3/03/2018

A Dios se la pedí prestada: en memoria de las desapariciones


Samuel Mendoza*

Caminando y pidiendo ride por las carreteras del centro y sur del país, madres con hijos desaparecidos o asesinados llegaron a la sede principal de la Secretaría de Gobernación (SG) el 17 de enero. Sobre la banqueta instalaron sus casas de campaña, entre las rejas de herrería amarraron sus consignas, y dentro de cajas acartonadas resguardaron el agua y el azúcar que necesitaban para los días que duró su huelga de hambre.

Desde el primer momento de presencia, las más de 15 mujeres que integraron el campamento trabajaron. Algunas coordinaron las jornadas de rastreo que realizan familiares por montes y llanuras, donde saben que existen cementerios clandestinos. Otras realizaron llamadas telefónicas para monitorear la seguridad de compañeras que venían en camino para unirse a quienes ya estaban chupando limones con sal para que el cuerpo aguantara el cansancio y el frío.
Las familiares provenientes de Guerrero, Oaxaca, Veracruz, Morelos, Querétaro, estado de México y de la misma capital mexicana afirmaron que no retirarían el plantón hasta que las autoridades dejen de revictimizar sus casos, entreguen el apoyo económico al que tienen derecho por ser víctimas, identifiquen con base en pruebas genéticas los cuerpos encontrados por colectivos de búsqueda y el titular de la instancia gubernamental agende una cita para ellas.
Me ha tocado recuperar cientos de cuerpos en fosas, por todo el territorio nacional. Sólo nosotras entendemos cómo y dónde buscar. Cuando la tierra está abultada significa que hay cadáveres recientes; cuando la tierra está sumida hay restos humanos desde hace tiempo, y si los fragmentos de hueso están regados y negros, sospechamos que allí a nuestros seres queridos los destazaron y quemaron. Hemos localizado barrancas con más de 60 personas. Urge otorgarles identidad, porque no queremos que pasen de una osamenta a un panteón ministerial, explicó María Guadalupe Narciso, integrante del Comité de Familiares de Desaparecidos de Chilpancingo.
Las mujeres esperaban respuesta oficial a sus demandas. Automovilistas y ciclistas transitaban por la zona, pero ni de reojo observaron el campamento. Los visitantes frecuentes eran estudiantes, reporteros y defensores de derechos humanos. Como si estuvieran en su propia casa, las madres recibieron a estas personas con amabilidad y gratitud. Dedicaron tiempo suficiente a la conversación y cuando llegó el momento de la despedida, pidieron con un abrazo: Por favor, anote mi número por cualquier cosa que necesite. Aquí estoy, no me olvide. Así sucedió con el joven Ángel Estrada, de la Universidad Nacional, y con la sicóloga María del Rosario, hija de Rosario Ibarra de Piedra, quien al igual que compañeras también convocó a huelga de hambre el 28 de agosto de 1978 para exigir el regreso de su hijo Jesús y demás muchachos desaparecidos durante el periodo conocido como guerra sucia.
Todas las víctimas somos un mismo grupo, un mismo equipo. Hoy estamos en huelga de hambre como ayer estuvimos en instancias internacionales. En cada espacio solicitamos personal capacitado y dispuesto a trabajar con nosotras. Los funcionarios no pueden cargar nuestro dolor porque no lo han sentido, pero sí pueden tener empatía y sensibilidad hacia gente que a raíz del arrebato de los nuestros nos cambió la vida. Desde el feminicidio de mi hija Lilia Alejandra García Andrade, en Ciudad Juárez, Chihuahua, en 2001, me volví hipertensa y diabética; tuve que encargarme de mis nietos Jade y Kaleb, y frente a ellos recibí dos atentados, narró Norma Esther Andrade, al tiempo que muestra la cicatriz del impacto de bala que recibió a 10 centímetros del corazón.
Pero ni fuera de la SG las madres de familia, acompañadas de niños y adultos mayores, están a salvo de agresiones o intimidaciones. La madrugada del domingo 21, sujetos no identificados patearon sus tiendas de fibra sintética, donde ya dormían. El mismo día por la tarde, un hombre grabó y fotografió desde el otro lado de la calle todos sus movimientos. Esto descubrieron las madres cuando encararon la actitud sospechosa del individuo y lo obligaron a borrar el contenido que su celular guardó sobre ellas. Después él encendió el motor de su automóvil Aveo, cuyas matrículas protegía una placa grisácea.
La huelga de hambre fue una oportunidad para dar a conocer problemas nacionales e influir en la toma de decisiones de quienes detentan el poder político, pero también representó una ocasión para reivindicar la memoria, conservar, reflexionar y relatar lo que cada mujer ha vivido.
De lo anterior, Margarita López Pérez es consciente. Para La Jornada rememora:
Mi hija... ¡Mi hija es la única luz de mis ojos...! Cuando tuve tres hijos varones le pedí a Dios que me regalara una niña, que me diera la oportunidad de tener una mujer. A Dios se la pedí prestada. Pero me la prestó por poco tiempo.
Yahaira Guadalupe Pérez, de 19 años, desapareció en el municipio Tlacolula de Matamoros, Oaxaca, la tarde del 13 de abril de 2011, cuando un comando armado entró a la casa, la violó y la decapitó. Luego de dos años, cuatro meses y 19 días encontré su cuerpo. Sin embargo, nuevos peritajes aseguraron que ella no es mía.
A Melisa Maravilla
*Escritor

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