9/13/2017

México, Corea del Norte y la Doctrina Estrada


Foto: Presidencia

Muchos comentarios ha generado en círculos políticos, diplomáticos, académicos y de parte del público en general, la decisión del gobierno mexicano de declarar persona non grata al embajador de la República Popular Democrática de Corea (RPDC) en México, Kim Hyong Gil, el pasado 7 de septiembre.
Las autoridades nacionales señalaron igualmente, que el diplomático norcoreano tenía, a partir de ese momento, 72 horas para abandonar el país. En el comunicado de prensa número 341 que la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) publicó al respecto, se menciona que ésta decisión fue tomada debido a que Corea del Norte “ha cometido flagrantes violaciones al derecho internacional y a las resoluciones del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), al realizar ensayos nucleares y lanzar misiles con tecnología balística de largo alcance.” Como se recordará, el pasado 3 de septiembre, el gobierno de Pyongyang llevó a cabo una sexta detonación nuclear, más poderosa que las que le antecedieron, por lo que la cancillería mexicana establece que “la actividad nuclear de Corea del Norte es un grave riesgo para la paz y la seguridad internacional, y representa una amenaza creciente para las naciones de la región, incluyendo a aliados fundamentales de México como son Japón y Corea del Sur.” Así, al declarar persona non grata al embajador Kim Hyong Gil, “México expresa al gobierno de Corea del Norte absoluto rechazo a su reciente actividad nuclear, que significa una franca y creciente violación del derecho internacional y representa una grave amenaza para la región asiática y para el mundo.”
La decisión de México se produce también, luego de que el Vicepresidente de EEUU, Mike Pence, de visita en Chile el pasado 16 de agosto, pidiera a ese país, México, Brasil y Perú romper relaciones diplomáticas con Corea del Norte para aumentar el aislamiento del régimen de Kim Yong Un y poner fin a su programa nuclear.[1] Como es sabido, Estados Unidos y Corea del Norte no tienen relaciones diplomáticas. Los asuntos estadunidenses en el país asiático –incluyendo asuntos consulares para ciudadanos estadunidenses- son llevados a cabo por la misión diplomática de Suecia en Pyongyang. Por su parte, Corea del Norte atiende la agenda con Estados Unidos a través de su misión en Nueva York, ante Naciones Unidas.
Si bien la decisión del gobierno mexicano no implica la ruptura de relaciones diplomáticas, sí implica una degradación de las mismas. Normalmente cuando un país expulsa a diplomáticos extranjeros, tiene lugar una represalia de la nación afectada por dicha decisión. Como ejemplo se pueden mencionar las diversas expulsiones de personal diplomático que tanto Estados Unidos como la Unión Soviética desarrollaron a lo largo de la guerra fría, sin llegar a la ruptura de las relaciones diplomáticas formales. Incluso, de manera más reciente, a la luz del escándalo que circunda a la administración estadunidense de Donald Trump por la presunta intervención de Rusia en los comicios presidenciales celebrados en el vecino país del norte en 2016 –y de cara a las sanciones que el Capitolio decretara contra Moscú-, el Presidente ruso Vladímir Putin expulsó a la friolera de 755 diplomáticos estadunidenses del país eslavo, mismos que incluyen a trabajadores en consulados y en la embajada estadunidense en Moscú. Se sabe que el gobierno de EEUU prepara acciones para responder a la decisión rusa, en la que se considera la peor crisis política en las relaciones entre ambas naciones en décadas recientes. Con todo, ambos reconocen que la relación bilateral es fundamental para la seguridad nacional de sus respectivos países, por lo que buscan mecanismos para mantener un cierto nivel de diálogo a propósito de la gestión de diversos temas de interés mutuo y de la agenda internacional.
Pero regresando a la crisis que actualmente enfrentan las relaciones entre México y Corea del Norte, cabe destacar que no es la primera vez que las autoridades nacionales y Pyongyang protagonizan fricciones diplomáticas como la descrita, o incluso más graves. En 1971, el gobierno de Luis Echeverría Álvarez, rompió relaciones diplomáticas con el país asiático, luego de que éste entrenara a guerrilleros mexicanos del Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR) en el país asiático, en los años 60. Eran los tiempos de una gran efervescencia política en todo el mundo y en América Latina, el triunfo de la Revolución Cubana y la consigna del Che Guevara de crear dos o tres Vietnam para lograr la emancipación de los pueblos, caló hondo en diversos movimientos subversivos guerrilleros. Así, tanto en América Latina como en otras partes del mundo, integrantes de movimientos subversivos se acercaron a la Unión Soviética, Cuba y otros países socialistas, en aras de tener su apoyo. En la URSS, la Universidad de Amistad de los Pueblos Patricio Lumumba, fue relevante en este tenor, al proveer a jóvenes y líderes de guerrillas y movimientos subversivos, el adoctrinamiento para desarrollar acciones revolucionarias en sus países de origen. Cuba fue especialmente importante para diversos movimientos latinoamericanos, a los que entrenó y apoyó en esa dirección. Pero en el caso de México, los movimientos subversivos se toparon con varios problemas para acceder al apoyo que buscaban a favor de su causa en los países socialistas.
De entrada, México y Cuba desarrollaron una importante relación política tras la Revolución Cubana, al ser el primero, el único país latinoamericano en no interrumpir sus relaciones diplomáticas con el gobierno de Fidel Castro. Así, las autoridades de ambas naciones llegaron a un acuerdo mutuamente benéfico: México mantendría las relaciones diplomáticas con la mayor de las Antillas, siempre y cuando La Habana se abstuviera de apoyar a militantes de grupos subversivos en el territorio nacional. Cuba cumplió su palabra. No en pocas ocasiones, jóvenes mexicanos que militaban en diversas guerrillas, pidieron a Fidel Castro apoyo, cosa que no sólo éste les negó, sino que se sabe que a muchos los arrestó y los entregó a las autoridades mexicanas. La URSS, por su parte, tuvo una cierta conexión con dichos grupos, pero en aras de evitar una crisis en sus relaciones diplomáticas con México, les otorgó, aparentemente, un apoyo muy limitado, mismo que, de todos modos, llevó a que Echeverría expulsara a una parte del personal diplomático soviético de México en 1971.
La mayoría de los países socialistas se negaron a apoyar a movimientos como el MAR por razones similares, salvo uno: Corea del Norte. Esta nación dio a los militantes del MAR entrenamiento militar, táctico, conocimientos sobre manejo de armas y municiones, estrategias de supervivencia, etcétera. De hecho, se considera que de los casi 30 grupos guerrilleros que existían en México en aquellos años, el MAR era el mejor entrenado en términos tácticos y operativos.[2] Cuando llegaron a México, los militantes del MAR fueron arrestados por las autoridades y enviados a Lecumberri, en tanto, como se comentaba anteriormente, el gobierno de Echeverría rompió relaciones diplomáticas con Corea del Norte, amén de que expulsó a diplomáticos soviéticos del territorio nacional, por su presunta participación, aparentemente indirecta, en el adoctrinamiento de los miembros del MAR .
Los vínculos diplomáticos entre México y Corea del Norte se restablecieron hasta 1980. En general, las relaciones han tenido un bajo perfil y se limitan a la venta de petróleo mexicano en pequeñas cantidades –apenas por 45 millones de dólares en la actualidad- y a la cooperación en aspectos culturales. Evidentemente al ser Corea del Norte el único país que a la fecha se ha retirado del Tratado de No-Proliferación de Armas Nucleares, amén de llevar adelante su programa nuclear, esto no ha sido bien visto por las autoridades nacionales, considerando sobre todo la postura favorable a la desnuclearización y el desarme que tradicionalmente ha mantenido México.
La Doctrina Estrada y las relaciones diplomáticas
En diversos medios de comunicación y ciertos círculos académicos y políticos, se insiste en que la decisión del gobierno de Enrique Peña Nieto de expulsar al embajador norcoreano, contradice a la Doctrina Estrada. Al respecto, es pertinente hacer algunas precisiones. La Doctrina Estrada, como se le conoce popularmente, fue enunciada el 27 de septiembre de 1930 por el entonces Secretario de Relaciones Exteriores Genaro Estrada. Se fundamenta en la libre determinación de los pueblos para decidir quiénes son sus autoridades, misma que no depende de que otros gobiernos las reconozcan. Que otros países emitan opiniones o juzguen la decisión de los pueblos respecto a sus formas de gobierno, es considerado por Estrada como denigrante, puesto que constituye una intervención inaceptable contra su soberanía.

Foto: Presidencia
En palabras del celebrado canciller Estrada “México no se pronuncia en el sentido de otorgar reconocimientos, porque considera que ésta es una práctica denigrante que, sobre herir la soberanía de otras naciones, coloca a éstas en el caso de que sus asuntos interiores puedan ser calificados en cualquier sentido por otros gobiernos, quienes, de hecho, asumen una actitud de crítica al decidir, favorable o desfavorablemente, sobre la capacidad legal de regímenes extranjeros.” Asimismo, “… el gobierno de México se limita a mantener o retirar, cuando lo crea procedente, a sus agentes diplomáticos, y a continuar aceptando, cuando también lo considere procedente, a los similares agentes diplomáticos que las naciones respectivas tengan acreditados en México, sin calificar, ni precipitadamente ni a posteriori, el derecho que tengan las naciones extranjeras.”[3]
Conforme a lo expuesto, la Doctrina Estrada es un corolario al principio de no intervención -sancionado en la política exterior mexicana y elevada a rango constitucional-, en los asuntos internos de otros Estados, esperando que éstos extiendan el mismo trato a México. Es un principio que podría resumirse en la consigna “no hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti.” Por supuesto que se puede argumentar que los diversos gobiernos que ha tenido México, no han seguido al pie de la letra la Doctrina Estrada. Hay situaciones, como la segunda guerra mundial, en que el contexto político imperante obligó al país a interrumpir sus relaciones con las naciones del eje. Asimismo, se tiene el ejemplo ya referido a propósito de la ruptura de relaciones diplomáticas con Corea del Norte en 1971, al igual que en otros cuatro casos que vale la pena traer a colación y que se produjeron entre finales de los años 50 y finales de los 70 del siglo pasado, todos ellos con naciones latinoamericanas.
El primero emanó de una crisis con Guatemala cuando, en 1958, aviones del país centroamericano atacaron a cinco barcos pesqueros mexicanos. Guatemala argumentaba que los barcos pesqueros nacionales habían incursionado en la frontera marítima de aquel país, razón por la que ordenó a su fuerza aérea disparar y, en consecuencia, tres pescadores murieron, en tanto otros 14 resultaron heridos. El gobierno mexicano pidió una explicación por lo sucedido al Presidente guatemalteco Miguel Ydígoras Fuentes, quien no atendió el llamado. Acto seguido, México rompió las relaciones diplomáticas con su vecino sureño, mismas que se restablecerían, tras la mediación de Brasil y Chile al año siguiente. En el momento de la crisis, Fuentes prohibió la transmisión de música y películas mexicanas en la radio y los cines guatemaltecos.[4]
La siguiente crisis diplomática aconteció con la República Dominicana de Rafael Leónidas Trujillo. Éste, en 1960, organizó y financió un golpe de Estado para derrocar al Presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt. El mandatario venezolano resultó herido en el atentado y la Organización de los Estados Americanos (OEA) al conocer el hecho, pidió a sus miembros romper relaciones con Santo Domingo, cosa que México hizo. Las relaciones diplomáticas se restablecerían en 1961, tras la muerte de Trujillo.[5]
A continuación, México protagonizaría una decidida acción con motivo del golpe de Estado perpetrado por Augusto Pincohet en Chile el 11 de septiembre de 1973, mismo que provocó la muerte del Presidente Salvador Allende. La embajada de México en Santiago recibió a cientos de chilenos a los que otorgó salvoconductos para recibir asilo en el territorio nacional. Incluso la viuda de Allende arribó a México y fue recibida por el Presidente Echeverría. Para protestar por las acciones de Pinochet, México rompió relaciones diplomáticas con el país sudamericano y no las restablecería sino hasta el 24 de mayo de 1990, cuando terminó el régimen golpista.[6]
El siguiente caso es el de la ruptura de las relaciones diplomáticas con Nicaragua, que tuvo lugar en mayo de 1979 a efecto de apoyar a los sandinistas en la deposición del régimen de Anastasio Somoza. Dos meses después se restablecieron las relaciones diplomáticas al cumplirse este objetivo.[7]
¿Qué logra México con la expulsión del embajador de Corea del Norte?
La expulsión de un embajador, en términos diplomáticos, constituye una sanción que denota el rechazo, de parte del expulsor, a las políticas o acciones desarrolladas por el gobierno del expulsado. Puede ocurrir también por intromisiones de un país, en los asuntos internos de otro. Es una práctica común. La expulsión de un embajador, puede o no desarrollarse de manera oficial, esto es, mediante los canales diplomáticos formales o de manera informal – en este último caso, figura la salida del embajador de Estados Unidos en México, Carlos Pascual en 2011, tras los escándalos de Wikileaks en que se dieron a conocer cables y despachos en que el embajador estadunidense manifestaba a las autoridades de su país, serias dudas sobre la lucha contra el narcotráfico y la personalidad misma del Presidente Calderón, quien, ofendido por estas revelaciones –aunque también por otras consideraciones-, pidió tanto a la entonces Secretaria de Estado, Hillary Clinton como al Presidente Barack Obama, en sendas reuniones, la remoción de Pascual.
Existe una enorme lista de situaciones en que se ha expulsado a embajadores en diversos países del mundo. En septiembre de 2008, los gobiernos de Evo Morales –Bolivia- y Hugo Chávez –Venezuela- expulsaron de sus territorios a los embajadores estadunidenses acreditados en los dos países. La administración de George W. Bush, fue recíproca y expulsó a su vez a los dos embajadores latinoamericanos acreditados ante su gobierno. Otro ejemplo es la expulsión, en 2012, por parte de numerosos países europeos, de los embajadores sirios tras la matanza perpetrada contra civiles en la ciudad de Hula por parte del gobierno de Bashar al Assad. De manera más reciente, a principios de agosto, Perú expulsó al embajador de Venezuela, en medio de la condena que han externado diversos países latinoamericanos al régimen de Nicolás Maduro.
La pregunta obligada, analizando los casos referidos, en los que parece más o menos claro lo que se pretende con este tipo de sanciones diplomáticas por parte de quienes las emprenden, es qué consigue México al expulsar al embajador norcoreano del territorio nacional. A toda acción corresponde una reacción. Normalmente a la expulsión de un embajador la sigue una represalia similar. En este caso, Corea del Norte no puede expulsar a ningún embajador mexicano, dado que los asuntos norcoreanos, al igual que los de Mongolia, son tareas concurrentes del embajador Bruno Figueroa, quien representa al gobierno mexicano en Corea del Sur. La interdependencia existente entre México y Corea del Norte es mínima, por lo que no se resentirán las consecuencias de la acción emprendida por las autoridades mexicanas, en terrenos como el comercial. Con todo, es en el terreno político donde se encuentran algunas hipótesis.
Es verdad que Corea del Norte, con su programa nuclear y los ensayos nucleares efectuados al día de hoy, amenazan a la paz y la seguridad internacionales. En este sentido, las resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en las que se convoca a la comunidad internacional a sancionar al régimen norcoreano, explicarían, al menos parcialmente, la conducta del gobierno mexicano. Se aspiraría, en principio, a aislar al gobierno de Kim Yong Un, para forzarlo a modificar su programa nuclear. Sin embargo, Corea del Norte es un país sumamente aislado respecto a la comunidad internacional. No tiene relaciones diplomáticas ni con Estados Unidos ni tampoco Japón, como tampoco con un buen número de los miembros de Naciones Unidas. No parece entonces que la forma para hacer que reconsidere su conducta a propósito del programa nuclear que desarrolla, sea vía sanciones diplomáticas.
En este tenor, llaman la atención varios aspectos en la coyuntura actual. En primer lugar, el momento elegido por el gobierno mexicano es revelador. La expulsión del embajador norcoreano es posterior, como se explicaba, al exhorto del Vicepresidente estadunidense Pence, de que diversas naciones latinoamericanas, rompan relaciones diplomáticas con Pyongyang. En segundo lugar, el Presidente de México, recién regresaba a México, procedente de una visita oficial a la República Popular China, lugar en que se reunió con su homólogo, el Presidente chino, Xi Jinping, actor clave en la crisis norcoreana -¿habrán tocado el tema en el diálogo que sostuvieron? En tercer lugar, dada la tensa relación imperante entre México y Estados Unidos con motivo de los dichos de Trump en torno al muro fronterizo y la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), ¿se podría afirmar que la decisión del gobierno mexicano constituye una deferencia a Washington para mejorar el diálogo bilateral en esta crítica coyuntura? Y, finalmente, es difícil no pensar en estos momentos en Venezuela, país al que el gobierno de Donald Trump ha amenazado con emprender, inclusive, una acción militar, tras los comicios de la Asamblea Nacional Constituyente, considerados por diversas naciones, como fraudulentas. Dado que Perú ya rompió relaciones diplomáticas con el gobierno de Nicolás Maduro, parecerían estar creándose las condiciones para que otros países de la región, México incluido, sigan la ruta peruana.
En medio de estos avatares, subsiste la pregunta acerca de los logros de la diplomacia mexicana al expulsar al embajador norcoreano. Las bases para justificar semejante medida parecen endebles, a juzgar por la conducta mostrada por la comunidad internacional, la cual es cierto que ha sancionado a Corea del Norte, pero también hay varias naciones que consideran que mantener las representaciones diplomáticas intactas –las de Pyongyang en sus territorios y viceversa- posibilita un diálogo y mantiene abierta la ventana de la vinculación constructiva, con la que, piensan, podrían obtener mejores resultados. Al final del día, México se ve muy solo en su decisión de sancionar a Corea del Norte a través de la expulsión del embajador Kim Hyong Gil. ¿No habría sido preferible concertar, al lado de otras naciones latinoamericanas, una acción, debidamente estructurada, que pudiera tener un mayor impacto? No se trata de poner en duda la vocación pacifista, antinuclear y pro desarme de la diplomacia mexicana. Pero tal vez, la decisión tomada, no era la forma más adecuada ni efectiva de coadyuvar a un mundo más seguro.
Notas
[1] Animal Político (16 de agosto de 2017), “Vicepresidente de EU pide a México, Brasil, Chile y Perú romper relaciones con Corea del Norte.”
[2] Verónica Oikión Solano y Marta Eugenia García Ugarte (editoras) (2006), Movimientos armados en México, siglo xx, 3 volúmenes, Zamora/México, EI Colegio de Michoacán/Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social.
[3] Jorge Palacios Treviño (s/f), La Doctrina Estrada, disponible en http://archivo.diplomaticosescritores.org/obras/DOCTRINAESTRADA.pdf
[4] Gustavo Iruegas (19 de noviembre de 2005), “Romper o no romper”, en La Jornada, disponible en http://www.jornada.unam.mx/2005/11/19/index.php?section=opinion&article=007a1pol
[5] Ibid.
[6] Ibid.
[7] Ibid.
María Cristina Rosas es profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México
Correo electrónico: mcrosas@unam.mx

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