.
“Una noche que nos acostamos me hice la dormida. Ignacio se levantó al baño y cuando regresó me oyó gemir así como si... bueno, ustedes me entienden. En la mañana, a la hora del desayuno, me preguntó si había tenido pesadillas. Le dije que no, al contrario, había soñado que un hombre iba a sentarse a la cama y se pasaba horas acariciándome el pelo. Ignacio se rió como diciendo a esta pobre tonta no le falta un tornillo, sino dos....
“No permití que su actitud me desanimara. Varias noches, algo espaciadas, dizque entre sueños, hablé, me reí, retiré varias veces las sábanas y en algunas ocasiones pronuncié el nombre mágico: Pedro. Llegó el momento en que Ignacio, harto, me preguntó quién era el tal Pedro que mencionaba dormida. Muy quitada de la pena se lo dije: ¿Pues quién va a ser? ¡Pedro Infante! Sabes que desde chica me fascina, he visto todas sus películas y me las sé de memoria. Creo que por eso se me aparece en sueños. No los recuerdo bien, pero me dejan una sensación tan agradable...
Ignacio me llamó estúpida, ridícula. Fingí no haber oído y con voz de Rebeca la dulce le pregunté si algo le molestaba. No dijo nada. Sólo me tiró en la cama y me obligó a contarle mis aventuras nocturnas con Pedro. Lo hice: nunca pensé que fuera capaz de inventar tantas cosas y, mejor aún, de hacerlas. Pasamos horas hablando de nuestros problemas. Decidimos resolverlos. Mi matrimonio empezó a arreglarse. ¿A quién se lo debo? ¡A Pedro Infante!

IV
Al terminar la reunión de este año, Lidia, Angelina, Rebeca, Zaira, Delia y Sandra harán planes para encontrarse el próximo abril y dedicar una tarde completa a la memoria de su ídolo. Si alguna de las amigas falta será por cualquier causa, menos por olvido.

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