5/19/2018

Para las mujeres, Mayo del 68 empezó en junio


Andrea Olea
Se cumplen 50 años de uno de los movimientos culturales y sociales más importantes del siglo XX, un canto a la libertad, la justicia y contra la autoridad. Pero esa liberación del cuerpo y la palabra consumada en Mayo del 68, ¿significó lo mismo para las mujeres y para los hombres que lo vivieron?
Asamblea de estudiantes en Toulouse. Junio de 1968. / Foto: André Cros.
Asamblea de estudiantes en Toulouse. Junio de 1968. / Foto: André Cros.
“Fue un momento extraordinario, de suspensión de la vida cotidiana”, recuerda emocionada Martine Storti. Ha pasado medio siglo, pero en la memoria de esta septuagenaria sigue fijado con precisión fotográfica cada instante de esa catarsis colectiva que supuso Mayo del 68, el movimiento que marcó una época en Francia (aunque su eco retumbó en medio mundo), al poner patas arriba el sistema establecido, derivar las convenciones y lograr más conquistas sociales en apenas tres semanas que en las tres décadas precedentes.
Todo había empezado de una forma casi banal: en la recién construida Universidad de Nanterre, en la periferia parisina, los estudiantes empezaron a quejarse por la prohibición de visitar (y por supuesto, dormir) en las habitaciones del sexo contrario. El 22 de marzo, un grupo de 140 jóvenes inició una sentada para protestar contra esa regla y, más allá, contra la restrictiva normativa interna y las pésimas condiciones del centro. La sentada se convirtió en ocupación y la policía acabó entrando a desalojar. Las primeras detenciones, sumadas al cierre de la Facultad, trasladaron la protesta a París capital. De ahí, a la ocupación de la Sorbona. Y a las manifestaciones salvajes. A los adoquines volando y los gases lacrimógenos. A la propagación del movimiento de contestación estudiantil a la clase obrera, a los empleados de los servicios públicos, a medio país, exigiendo una reforma de la Universidad, mejoras salariales o soluciones para el medio millón de personas paradas de la época.
Documentos universitarios de Martine Storti. / Foto: Teresa Suárez
Documentos universitarios de Martine Storti. / Foto: Teresa SuárezEn 1968, Storti tenía apenas 20 años. Estudiante de Filosofía en la Sorbona en París e integrante del comité de huelga de su Facultad, vivió en primera persona esa efervescencia social: la ocupación de la Universidad, la solidaridad entre obreros y estudiantes, las asambleas multitudinarias, el escenario quasi bélico del Barrio Latino entre barricadas y cócteles molotov…. Esos días en que el tiempo se detuvo, y su corazón y su cabeza le decían que sí, que esta vez la revolución estaba en marcha. “Puede sonar naïf, pero queríamos (y creíamos que íbamos a) rehacer el mundo”, asegura la escritora y militante feminista.
Las reivindicaciones se convirtirían en una enmienda a la totalidad del sistema: abajo el capitalismo, yankis fuera de Vietnam, muerte al Estado opresor… libertad. Para pensar, vivir, follar. Lo querían todo y lo querían ya. El 13 de mayo, hubo una huelga general en la que participaron nueve millones de trabajadores, la mayor de la historia en Europa hasta la fecha. Francia revuelta, Francia revolucionaria. La magnitud de la protesta forzaría a claudicar al autoritario Gobierno del general De Gaulle, que empezó aprobando un aumento del 35 por ciento del salario mínimo y, derrotado, terminaría convocando elecciones anticipadas un mes después.

Mayo del 68, el feminismo nunca estuvo allí

Como Martine Storti, miles de mujeres tomaron parte en los eventos de mayo y junio en París y otras ciudades francesas: haciendo piquetes en las fábricas, acudiendo a las manifestaciones estudiantiles, presentes en las asambleas y en las calles, al pie del cañón junto a sus compañeros. Sus rostros aparecen ilustrando portadas de los diarios de la época y los artículos de conmemoración en los años siguentes, jóvenes, desafiantes, combativas. Y sin embargo, de ellas y sus reivindicaciones poco queda en el relato sesentayochista.
Paca Martínez, hija de republicanos españoles exiliados en Francia, tenía por entonces 23 años y era estudiante de tercer año de Medicina en la Universidad de Nancy, en el noreste del país. “Tras las primeras manifestaciones, ocupamos la Facultad y pasamos muchos días y noches acampados allí”, explica en su español resuelto, suavizado por un leve acento francés. “Era un ambiente muy revolucionario: asambleas de medio millar de personas, trotskistas, maoístas, anarquistas, todos debatiendo sobre todo, de las libertades individuales a la sociedad de consumo o la comercialización de la Medicina”, relata. Aunque ella sí mantuvo un rol activo en las reuniones, admite que había muchos más hombres y que eran ellos quienes más tomaban la palabra, porque “claro, muchas no se atrevían a hablar”.
Retrato de la escritora y periodista Martine Storti, militante durante Mayo del 68. / Foto: Teresa Suárez
Retrato de la escritora y periodista Martine Storti, militante durante Mayo del 68. / Foto: Teresa Suárez
“Las demandas de las mujeres estuvieron prácticamente ausentes, y ya ni hablemos un discurso propiamente feminista”, reconoce Storti. “Para todas las organizaciones izquierdistas que dirigían las protestas, ‘la revolución’ era lo prioritario y otras cuestiones, como la igualdad, ya vendrían más tarde”. Mientras los Daniel Cohn-Bendit, Alain Geismar y Jacques Sauvageot tomaban la palabra y lideraban las manifestaciones, las mujeres eran las encargadas de pasar los adoquines, distribuir los panfletos o servir el café. “Me negué a aprender a escribir a máquina porque, en cuanto sabías teclear, quedabas relegada a transcribir las grandes reflexiones de los señores”, recuerda con humor Storti, que posteriormente ejercería de profesora, escritora, periodista o consejera ministerial.
La implicación de las mujeres en el movimiento es incontestable y las universitarias no fueron la únicas: miles de obreras, sobre todo de industrias fuertemente feminizadas como la textil, se sumaron en masa a la huelga en aquellos días, al igual que funcionarias de los servicios públicos y trabajadoras de comercios y grandes superficies como las galerías Lafayette. Su resolución pillaba desprevenia a la propia CGT (sindicato mayoritario en Francia), que, en un informe de la época, mostraba su asombro ante la fuerte presencia femenina en las protestas.
“Mayo del 68 es un momento muy ambiguo para la historia del feminismo”, considera la historiadora especializada en feminismo y sexualidad Bibia Pavard. “Para ellas, fue un momento muy fuerte de militantismo, compromiso y visibilización, pero al mismo tiempo, ver que en el seno de las organizaciones izquierdistas y revolucionarias, se reproducían los mismos mecanismos de dominación masculina que en el resto de la sociedad les supuso una gran frustración. Ellas estaban en todas partes… excepto en los centros de poder”.
El Segundo Sexo de Simone de Beuvoir, publicado en 1949, había marcado a varias generaciones de feministas y desde mediados de los 60, diversas publicaciones cuestionaban la desigualdad de las mujeres, pero la Francia de la época seguía siendo, como el resto del Planeta, una sociedad tradicionalista y fuertemente patriarcal. En 1968, las francesas acababan de salir de su minoría de edad legal: hasta 1965, tenían prohibido abrir una cuenta bancaria, viajar o gestionar sus bienes personales sin el permiso del esposo, y la ley que legalizaba la contracepción sólo se aprobó en 1967.
Durante la revuelta, una única reunión tuvo lugar en la Sorbona para discutir los roles de género, organizada por un pequeño grupo mixto, ‘Feminin, Masculin, Avenir’ (Femenino, Masculino, Futuro), “pero el debate sobre estas cuestiones fue extremadamente marginal”, señala Pavard. Las dinámicas de mayo y junio del 68 evidenciarían el sexismo existente en las organizaciones de extrema izquierda, y la necesidad de crear un movimiento autónomo para emprender su verdadera emancipación.

“Vuestra liberación sexual no es la nuestra”

Retrato de la médica Francisca Martínez, antigua militante del MLAC movimiento pro derecho al aborto. / Foto: Teresa SuárezEn la Francia de los años 60, el conservadurismo social constreñía a toda una generación con ansias de libertad que renegaba de las restricciones de la época, donde el sexo fuera del matrimonio era visto como un sacrilegio y los espacios mixtos aún estaban muy restringidos. Mayo del 68 entró como un vendaval, cuestionando la fidelidad, la monogamia o la heterosexualidad como únicas opciones válidas en las relaciones de pareja, rompiendo con todos los límites establecidos.
Retrato de la médica Francisca Martínez, antigua militante del MLAC movimiento pro derecho al aborto. / Foto: Teresa Suárez
Liberó a las mujeres en la medida en que lo hizo con el resto de la sociedad, al dar un vuelco al concepto de autoridad y arremeter contra la puritana moral de la época. Una rebelión general contra las imposiciones sociales y contra ‘papá’ Estado; en el caso de ellas, contra el padre, contra el marido, contra el amante. Paca Martínez por aquel entonces vivía con un compañero sin estar casada: “A mí me daba igual lo que pensara la gente, porque yo venía de una educación anarquista, libertaria… para mí era lo normal. Pero para la mayoría de mujeres hubo un antes y un después: antes de Mayo pocas se atrevían a decir, ‘Soy libre y vivo como quiero'”.
Pese a todo, expertas y protagonistas coinciden en relativizar la tan aclamada “revolución sexual”, secundaria dentro del marco de reivindicaciones sociales y económicas de aquellos días, y destacan que lemas como “Jouir Sans Entraves” (llegar al orgasmo, gozar sin limitaciones) suponían al final del día una prerrogativa reservada a sus contrapartes masculinos. “¿Cómo hablar de liberación sexual femenina cuando la píldora anticonceptiva apenas estaba disponible y el aborto seguía prohibido?”, se pregunta Storti. “Se hablaba de hacer el amor sin restricciones, pero no hubo una verdadera reflexión sobre la dominación masculina en la sexualidad o las relaciones de poder”, razona Pavard. El debate real sobre el cuerpo y el placer femeninos vendrían después.
A partir del verano y en los dos años siguientes, empezarían a crearse grupos de reflexión para impulsar la creación de un movimiento autónomo y no mixto que luchara por sus derechos civiles, reproductivos y sexuales. En 1970, nacía el Movimiento de Liberación de la Mujer (MLF, por sus siglas en francés), y uno de sus primeros lemas suponía una interpelación directa a los revolucionarios: “Vuestra liberación sexual no es la nuestra”. “La lucha por la contracepción y la interrupción voluntaria del embarazo fue lo que abrió la vía definitiva a la politización del espacio privado”, considera la socióloga Camille Masclet, coautora de un libro sobre las vidas de los militantes sesentayochistas.
Detalle sobre Mayo del 68 en una edición de la época del periódico francés 'Le Monde'. / Foto: Teresa Suárez
Detalle sobre Mayo del 68 en una edición de la época del periódico francés ‘Le Monde’. / Foto: Teresa Suárez
El 5 de abril de 1971 la revista Le Nouvel Observateur publicaba una declaración de principios bautizada irónicamente ‘El Manifiesto de las 343 zorras’: “Un millón de mujeres abortan cada año en Francia en condiciones peligrosas debido a la clandestinidad a la que son condenadas. (…) Millones de mujeres son silenciadas. Yo declaro que soy una de ellas. Declaro haber abortado. Al igual que reclamamos el libre acceso a los medios anticonceptivos, reclamamos el aborto libre”.
Un año más tarde, con 27 años, Paca Martínez empezaba a trabajar en el Dispensario Cervantes, en el cinturón rojo de París. “Era la única mujer médica, y repartía la píldora a diestro y siniestro, a menores, solteras… a todas las mujeres”, explica. Con su larguísima trenza y sus ropas coloridas, sus compañeros se burlaban de ella. “Me decían que con esas pintas de hippy no tendría ni un paciente; al cabo de dos años tenía más que el propio jefe de servicio”, recuerda divertida. De ahí, pasaría a inplicarse en el MLAC, el movimiento por el derecho al aborto nacido en 1973 de la mano del MLF. “Todas las semanas dábamos una rueda de prensa, decíamos, hemos practicados X abortos, que nos detengan”, explica orgullosa. El movimiento se disolvió de forma festiva en 1975: ese año, la Ley Veil legalizaba por fin el aborto en Francia.
Como un río subterráneo que pese a no verse transforma profundamente la naturaleza de la Tierra: así describe la historiadora Michelle Zancarini-Fournel el feminismo en Mayo del 68 para las mujeres que lo vivieron y tantas otras que vinieron después. La revolución que en un principio las silenció permitiría el despegue definitivo de la segunda ola feminista en Francia, que insufló nuevas fuerzas en la lucha por la emancipación femenina.
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