9/03/2017

Rostros y asombros de Sonora


Jazz
Antonio Malacara
Saliendo apenas del aeropuerto, en medio de la ola de calor más intensa de años pasados, el verano matinal de Hermosillo se nos estampó en el rostro, y de inmediato nos refugiamos en la camioneta de Josué Barrera. Amablemente, el coordinador de literatura del Instituto Sonorense de Cultura nos dijo que que no, que ahorita está tranquilo, que nos esperáramos a la una o dos de la tarde.
Pero mi subconsciente y yo estábamos realmente emocionados con esta visita del 16 de agosto a tierras yaquis, pues además de que Sonora era de los pocos estados donde aún no se había presentado el Atlas del jazz en México, por fin iba a poder saludar en persona a los grandes músicos de la localidad.
Sabía que seguramente ahí estarían el trompetista Cheché Ávila y el flautista Óscar Mayoral, pues el primero estaba programado para tocar esa noche con su cuarteto, el segundo aparecería como músico invitado y como comentarista del Atlas, en el cual Óscar participa con un buen testimonio. Pero además, días antes me enteraba de que Luis Mario Rivera iba a tocar con Cheché y eso aumentaba las expectativas.
Luis Mario fue todo un personaje del jazz en Ciudad de México durante cuatro o cinco años; tocaba la batería con los grandes protagonistas (Iraida Noriega, Agustín Bernal, Mark Aanderud, Diego Maroto, Israel Cupich, Francisco Lelo) y escribía la columna Un poco de jazz en Excélsior. Hasta que en 2008 decidió probar suerte en Nueva York. Desde allá siguió enviando sus textos al periódico y empezó a tocar en pequeños bares, pero las crisis y los etcéteras lo hicieron regresar a su natal Hermosillo en 2009, y ahí estuvo como director de Radio Sonora durante seis años. Hoy en día es el dirigente del Partido Verde en aquel estado y prácticamente se ha retirado de la música.
Pero regresando al viaje y a los deseos, quería yo saludar también a maestros, como el célebre Kennedy Noriega –de los mejores saxofonistas que ha parido este país–, al pianista (y trompetista) Rodolfo Chino Medina y al pianista (y percusionista) David Norzagaray. Pero, bueno, el primero no bajó de Puerto Peñasco, donde vive desde hace varios años, y el segundo sencillamente no apareció.
A quien sí tuve el placer de saludar fue al joven maestro Norzagaray, quien además de sus labores jazzísticas, en años pasados ha estado al frente del grupo Libro Abierto, en un muy interesante proyecto de música norteña y literatura. David se sumerge en ilustres letras de todos los aromas, desde Cervantes y Sor Juana hasta Süskind y Neruda, y así ha ido construyendo temas como El corrido de un asesino o Veinte poemas de amor y una canción anorteñada.
Por fortuna, los 45 grados que se habían reportado tres días antes de mi llegada a Hermosillo no aparecieron ni de los lejos el miércoles 16, así que con una bondadosa temperatura que no rebasó los 41 (…), a eso de las siete estábamos llegando al Parque La Ruina para una entrevista televisiva con Yadira Cota. El Cuarteto de Cheché Ávila ya probaba sonido en el escenario al aire libre, pero al ver las cámaras decidieron descansar un rato.
Empezaba a caer la noche y sólo seis o siete sillas estaban ocupadas; las otras 150 (143) se ignoraban entre sí, en medio del sopor de la tarde. Se encendieron las lámparas de apoyo para la entrevista; me pidieron que ocultara mi coca lait; platicamos un buen rato y cuando se apagaron las luces, como por arte de magia, pudimos ver que el foro se había llenado (casi) en su totalidad.
No obstante, la mayor sorpresa de este viaje me la llevé cuando vi que Mario Welfo Álvarez, director general del Instituto Sonorense de Cultura, subía al escenario para dar la bienvenida y para hablar de la actividad. Y es que esto casi nunca sucede. De hecho, en el periplo del Atlas por todo el país, sólo en otras dos ocasiones un alto funcionario de la cultura en México ha asistido a las presentaciones. No todos tienen ni la voluntad ni la sensibilidad suficientes para estos trotes. A todos nos dio gusto, por supuesto.
El doctor Manuel Santillana leyó un estupendo texto sobre sus impresiones del libro; Óscar Mayoral, flautista, improvisó con soltura sobre el mismo tema y después se fue a palomear con el cuarteto. Yo y mi subconsciente quisimos sentarnos a escuchar el concierto, pero todo el tiempo estuvimos rodeados por la amable imposición de periodistas y melómanos… sólo de vez en vez podíamos percibir la excelente factura del grupo y los ecos de grandes clásicos como Milestones, Straight no Chaser o Stella by Starlight. Era lamentable, pero la gente seguía llegando.
Salud.

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